14 de diciembre de 2015

Sueño ajeno

Soñé con vos.

Estabas sentado en una especie de trono, que era enorme, tan grande que parecías un niño postrado en él. Tu semblante lucía triste y aburrido, lo cual resultaba extraño porque muchas jovencitas bailaban a tu alrededor vestidas con indumentarias transparentes que te permitían ver sus curvas y sus movimientos lúbricos.

Por alguna razón comenzabas a llorar sin control. Las mujeres te acariciaban, te besaban, te provocaban con sus movimientos voluptuosos, para detener tu llanto, pero de tus ojos brotaban lágrimas gigantes que en poco tiempo comenzaron a inundar la habitación.

Había una mujer dormida sobre el piso, justo en el centro, frente al trono. Tus lágrimas comenzaban a mojar su cuerpo como si fueran un suave oleaje.
   
        - Deja de llorar, la vas a ahogar con tus lágrimas -te comentaba mi voz.

Brincabas de tu trono, te acercabas hasta la mujer dormida, la tocabas con tu báculo de oro para comprobar si estaba viva. Tus lágrimas ya habían cubierto su cuerpo casi por completo, pero seguía dormida.

      - No te le acerques, déjala dormir -te advertía mi voz.
      - Eres tú -me decías.
      - ¿Yo?
      - Sí, estás soñando.

Yo me acercaba hasta la joven para verla de cerca. Efectivamente era yo.

      - Déjala dormir -te advertía mi voz.
      - No importa, estás soñando, en los sueños todo es posible, sin reglas, sin límites -contestabas con una sonrisa, mientras te elevabas en el aire, flotando.

(En el sueño realmente no había diálogos, tal vez era telepatía o lo estoy imaginando en este preciso momento en que recupero la memoria de insomnio onírico).

      - Oye, ven, vamos a volar -me movías, me despertabas.
      - No puedo -te respondía.

Comenzabas a flotar otra vez sobre el aire como Peter Pan, y me tendías la mano para que te siguiera. Flotábamos sobre las cabezas de las mujeres de tu harem, que continuaban en algarabía. Volábamos sobre un jardín, haciendo piruetas de circo, elevando y bajando nuestros cuerpos, acelerando y alentando la velocidad del vuelo. Nos divertíamos, sin razón.

      - ¿A dónde vamos? -te preguntaba.
      - A donde quieras, esto es un sueño, puedes ir a cualquier lugar -contestabas; y enseguida despertaba yo abruptamente.

***

Me descubro muy cansada; mis omóplatos, mis piernas, mi cuerpo en su conjunto me duele como si hubiera hecho demasiado ejercicio. A pesar de ello, tengo muchos deseos de bailar.

4 de mayo de 2015

"El estallido social ya se dio". Entrevista desde el más allá con Carlos Monsiváis

por Jezreel Salazar

 



Un país en crisis siempre requiere intérpretes lúcidos que ofrezcan orientación crítica sobre el panorama actual y sus alternativas. Carlos Monsiváis cumplió, durante décadas, esa función de testigo omnisciente de la realidad mexicana y fustigador impío de los horrores de la nación. Cuando en 2010 murió, la sociedad mexicana se quedó sin una de sus voces críticas más significativas. A través de un médium, Horizontal se dio a la tarea de entablar una conversación desde el más allá con Monsiváis para preguntarle qué piensa sobre el México de nuestros días: el regreso del PRI a los Pinos, Ayotzinapa, la crisis del PRD, los escándalos de corrupción recientes… El resultado fue la entrevista que reproducimos a continuación. – JS

 

- A pesar de ya no habitarlo, me gustaría saber cómo ves hoy, desde la distancia, al país. Sobre todo, ¿cómo lo diagnosticas en términos de su condición democrática?

 

Al país lo veo en uno de sus mejores momentos… porque el que viene siempre es peor. Siempre. Si hoy lo ve uno muy mal, mañana será infame. Por eso uno está viendo las expectativas de consumir ese instante en que todavía no hay el famoso estallido social, en que se pospone la guerra civil, en que el hambre puede ser todavía contenida por las redes familiares… Lo que veo, con la claridad que me es dada, no mucha, es que no se puede ya insistir en transiciones a la democracia, mientras exista una desigualdad del tamaño que vivimos…

 

Desde luego ha habido cambios importantes, pero esos cambios tienen que ver con el deterioro, tienen que ver con el desánimo, tienen que ver con el auge de la impunidad, de la corrupción, con la sistematización de las represiones. No se puede decir que en este periodo haya habido vida democrática plena. Hay vida democrática hasta cierto punto. El empoderamiento sí se da en muchas comunidades, hay protestas, hay una vida social, o de política desde abajo, formidable en todo el país, como no se esperaba; pero qué sucede, se llega a un punto y ahí se interrumpe todo…

 

Para mi gusto, la transición a la democracia fue un intento de actualización por contagio que no cuajó (estaba destinada a fracasar) porque se atuvo a una mecánica y triste definición de democracia: aquello que sucede en las urnas, se cancela en las urnas, se deja de interpretar una vez terminado el día de la votación… De hecho, ya no se habla de transición a la democracia, se habla de las querellas de cada día. Se ha sustituido un panorama general por una lucha facciosa que día a día se renueva.

 

- Después del 2000, cuando se dio la alternancia, se habló mucho de la muerte del PRI, de la extinción de los dinosaurios. Hoy los vemos gobernando de nuevo. ¿Qué opinas sobre el regreso del nuevo PRI, que ya no te tocó ver?

 

Falta por indagar en qué consiste la novedad del PRI. A propósito del éxito del PRI se enciende la euforia y se programa el olvido. ¿Es posible hacer tabla rasa de un pasado de setenta años, que incluye corrupción a gran escala, autoritarismo sin contención, represiones que van de los sinarquistas en León a Tlatelolco a Acteal, empobrecimiento sistemático de la mayoría y cancelación salvaje de muchísimos de los avances conquistados?…

 

Las instituciones quieren preservar al PRI, la gran fábrica de fortuna y prestigios (las fortunas continúan produciéndose, los prestigios ya no), y es innegable, por si alguien como yo lo dudara, la existencia del voto duro priista, y la fragilidad de las oposiciones. Y si se quita lo aportado por el corporativismo, el clientelismo, la inercia histórica, la avalancha publicitaria y la falta de opciones confiables, aún queda un buen número de mexicanos convencidos de la enorme eficiencia, generosidad y capacidad del nuevo PRI (del viejo ya ni quien se acuerde).

 

- El PRI ha vuelto y la democracia formal no ha impedido el retorno de las peores tradiciones políticas. ¿Qué decir de la oposición partidista?

 

La sociedad, en su inmensa mayoría, desconfía de los partidos políti­cos, rechaza los gobiernos, se siente despojada a diario… Al mismo tiempo, en los partidos políticos desaparece cualquier asomo de debate ideológico o de visiones críticas. El Partido Acción Nacional mantiene su conservadurismo a ultranza pero no lo modifica en lo mínimo; y el Partido de la Revolución Democrática, muy obviamente co­rrompido en buena parte de su dirección, ha perdido, en tanto perspectiva, la identidad de izquierda. Queda sin embargo una poderosa fuerza social de izquierda, que ya no se identifica con el PRD… y que mantiene la resistencia en lo político, lo ecológico, lo cultural, lo social, las causas de la bioética. Pero esto carece por lo pronto de consecuencias electorales.

 

- Hoy, como nunca, la política mexicana está asociada a la idea de corrupción. Esto puede verse reflejado no solo en la opinión pública mexicana sino en los medios internacionales. Y esta situación, aunque involucra a todos los partidos, no puede dejar de vincularse con el regreso de un partido como el que encabeza Enrique Peña Nieto.

 

El PRI hace mucho que dejó de ser un partido electoral‑administrativo para convertirse en el medio de vida del mexicano. Cuando eso se logró, la corrupción política se allegó su logro más alto: convertir cada acto de nuestra vida en un acto de corrupción política. Todo (la sonrisa empalagosa que dedicamos a nuestro más sólido enemigo, el tono de veneración que usamos para calificar un trabajo que no nos interesa, la atención con que cultivamos las amistades que más nos aburren) deriva de la corrupción política, y es un acto de corrupción política nuestro sistema de relaciones públicas, y hay corrupción política en la amable serenidad que evidenciamos ante las mayores imbecilidades, y hay corrupción política en nuestros métodos de abordaje sexual. Hay momentos, cuando uso las técnicas más serviles y convencionales de seducción, en que me siento nítidamente priista; cuando acudo a la demagogia, al soborno, al chantaje, a la simulación, me advierto de pronto priista, en el sentido más vasto del término, aquel que nos refiere a un sistema de influencias, a un sistema de relaciones preestablecidas con el fin de tomar o retener el poder, a un sistema cuyo solo objetivo es el ejercicio del poder.

 

- En los últimos meses han salido a relucir conflictos de interés de altos funcionarios del gobierno de Peña Nieto, incluyendo a él mismo. ¿Cómo crees que afecte, a futuro, el escándalo de la llamada Casa Blanca a Peña Nieto y su administración?

 

Lo que me interesa no es la suerte de Peña Nieto sino qué pasa con la sociedad. Me parece mucho más interesante lo que está pasando en todas partes en materia de insurrección del ánimo, de comprensión de nuevas realidades, que lo que le suceda a una clase ya dedicada a la más espantosa de las molicies mentales…

 

Eso sí, cualquier sociedad hace de su conjunto de recelos el laboratorio de sus confianzas. El primer gran recelo o incertidumbre de sobremesa: detrás de la mayoría de las fortunas recientes está la organización delincuencial. Y el morbo es un gran ejercicio de catalogación: examínense el gasto fastuoso, los edificios surgidos como del sombrero de ese mago que hace tres años debía su departamento, los hoteles suntuosos y vacíos, los malls que invitan a las reflexiones sobre la soledad, todo lo concentrado en la expresión “lavado de dinero”. Y la cúspide: las cifras, las inauditas cifras del auge del narco que emiten las autoridades y que se transforman en la red de comentarios y en la narrativa de los cadáveres que siempre deja pendiente la moraleja.

 

- Y ya que hablas del narco, ¿te parece que la cultura del narcotráfico ha colonizado el imaginario de la sociedad?

 

Desconozco el sitio del narco en el imaginario colectivo, al respecto las encuestas de salida nada informan, pero, si el tal imaginario colectivo se toma a sí mismo en serio, destacará la nueva sabiduría: el trabajo honrado y exhaustivo nunca lleva al éxito o a la vida mínimamente confortable. Antes, el trabajo, sobre todo el más arduo, tampoco garantizaba nada, pero de algo servía la mitología de la honradez… Ahora, con el desempleo que obstaculiza gravemente cualquier expectativa, la angustia es inevitable: sin “los otros poderes” son legión los que no podrán escapar de la trampa económica…

 

- ¿Qué piensas de la estrategia del gobierno federal en el combate al narcotráfico?

 

Si estas metas son incontrovertibles, los métodos para obtenerlas han resultado fallidos, tal y como reiteran las decenas de ejecuciones diarias (no nada más de narcos), las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos por parte de elementos del Ejército y de la Policía Judicial, y la franca ineficacia en el control territorial…

 

La intervención creciente del ejército… resulta contraproducente a juzgar por el cúmulo de protestas. En las Comisiones de Derechos humanos abundan las denuncias por violaciones de mujeres y allanamientos domiciliarios que llevan a cabo oficiales y soldados. Además, todo a la vez, se acrecienta el fenómeno de los paramilitares, brotan por doquier grupos de autodefensa, se arman las comunidades y los equipos de protección privada son un gran ejército fragmentado. A diario continúan las matanzas.

 

- Hablas de matanzas. Pienso en los feminicidios, un fenómeno en claro incremento.

 

En el trato a las mujeres, la violencia ha sido en México el más perdurable de los regímenes feudales. La violencia aísla, deshumaniza, le pone sitio militar a las libertades psicológicas y físicas, mutila anímicamente, eleva el miedo a las alturas de lo inexpugnable, es la distopía perfecta…

 

En todos los casos, las víctimas lo son por su debilidad orgánica, porque a los ojos del criminal su razón última de ser es proporcionar el doble placer del orgasmo y el estertor, y porque su muerte suele pasar inadvertida, y casi nunca se investiga y aún más raramente se castiga… ¿Qué provoca el odio? Cedo la palabra a psicólogos, sociólogos y psiquiatras, pero aventuro una hipótesis: rigen las sensaciones de omnipotencia que se desprenden de la certeza: no hay consecuencias penales y sociales para el asesino o los asesinos que no solo exaltan su ventaja sobre los seres quebradizos que oponen una mínima resistencia; también se burlan de las leyes y de la sociedad, tan carente de reacciones… Así de reiterativo es el procedimiento: se victima a quien, a los ojos del ejecutor, es orgánica, constitutivamente, una víctima.

 

- En este escenario, ¿cómo opera la lógica del poder respecto a la impunidad?

 

A la delincuencia la multiplica la certeza de la impunidad. Según las estadísticas oficiales…, cerca del 90% de los delitos jamás reciben castigo. Esto, en primer término, es asunto de la corrupción policiaca y judicial, aunque debe reconocerse, no toda la policía es corrupta, y son numerosos los que cumplen con su deber y mueren en el ejercicio de sus obligaciones… La idea de una delincuencia ‘incorpórea’ a los ojos de la ley desmoraliza a los sectores sociales y los debilita de antemano en su enfrentamiento con la violencia…

 

Un buen porcentaje de los cuerpos policiacos emprende una guerra violentísima contra la sociedad, participa en acciones delictivas (de robos de banco a secuestros), asesora o coordina el narcotráfico, tortura y mata… Con poder político y dinero (instancias por lo demás indesligables) es posible defraudar, sobornar, someter a tarifa la impunidad delincuencial, asesinar opositores, talar bosques, contaminar industrialmente, construir fraccionamientos en reservas ecológicas, buscar imponer aeropuertos en zonas ejidales, ser a un tiempo contratista y gobernante… Es muy arduo documentar las acusaciones en una sociedad hecha para el florecimiento de la impunidad…

 

Las investigaciones policiacas no suelen ir a lado alguno si es que en rigor empiezan. Con frecuencia, se presenta de inmediato a los “culpables”, que luego demuestran la validez de sus coartadas y aseguran que sus declaraciones provinieron de la tortura…

 

- Estás enterado de la tragedia de Ayotzinapa. Te tocó presenciar otras masacres.

 

Las masacres son el trazo de una pesadilla inacabable. En última instancia, el examen de estos crímenes se desenvuelve entre dos polos, lo inerme y lo impune, esa garantía de no ser castigado que es el mayor estímulo racional del delito. La impunidad desafía el ya poderoso agravio nacional y en buena medida internacional. La estrategia de las autoridades, sin embargo, no varía: investigaciones torpísimas, ocultamiento y destrucción de pruebas, regaños moralistas a los cadáveres (“se la buscaron”), exhibición triunfalista (por lo común falsa) de casos resueltos, fabricación regular de culpables totales…

 

Ante la matanza digo obviedades, reacciones de indignación y tristeza, críticas a la indolencia criminal (en el mejor de los casos) de las autoridades, sarcasmos muy previsibles ante la ciénaga de las declaraciones priistas… Todo esto es circular y lo distribuyo en opiniones que se sueltan para evitar el silencio, y en apuntes mentales unificados por la protesta y el estupor… ¿Cómo se llega a tal monstruosidad, a la condición inhumana que, para mejor eliminarlos, vuelve pieza de caza a… los semejantes?

 

- ¿Crees que tenga consecuencias de fondo para la sociedad civil el conocimiento de lo ocurrido?

 

La primera y más grande consecuencia, según creo, sin la cual las otras desembocarán enloquecidamente en el pozo de la impunidad, es la decisión generalizada de no permitir que un acto monstruoso se diluya entre forcejeos penales y políticos.

 

- Y sin embargo no terminamos de conocer qué pasó. ¿No ha ocurrido nada con el antiguo monólogo autoritario?

 

¿Cómo se puede “comunicar” un sistema que nunca se ha distinguido, en estas décadas, por afianzar un mínimo diálogo democrático? ¿Cómo “comunicar” si del lado de los oyentes no hay vías audibles de respuestas? Llaman “comunicar” a la nueva pretensión tecnocrática del viejo monólogo autoritario… La escasísima capacidad de diálogo del gobierno lo lleva a vivir la “gran emoción de la apertura” cada vez que renueva lingüísticamente su demagogia.

 

- Al respecto, se invierte mucho dinero en ofrecer una imagen oficial del país. ¿Cómo se maquilla la realidad en México?

 

Desde que aparecieron los publicistas del régimen se acabó la injusticia social…

 

Un equivalente del arrasamiento policiaco (que es apenas la antesala a la barbarie gubernamental) son las declaraciones de los funcionarios, jactanciosas, irracionales, soberbias, francamente mendaces… A la realidad se le niega desde la desidia burocrática que uno llamaría cinismo de no asociar el término con el sarcasmo, algo muy por encima de las posibilidades de los funcionarios… ¿Por qué insultar así a la ciudadanía, la opinión pública, la sociedad civil y la asociación de ex alumnos de todos los centros de estudio?

 

- Eso se conecta con otro tema: la censura. En el México actual persisten las amenazas contra diversos medios, la compra o el despido de periodistas, los asesinatos constantes de quienes informan o denuncian…

 

La censura es, sobre todo, la intención permanente de ajustar un país a una determinada edad mental… El gran acierto de la censura es organizar una operación automática de castración de lo que pensamos, decimos y –sobre todo– actuamos. Como organización, la censura siempre rige la vida fisonómica de una sociedad. Creo que de algún modo uno siempre puede precisar el grado de censura de la ciudad en que se encuentra, observando la viveza o falta de viveza en la mirada de la gente alrededor. La censura tiende, como ejercicio de control y aspiración de mando, a suprimir la vida facial, a detener el crecimiento. Es una institución que teme: teme la madurez, al juicio crítico, a la evolución, a la revolución. Por tanto, es imposible que desaparezca, porque es imposible que cesen los resortes del miedo. Ahora, el que la censura pueda ser inerradicable no es obstáculo para que sea ferozmente combatible. La censura es miedo al cambio, en cualquier sociedad; y la lucha contra la censura es cambio.

 

- También está hoy la crisis de la izquierda, la ausencia de unidad y liderazgos creíbles de oposición. ¿Cuáles dirías que han sido los errores de larga duración de la izquierda?

 

Los hábitos del ghetto…, las supersticiones de un nacionalismo revolucionario falto de renovación, el mesianismo como translación confusa de lo religioso a lo político, el antigobiernismo como reflejo condicionado de la etapa en que se carecía de voluntad real de poder, el esquematismo en la perspectiva económica, y el lenguaje todavía lastrado por las décadas de llamar al arrinconamiento “auge de masas” y al autoritarismo de izquierda “centralismo democrático”.

 

- Y si pensamos en hechos concretos, ¿en qué ha fallado la izquierda mexicana?

 

En la defensa de los derechos humanos (la gran batalla de la izquierda latinoamericana), la defensa de los intereses de los trabajadores (no muy constante ni muy bien explicada), la adopción de causas feministas (con reticencias) y ecologistas (asunto importantísimo para algunos grupos, pero desdibujado en el conjunto de la izquierda), la defensa de los indígenas (muy sólida en la izquierda social y muy inconsistente en la izquierda política: recuérdese el voto perredista a favor de una ley indígena deplorable), la defensa de los derechos de las minorías, la batalla por la democratización de la cultura (un tema que no le atañe a la burocracia partidista), etcétera, etcétera.

 

- ¿Qué dirías sobre el PRD de estos días, tan escindido como siempre y más deslegitimado que nunca?

 

Al PRD, sin los corsés de hierro del presidencialismo del PRI y del fundamentalismo de índole clerical del PAN, suelen distinguirlo las falsas libertades, la copia de métodos típicamente priistas, la incapacidad de plantear ideas y proyectos. Más bien ataques ad hominem que degradan a quien los perpetra…

 

El culto por lo electoral ha ido devorando en el PRD las causas del principio y el proyecto general, por otra parte nunca muy nítido… El PRD ha perdido demasiadas oportunidades. A la izquierda política le toca argumentar y ejemplificar la democracia, no empobrecerse con el corporativismo y el clientelismo. La obsesión electoral, más que la corrupción, ha sido el beso de la muerte de muchísimas posibilidades y realidades del PRD…

 

Si se quiere transformar rigurosamente la angustia y la desesperanza se deberá optar por acciones sustentadas en la crítica y validadas por la ética… Si hay un pacto necesario es el de la reconstrucción de la confianza, lo que en el caso de la izquierda pasa primero por la autocrítica del PRD y de López Obrador, por la penalización de los que se han creído impunes y por el cambio de relación de la izquierda política con la sociedad. Sin restaurar inobjetablemente la autoridad moral será difícil exigir lo que sea.

 

- También la derecha apela a la moral como camino de salvación de la crisis que vive el país…

 

Para salvar una sociedad en crisis es preciso reconstituir la moral pública en un sentido muy distinto al moralismo que hoy padecemos. Reconstituir la moral pública quiere decir, de manera muy sintética, oponerse a las prácticas y a las justificaciones del capitalismo salvaje. No quiere decir, desde luego, concentrar todo el esfuerzo en prohibir los sitios de table dance, sino en combatir el criterio de acumulación a como dé lugar.

 

- Alguna vez dijiste que al país no lo define quienes lo gobiernan ni quienes lo interpretan, sino la cultura popular; que la historia de México era la historia de su cultura popular. ¿Sigues pensando lo mismo?

 

La pobreza es el elemento constitutivo del país. Si dices historia de México dices historia de la pobreza.

 

- Muchos hablan de la posibilidad de un estallido social de gran envergadura…

 

El estallido social ya se dio. En primer lugar, se dio cuando ya nadie les cree a los gobernantes; es el primer estallido social. El segundo estallido social: nadie los oye… Un gobierno que pierde su equipo de sonido francamente no sé cómo calificarlo… En tercer lugar… el estallido social está en la pérdida de las esperanzas; es el peor estallido social, no hay otro más grande.

 

- Tu diagnóstico resulta desalentador. México, a pesar de muchas cosas, tuvo un proyecto de nación. ¿Dónde quedó? ¿Cuándo se jodió el país?

 

En dos o tres sexenios, la clase política pierde destreza, oficio, conocimiento mínimo del país y capacidad de respuestas siquiera parciales a los conflictos. El gobierno –en tanto manejo financiero– se le encarga a la Secretaría de Hacienda, y casi hasta allí. Se hace mucho, desde luego, pero ya no en función de proyectos nacionales ni de enfrentamiento a la desigualdad, sino de inercias voluntariosas o de contratismo. Y se envían los diagnósticos y muchas de las decisiones fuera de los círculos del poder, en manos de los asesores, los mercadólogos, los abogados que contratan los expertos que eligen a los verdaderamente enterados (un asesor que no genera una cadena de asesores es un insulto al crecimiento demográfico).

 

La ineptitud pasmosa hoy tan a la vista no depende simplemente de la bajísima calidad de los gobernantes y de los parlamentarios, sino de algo más preciso: llegan al poder los convencidos de que el cargo genera experiencia por sí mismo, el conocimiento de la realidad nacional e internacional, la sagacidad y el don de imantar las frases por ellos pronunciadas. Arriban al poder los iluminados desde siempre (los fundamentalistas de la derecha), los que desprecian el trabajo con las masas (los priistas empresarios que desplazan a los priistas históricos), los que se sienten “turistas de la nacionalidad” (los que condescienden a ser mexicanos), los izquierdistas que usan de los puestos como revancha ideológica…

 

El sistema político mexicano (todos los partidos incluidos) exhibe ahora su penuria ética y su fecha de caducidad… Al ser la impunidad la única regla sacra, todo lo demás (el arte del gobierno, la organización de las finanzas, el manejo de la seguridad pública, el combate al narcotráfico, la preparación de la élite del gobierno) se puso en manos del vago azar y las más que flexibles leyes, y la clase política se fue haciendo en el tiempo libre de la hechura de fortunas y aparatos de adulación. Sé que difamo a las excepciones, y sé que las excepciones estarán de acuerdo conmigo: la caída de esta clase política se engendra en su decisión de clasificar los problemas como: a) aplazables, b) reprimibles, c) sujetos de corrupción, y d) irresolubles…

 

La política a la mexicana es el arte de inventar votos, de prometer milagros y de conceder impunidad a los corruptos; en cambio, la tecnocracia es la disminución del empleo, la reducción de la política a la invención de votos y el sorteo anual de selección de los corruptos sacrificables.

 

- Pero entonces, en cuanto a posibilidades de cambio en el país, ¿no es posible tomar medidas? ¿Existe alguna vía que pueda llevarnos a una realidad distinta?

 

Los años vividos en el pasado reciente… solo pudieron producirse gracias a una petrificación de las mentalidades y, por ende, de las instituciones… Hay que comenzar a reírse de todo, llegar al caos si es necesario, y hacer posible que los biempensantes se intranquilicen, ya que buena parte de sus males y de los nuestros proceden de sus limitaciones. Reírse de ellos, ridiculizarlos, hacerlos sentir desamparados; solo así podría cambiar algo. Una labor de Sísifo, sí, pero vale la pena emprenderla y, además, reduce la monotonía de la vida. Si resulta imposible humanizar esos rostros de hormigón armado que los políticos aspiran a adquirir desde su primer pinche puestecito, al menos se podría lograr hacer visibles algunas craqueladuras. Los jóvenes están hasta la madre de tanta tontería, ya ni siquiera se asoman al Museo de Antropología para no ver reproducidos en la Coatlicue los hieráticos gestos de sus dirigentes. Es necesario que todo el mundo aprenda a reírse de esos monigotes ridículos y siniestros que se dirigen a la nación como si por su boca se expresara la historia, no la viva, eso nunca, sino la que ellos han embalsamado. Cualquier novedad los amedrenta. Cuando la gente los conciba como las ratas que son, los loros que son, y no como soberbios leones y pavorreales que creen ser, cuando detecten… que son objeto de risa y no de respeto ni temor, algo podrá comenzar a transformarse; para eso es necesario hacerles perder base; están preparados para responder al insulto, aun al más violento, pero no al humor.

 

- ¿Basta con el humor para restituir la esperanza en un país como este que pareciera desmoronarse?

 

En lo político, casi en todas partes queda claro el desastre de los gobiernos y los partidos, el fin del empleo formal, el arrasamiento de los ecosistemas, la violencia urbana, el narcotráfico. Ante un panorama tan fatalista, es primordial el papel de las ideas en la sobrevivencia de las sociedades. Así se agoten y pierdan eficacia, o se diluyan y enturbien, las ideas genuinas incitan a movilizarse y resistir. Examínese el sentido contemporáneo de algunas palabras clave: sociedad civiltoleranciademocraciaprogramas incluyentesdiversidadpluralidad y empoderamiento, cuyas consecuencias son profundas aun si se dejan ver como lugares comunes. El proceso trasciende las formaciones políticas tradicionales, y en las alternativas al Pensamiento Único y al Desempleo Universal las ideas desempeñan un papel principalísimo.

 

- ¿Y en cuanto a resistencias individuales o a la sobrevivencia en ámbitos específicos?

 

Aquí vivir es oponerte; y no circunscribo el término a la oposición política: más bien lo amplío. El sentido de la sobrevivencia es ir en contra; hacerte a golpes de rechazo y duda sistemática. Claro que esto puede extinguirse en el espejismo, en la sustitución del afán crítico de contradecir por la gana anárquica de contrariar, y todos contentos… Pero yo siento que de algún modo este tipo de países, donde todo se organiza para evitar la disidencia, son muy estimulantes porque uno debe extraer esos estímulos de la continua demolición de lo que lo rodea, y eso implica la vigilancia permanente: en el momento en que vas aceptando lo que te rodea, en que te complaces advirtiendo como espectáculo lo que está promulgado como espectáculo, en el momento en que te fascina la conversación en la que participas, en ese momento, ya te “nacionalizaste”.

 

- ¿De qué depende que el PRI se mantenga en el poder?

 

Depende en lo esencial de la ausencia de respuestas organizadas, críticas, necesariamente pacíficas, informadas, provenientes de la ética y de la cultura jurídica de la sociedad.

 

- ¿Qué harías si pudieses resucitar y te nombrasen presidente de México?

 

La primera: organizar para el día de la toma de posesión un carnaval en donde cada uno de los mexicanos se disfrazara del personaje que más detesta. Eso sería, desde el punto de vista psicológico, visual y cultural, muy interesante, y nos permitiría ver a millones disfrazados como el presidente anterior, millones como su vecino, su marido o su esposa. La segunda: obligar a que todos los discursos que se pronunciaran en esa solemne ocasión fueran cantados. Creo que uno de los grandes escollos de la vida política es que los discursos son hablados y no cantados. Si se atendiese más al aspecto operático, zarzuelero o de comedia musical de la política, los resultados serían más notables. Y la tercera: una vez que el carnaval hubiera alcanzado su apogeo, firmar mi renuncia irrevocable. Mi mandato duraría 24 horas.

 

 

*

 

Nota: Todas las respuestas que aparecen en esta entrevista ficticia son citas literales extraídas de libros y artículos de Carlos Monsiváis, o de entrevistas que le fueron realizadas. Aquí el listado de referencias:

 

- Entrevista de James Fortson: “Bueno, Monsiváis, ¿y quién diablos eres tú? (Primera Parte)”, en Él, año III, núm. 33, junio, 1972, pp. 28-33, 84-88.

- Entrevista de Nina Menocal: “Carlos Monsiváis”, en México, visión de los ochenta, México, Diana, 1981, pp. 11-26.

- “Del saber de los tecnócratas. Declaraciones, aforismos, reflexiones en voz alta”, en La Jornada, 28 de septiembre, 1989, pp. 1, 12.

- “Aforismos que caben en pocas palabras”, en La Jornada, 23 de abril, 1991, pp. 1, 6.

- Citado en Sergio Pitol, “Carlos Monsiváis, el joven”, en El arte de la fuga, México, Era, 1996, pp. 30-51.

- “Acteal, zona sagrada y campo de matanza”, en Proceso, núm. 1104, 28 de diciembre, 1997, pp. 10-12.

- “El PRI (del ‘cambio correcto’) forever”, en Letras Libres, año I, núm. 12, diciembre, 1999, p. 83.

(1999), “Radiografía de la impunidad (‘De no ser por el pavor que tengo, jamás tomaría precauciones’. Notas sobre la violencia urbana.)”, en Letras Libres, año I, núm. 5, mayo, 1999, pp. 34-39.

- “Recetas para salvar a una sociedad en crisis”, Conferencia en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), octubre, 1999.

- Entrevista de Marco Antonio Cuevas Campuzano: “Carlos Monsiváis: en este momento detesto a los políticos”, en Quién, año 3, núm. 28, agosto, 2002, pp. 88-94.

- “El PRD, antes y después”, en Proceso, núm. 1431, 4 de abril, 2004, pp. 16-22.

- Entrevista de Jesús Ramírez Cuevas: “La obsesión electoral ha sido el beso de la muerte para el PRD”, en La Jornada, 9 de marzo, 2004.

- “La emergencia de la diversidad: las comunidades marginales y sus batallas por la visibilidad”, en Debate feminista, año 15, vol. 29, abril, 2004 pp. 187-205.

- “La ‘justicia selectiva’ y la educación jurídica”, en Proceso, núm. 1483, 3 de abril, 2005, pp. 20-21.

- “Las desventuras del Costo Político”, en Proceso, núm. 1485, 17 de abril, 2005, pp. 22-24.

“Atenco y la vulgaridad de la derecha”, en El Universal, 14 de mayo, 2006.

El Estado laico y sus malquerientes (crónica / antología), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Random House Mondadori, 2008.

- Entrevista de Carmen Aristegui: “Carlos Monsiváis”, en Carmen Aristegui y Ricardo Trabulsi, Transición. Conversaciones y retratos de lo que se hizo y se dejó de hacer por la democracia, México, Grijalbo, 2009.

- “México en 2009: la crisis, el narcotráfico, la derecha medieval, el retorno del PRI feudal, la nación globalizada”, en Nueva Sociedad, núm. 220, marzo-abril, 2009, pp. 42-59.

Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, México, Debate, 2010.

Las esencias viajeras. Hacia una crónica cultural del Bicentenario de la Independencia, México, Fondo de Cultura Económica, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2012.



[Nota: este texto se publicó en la revista Horizontal el 31 de marzo de 2015.]

5 de abril de 2015

La red y sus ritos instantáneos [Parábolas de las postrimerías]

 En Los rituales del caos existe una serie de textos titulados “Parábolas de las postrimerías” que describen con mirada futurista y retórica bíblica comportamientos y escenarios actuales. Estos alucines ficticios, de carácter socarrón e irónico, exacerban ciertas experiencias del ahora, sus valores escondidos y sus horrores subterráneos. He aquí una parodia de ese tipo de escritura monsivaíta, a la que hasta el momento se le ha puesto pobre atención. En este caso está enfocada en el mundo virtual y las redes sociales, fenómeno que Monsiváis ya no pudo cronicar.

 

I. Parábola de las mitomanías

Bienaventurados los hombres sin pudor porque de ellos será el reino de las redes. Las nuevas tecnologías construyen el santo y seña, el verdadero abismo, de la propia biografía. Y es ahí donde uno se entera de quién es, y a quién le importa. El miedo al ridículo se ha reducido a grados alarmantes y ya nadie teme exhibir la banalidad o la estupefacción de sus días. Los confesionarios ya no son lo que eran, y han sido sustituidos por los perfiles y el avatar que los acompaña. Está ahí el diario íntimo vuelto hipertexto y teatro, escenografía diseñada para el ojo forastero. Y si desde los inicios ha existido lujuria en la contemplación de lo ajeno, hoy el tránsito que vale es el de lo prohibido a lo desinhibido. No hay privacidad posible en la red porque la red es, por definición, experiencia compartida, ruptura del horizonte de lo íntimo. Y quien no lo sepa, descubrirá sus fotos en otro perfil, con su mismo nombre, pero con contraseña distinta.

 

Bienaventurados los pobres de cuerpo, porque de ellos será la realidad 2.0. ¿Qué sustituye a la corporalidad, sino las imágenes? No es que los afectos se desmantelen o pierdan relevancia o se vuelvan inauténticos. Es sólo que las fantasías que alimentan al amor y a las pasiones, son producidas por teclados y distancias. La profilaxis facial es un signo de los tiempos, y las utopías personales, al pasar a las pantallas, escamotean los defectos. En el proceso, algo se distorsiona de lo que antes llamábamos verosimilitud: la nueva censura fomenta imágenes sin llagas, manchas o “imperfecciones” de la piel, y el ojo se acostumbra a ver lo que en la realidad es absolutamente inexistente –cuerpos con curvas imposibles, ojos tecnológicamente diseñados, el reiterado abandono de la falla, el deterioro y los desperfectos. Y aunque la creencia de Lichtenberg renueva su vigencia (“Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados son quienes están de acuerdo con todo; en cuanto se padece un defecto se tiene una opinión propia”), todos se hacen los disimulados y nadie refrenda la cita (y si alguien lo hace, nadie más lo retuitea).

 

Bienaventurados aquellos que carecen de un rostro preciso porque obtendrán una avalancha de likes, y serán, de este tiempo, el pan, el vino y el circo. El ciberespacio es el reino de la mitomanía: cada uno deja constancia no de lo que es, sino de lo que quisiera ser. He ahí el poder de las metamorfosis: quien altera la propia personalidad lo hace atendiendo la antigua finalidad de preservar (o engrandecer) el ego y, muchas veces, lidia con sus disminuciones corporales (que también se exponen engrandecidas). Los sueños de Gutenberg producen, si no monstruos, sí fisonomías enajenadas (ajenas al propio yo). Ya se sabe que la imagen de perfil siempre es una aproximación (lejana) al rostro real, y que si uno quiere, en el ciberespacio, acercarse a los cánones de belleza, siempre lo hará bajo el signo de la sospecha. La subjetividad se construye al mismo tiempo como visibilización e invisibilización, y lo único que se obtiene, en verdad, son alegorías de la identidad, modos de la hipocresía, relatos simulados de una vida, para desgracia de cada quien, estandarizada.

 

Bienaventurados quienes buscan la originalidad cibernética porque de ellos será el legado virtual de lo contraproducente. La masificación es hija de la prolijidad y también del genio no individualizado. Lo excepcional es aquí ausencia colectiva o mejor: ocurrencia singular repetida al infinito –en sentido estricto: compartida por millones. ¿Quién se distingue si todos ejercen la misma actividad: actualizar de modo significativo el estado, escribir el post originalísimo, ver fijamente una pantalla? En la Tierra sagrada del internet, desaparecen los proyectos que no se queden en territorios de la imaginación, y la posibilidad de actuar es sólo un orbe simulado –la vida como almacenamiento de datos. La batalla por el prestigio es el infierno de lo virtual y lo indistinto, y todos se vuelven sujetos predecibles que viven la orgía de los trescientos mil tuits por minuto, y renuevan, instante tras instante, la impaciente necesidad de actualizar el perfil, la compulsión de registrarlo todo a través de la cámara miniaturizada.

 

Bienaventurados los que poseen identidades alternativas porque su felicidad será virtual o no será. Identidad alternativa no refiere aquí a la posibilidad de entrar en contacto con comportamientos marginales (que se dan), sino sobre todo con la posibilidad de la dramatización social y del cúmulo de metáforas rituales sobre las que ya Víctor Turner alguna vez teorizó. Si las máscaras sociales siempre han existido, ahora aparecen multiplicadas y exacerbadas. El anonimato es la máquina que produce personalidades y prestigios, temores y temblores, estilos de vida. Florece un nuevo decadentismo que Wilde hubiera abrazado con pasión crítica y pose política, pero no, aquí la mímica personal tiende a lo superfluo o a lo banal, aunque las pretensiones del momento afirmen lo contrario: se acude a una estética fracturada y espontánea, y cada quien se piensa como el Cartier Bresson de todos los instantes, el Góngora iluminado del verso hiper-libre, el Proust de la brevedad. Véanse, azarosamente, instagrams, blogs, time-lines, para comprobarlo. O sáquese del bolsillo el propio celular y acéptese la culpa y el castigo. La culpa de convertir la propia vida en espectáculo masivo, el castigo de nunca tener suficientes espectadores.

 

Gozaos y alegraos, porque vuestro mundo de equívocos, es también (ya lo dijo Deleuze) una fábrica de tristezas y frustraciones, no de manera definitiva, pero sí en la mayoría de los casos. Gozaos y alegraos, porque vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo, y es grande vuestro galardón en el cielo. Bienaventurados los sobrevivientes del juicio final porque sus correos electrónicos jamás serán hackeados.

 

II. Parábola de las lubricidades virtuales

Y Hi5 engendró a MySpace, y MySpace engendró a Facebook, quien al conocer a Twitter, decidió abandonar a YouTube, y pasar el resto de sus días subiendo fotos de su concupiscencia feroz con Flirck, Tumblr e Instagram.

 

Permíteme, oh, Señor, relatarte las virtudes del lance introspectivo, la bravata textual y el invisible coqueteo; hablarte de la provocación lúbrica que genera lascivia y falta de contención. Como siempre, las amigas (y las amigas de las amigas) pueblan el imaginario sexual de propios y ajenos, pero ahora están sus imágenes de perfil para volver más concreta (y menos creativa) la fantasía volitiva o voluble, ya no sé. Lo que sí es que están, tan sólo al alcance de un click, los rostros que son resultados del autorretrato, esa moda benigna o maligna (cada quien le confiere a las imágenes ajenas modos distintos del discernimiento), esa moda que, al menos hoy, parecería no tener fin (pero sí función o destino).

 

Dame las fuerzas, oh, Señor, para hablarte de esas efigies que son auto-emulación reiterada (y por ello, iconografía social): sostienen la cámara a cierta distancia, bajan la mirada para acentuarla, elevan los labios como síntoma impúdico de los besos guardados y las oralidades contenidas… es la pose repetida como signo de identidad. ¿Por qué me tocó a mí la desgracia de atestiguar esta época?, ¿hay todavía lugar para la redención? Lo virtual no es necesariamente lo virtuoso, ya se sabe, y las redes propician o multiplican las lujurias de la mirada, algo que tuvo su antecedente en revistas licenciosas y renta de videos pornográficos, pero que vive su edén hoy, en las webcams de sexo en vivo, o en el auge de las videograbaciones “caseras” que intentan (fallidamente) proyectarle autenticidad a un mundo que opera bajo el signo de la sospecha. No sé yo nada, Señor, del porqué de estas prácticas sacrílegas, pero me pregunto ¿qué logran preservar del deseo tangible y de los apetitos del manoseo verdadero? Enseguida me respondo que en las pantallas donde cuerpos y manos celebran festines del tacto pueden comprobarse:

 

a) la ausencia de originalidad en la euforia del gesto fingido,
b) la capacidad para hacer del éxtasis auditivo, aburrimiento insomne,
c) la liberación de las restricciones morales como reduccionismo de los sentidos,
d) la exhibición, que se quiere edificante, de la extravagancia o la inhumanidad,
e) todas las anteriores.

 

Me santiguo y te pregunto, oh, Señor, ¿qué fue de los espacios reales del faje, de la ciudad en donde el coito era hazaña furtiva contra los padres o los policías?, ¿por qué en la actualidad la mesa frente al computador es lo que ha sustituido (y determina) la secuencia de nuestros aprendizajes eróticos? Cada día, cada hora, cada minuto, ahora mismo, se abre la pantalla y se acude a la mano fácil, húmeda y casi siempre presurosa, pero ¿qué se puede hacer, oh, Señor, ante la pérdida de experiencias, ante la disminución de la intensidad que ahora todo lo gobierna?

 

Porque no quiero caer en la falacia del que sólo conoce a través del prejuicio, he dedicado horas y horas a la contemplación, sin prisa pero apesadumbrada, de los chats de sexo y las páginas en donde se compila el resultado de esas prácticas infames que son el sexting y la autopromoción de fotos íntimas. Y también me he entrenado en las fórmulas eficaces que perseveran en los chats para el ligue candoroso y las apps de sexo instantáneo. Por eso te pido, oh, Señor, que enmiendes tú las perversiones del ahora, que impongas sanciones a los indecentes, y reduzcas la confusión de quienes destilan con sus cuerpos el magma blanquecino de los impíos y el sudor hirviente que surge de frotes enajenados, de roces producidos contra uno mismo. Castígalos, oh, Señor, para que sepan que ningún pecador puede alcanzar la paz celeste, luego de vivir los imaginarios de la avidez sólo como eso, como ejercicios solitarios que no llevan a las verdaderas lubricidades, aquellas que ejerce la carne sobre la carne, que produce el aroma de los efluvios convulsivos, y que no inhibe, a través de la depilación, el vello púbico, esa realidad fantástica, arborescente, tan perfectamente plena.

 

III. Parábola de la indefensión en la red

Y vi que en la manos tenía un teclado aquel que se hallaba sentado en el trono. Y observé a un ángel imperioso que pregonaba, entre estertores, a su lado: “¿quién es digno de lanzar en el ciberespacio, y sin nombre, todos sus prejuicios?, ¿puede aquel creer que no será llamado a cuentas?” Y supuse entonces que en el mundo virtual de las postrimerías ya no operarían las certidumbres fáciles, y que los imperativos se actualizarían por falta de fe: Porque ando en valle de sombra de muerte / temeré a todos los males o a ninguno; / porque no estarás conmigo / nadie frente al teclado me infundirá aliento. Y miré, y vi que el trono lo ocupaba un sujeto sin rostro y con muchos ojos y brazos, y que esa era la forma en que el castigo de Dios se expresaría hacia el final. Y comprendí que el mundo de mañana sería presidido por resquemores y desconfianzas, un orbe donde la apariencia siempre resultaría más expresiva (no necesariamente más eficaz) que la esencia. Y el ángel imploró mi cercanía y me llamó ‘Cordero’. Y no tuve de otra que acercarme a la pantalla. Entonces escuché la voz de los muchos llamándome a la inmolación, y comencé a tuitear, endemoniado. Y a todo lo creado que está en el mar, y en el cielo, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: “Al que está sentado en el trono, y a ti, que estás a su lado, caiga sobre sus cabezas la intolerancia y el horror; y no halla compasión para sus hijos y los hijos de sus hijos”. Y enseguida la pantalla se llenó de bots y troles cibernéticos, y en mi ofuscación comprendí que la violencia era la demasiada gente incorpórea y su anonimato. Y vislumbré que la impunidad seguiría siendo hija de la masificación, y me dije que siempre sería más fácil aventar la piedra y esconder la mano cuando se estaba en medio de un baile de antifaces, sobre todo si se contaban por millones quienes asistían a la fiesta. Y comencé a leer imprecaciones mordaces, difamación repetida por cientos de millares. Y recordé que Pellicer había dicho ya, con un lenguaje menos arcaico y más efectivo, la misma idea: mudos espiamos a otros, mientras delatores voraces nos vigilan y observan. Y entonces el ángel levantó su mano al cielo y sentenció: “la violencia será el castigo para los que busquen la libertad sin fueros”. Y eso era, en aquel momento, la pantalla: violencia verbal –hija de la ausencia de responsabilidad y normas, pero también producida por algoritmos y recopilaciones estadísticas. Y la intimidación recibida, una y mil veces, y la voluntad de ofrecer mis palabras, mis gestos y mis señas, me convertía en mi propio verdugo, consumidor voraz y siempre insatisfecho; porque eso sí, yo no dejaba de tuitear, a pesar de la vulnerabilidad excesiva de ese aleph borgiano, que para mi sentido común se había vuelto trampa intemporal, porque nadie puede verlo todo al mismo tiempo y mantener la inocencia intacta, y porque un espacio dominado por la ausencia de cuidado y contacto físicos, puede ser el signo del Apocalipsis por venir, la columna de fuego que nos espera en el último de los días.


[Nota: este texto se publicó en Confabulario (suplemento cultural del periódico El Universal), el 4 de abril de 2015.]

14 de marzo de 2015

Sobre la decepción

La decepción tiene nombres propios. Ciertas personas la encarnan. Generalmente personas cercanas o que pudieron serlo. La amistad es una fe quebrantable. En mi historia el desengaño tiene tres o cuatro nombres. Vínculos de largo tiempo o apenas en gestación. En todos los casos, sujetos a quienes les otorgué diversos grados de confianza que, de un modo u otro, quebrantaron o incluso utilizaron contra mí. También a veces el desengaño toma la forma de la ingratitud: apuestas a favor de alguien que a tus espaldas hace trampa en tu contra. O el caso más doloroso: cuando sin razón de por medio y a través del silencio, un amigo hace de un vínculo duradero, pura lejanía, dejando en profunda sombra lo que un día fue luz.

La pérdida de afectos es un drama íntimo y público: les ocurre a todos en un escenario sin espectadores visibles. Y además es recurrente: cada tanto el ciclo se renueva, como si el desencanto fuese un designio sin fin. Pero no todo desgarro posee la misma profundidad ni duración; cada uno construye su propia naturaleza y adquiere significados radicalmente distintos. Podemos procesar el adiós de distintos modos de acuerdo a si hubo restitución o no, si la sinceridad permitió re-anudar el vínculo o hacerlo jirones por completo, y también en función de cómo la distancia apareció de forma súbita o fue partida gradual. A veces, la violencia de la ruptura es lo que impide recordar ciertos rostros sin resentimiento; o el descubrimiento a posteriori de hipocresías y palabras falseadas. Otras veces son formas de la tontería (inmadurez, ingenuidad y otras deficiencias emocionales) las que gestan el color amargo que adquieren los recuerdos de quien se fugó del nicho que ocupaba en el propio cuerpo. Esa cavidad que no puede ocupar nadie más (pues sólo a aquel le era destinada) es un territorio al mismo tiempo propio y ajeno, hasta que no es expropiado por quien decidió abandonarlo, cambiando su condición de nativo para convertirse en desertor.

Traición y tradición tienen el mismo origen etimológico: del latín traditio, traditionis, implican entrega, transmisión. Pero en “traición”, la “tradición” ha perdido la “d” intermedia, y con ella el sentido positivo, cargándose de acusación. “Traición” significa por ello sí entregar, pero al otro bando, al enemigo. Y el enemigo en los vínculos afectivos siempre es la desconfianza, la pérdida de fe en el otro, el abandono de la confidencialidad. El espacio de las confesiones, tan propio de la amistad, actúa como burbuja en el aire: mientras dura es perfecta, hasta que alguien saca la aguja y el mundo se desploma en toda su imperfección. Es como despertar hacia una pesadilla en donde quien nos daba la mano para salvarnos, nos la corta de un tajo para contemplar, sin remordimiento, nuestra caída.

Debería decir aquí que yo también he desertado, huyendo de afectos y de espacios en donde los secretos eran un don valioso proferido por alguien más. Y aunque he intentado subsanar la atmósfera que mi traición contaminó, no siempre esto ha sido posible o fácil. La asfixia deforma, a veces, sin remedio. Difícil describir cómo se modifica la mirada de quien alguna vez confió en ti. Veo los rasgos de mis desengaños en el espejo de esos rostros decepcionados de mí. Es como si la epidermis de una cara se desfigurara, como si una máscara naciera de sus entrañas. Pareciera que uno va por la vida coleccionando caretas intercambiables, como si todo fuese un baile de disfraces en donde los roles se truecan continuamente, y uno por momentos se mueve como el villano infame y en otros como la víctima que corre a consolarse, discretamente, en un rincón del salón.

Puesto que yo he querido ocupar en memorias ajenas un lugar no edificado por la vileza, quisiera tampoco recordar ciertos rostros con resentimiento. Pero no siempre es posible. Ya se sabe que la tirria es una ramificación del cariño y que estar conscientes de ello no asegura que podamos escapar al laberinto del rencor. El resentido ha transfigurado su apego en animadversión, pero no ha abandonado el afecto. ¿Es posible que lo haga? Sólo él puede saberlo. El dolor o la incomprensión nacidos de la deslealtad son trampas difíciles de sortear. Confieso que por mi parte no siempre lo he conseguido. Hay quienes quedan fijos en la parte más oscura de nuestra memoria. Y no podrán fugarse aunque quieran: se quedarán ahí para siempre.