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13 de septiembre de 2012

Tedio y frenesí: la cartografía onírica de Nuria Fragoso




“quizá el punto está no en la cosa o las cosas que se trafican, se tratan, se especulan,
sino en el espacio, el momento, el lapso entre unas y otras … en la pausa en que tienen interés
dado que no se ha consumado … dado que no se ha ejecutado
el intercambio, el reemplazo, el relevo

Diego A. Lagunilla, “Tráficos”


¿Es posible la calma en la ciudad? ¿Es posible rastrear los patrones que el chilango promedio pone en juego a la hora de habitar el espacio urbano? “El tedio es el umbral de grandes hechos” escribió Walter Benjamin en las notas a su proyectado Libro de los pasajes. Los habitantes de las grandes metrópolis de principios del siglo XXI pocas veces estamos concientes de este hecho. Dejamos pasar la vida como si el estrés fuese el método para alcanzar el bienestar. En medio del tráfico o enfrascados en la espera de algún trámite, nos impedimos dar un paso más allá del tedio, no somos capaces de abrazarlo para luego, de un puntapié, lanzarnos al vacío de lo insólito. ¿Por qué ocurre esto?, ¿cuál es la razón de que no nos atrevamos a contemplar la vida como un lugar repleto de continuos asombros?




Estas preguntas me envolvieron al presenciar un performance en el Zócalo de la Ciudad de México hace un par de años. En ese gran páramo que sigue siendo el centro simbólico del país, una noche de enero de 2010 se puso en marcha un experimento que buscaba comprender, de algún modo, la manera en que los habitantes de una megalópolis le otorgan sentido al tiempo cotidiano y se perciben a sí mismos en medio del espacio público. La idea era simple, mas no por ello infértil: durante 24 horas un grupo de artistas, coordinados por Nuria Fragoso, se dedicarían a trazar “un mapa de presencias”, no de todos los transeúntes que recorrieran la explanada capitalina, sino sólo de aquellos que por algún motivo hubiesen decidido detenerse, hacer una pausa, en medio del caótico y veloz fluir urbano.


¿Cómo nos relacionamos con los cambios que sufre nuestro entorno? Observar la reacción de quienes se volvieron partícipes instantáneos del hecho colectivo fue fascinante. El pasmo o la extrañeza, la estupefacción e incluso el pudor, no se hicieron esperar. Lo que se lograba, en principio, era modificar la autoconciencia sobre esa brevísima y transitoria experiencia de haber hecho un alto en medio de la ciudad. Al marcar con líneas de cal un cuadrado alrededor del sujeto o del grupo de personas intervenidas, cada quien de algún modo se percataba de la huella que su presencia podía dejar en el espacio, así como del vacío que al irse dejaba tras de sí. Su estar en la ciudad había quedado registrado y el tiempo que dedicaron a detenerse había generado una marca, se había convertido en un paréntesis en medio de su rutina diaria. De algún modo, la ciudad los había vuelto fantasmas.


A la manera de quienes padecieron los experimentos del interaccionismo simbólico, algunos transeúntes, a partir de lo que les acababa de ocurrir, comenzaron a percibir su rededor de otra manera. Al menos esa fue mi impresión. Conforme pasaban los minutos y las horas, el Zócalo se fue convirtiendo en un gran mapa de ausencias, una cartografía de espacios vacíos, como si hubiese quedado fijada en la memoria del espacio, la placa fotográfica de los citadinos que estuvieron ahí. El registro de lo ocurrido constituía una suerte de negativo de las presencias cotidianas que, por sí mismo, hablaba ya de la ruptura del frenesí: al menos coyunturalmente el horror urbano se suspendía. Era ese, acaso, el retrato de nuestro tedio, la pausa que por algunas horas logró romper el nervioso y alienante furor citadino.


El performance de Fragoso, además de construir una cartografía física sobre un territorio específico, se completaba a través de otro registro, el de los puntos marcados en un localizador GPS, el cual funcionaba como traductor para generar otro mapa, en este caso conceptual y que puede apreciarse en la web: http://decartaygrafia.blogspot.mx/ La intención de fondo consistía en rastrear, de este modo, los usos personales que hacemos de la ciudad. Ya no hablar del Zócalo en los términos habituales, en relación con los significados que usualmente le atribuimos (un espacio regulado por el nacionalismo y la política tradicional), sino poner al sujeto en el centro de la acción y dejar que sus pasos y pausas hablen por ellos. Al idear su proyecto, la artista se preguntaba: “¿Es posible que el espacio público te llame a estar contigo? ¿Curiosamente a estar solo, donde no lo estás?” La utopía del proyecto consiste en suponer que a través de la geografía delineada puede hallarse un modo nuevo de trazar ciertas rutas, trazos a partir de los cuales los individuos delimitan un tiempo personal, un centro para la espera, el ocio o el tedio.


Recuerdo aquel día y algunas oposiciones me vienen a la cabeza: tránsito vs. inmovilidad, pausa vs. inercia. De cierta manera, Fragoso buscaba poner en tensión esas dos experiencias urbanas que son el tedio y el frenesí –dos polos opuestos de la cultura urbana, frente a los que a diario debemos elegir. Me parece que al hacerlo lo que logró fue crear cierta atemporalidad a través de un registro, paradójicamente, dinámico. Esto es claro cuando uno ve el video que surgió de tal experiencia. El mismo comienza al interior del metro, empleando una focalización por decirlo de algún modo, nerviosa. Esto cambia cuando inicia el performance: ya no se trata de imágenes en movimiento, sino de fotografías fijas (con breves secuencias de time lapse que agilizan la narrativa). Lo interesante es que de algún modo, también ahí se privilegia el tiempo muerto de la narración. Si pensamos que todo comentario sobre la realidad constituye una intervención reflexiva, una especie de pausa durante la cual se crea un vacío gracias al cual la historia se detiene, podemos entender la perspectiva ideológica de la artista.


Como lo dice su nombre, “La pausa” se trata de un ejercicio estético en contra de la velocidad. Y en algún sentido, una crítica a las erosivas dinámicas de la economía y a la lógica instantánea de los medios. Al hablar sobre el uso del control remoto, Beatriz Sarlo en sus Escenas de la vida posmoderna afirmaba que en la televisión existe una “variada repetición de lo mismo” y que por ello, “la velocidad del medio es superior a la capacidad que tenemos de retener sus contenidos”. Desde la perspectiva de Fragoso, si no creamos vacíos en medio de un mundo vertiginoso e inasiblemente veloz, seremos incapaces de comprender nuestro entorno, pues seguiremos sometidos a los impulsos inconscientes de la ciudad –que como se sabe se perciben como continuos, irrefrenables y repetidos.


Aquel enero de 2010, en el Zócalo había parejas y solitarios en busca de parejas. Grupos de amigos y niños; ambos jugando desde su ombligo del mundo. El tiempo fluía hasta volverse tedio, apertura, vacío. Algunos padres cargaban a sus hijos. Policías y barrenderos también se detenían, y eso los colocaba fuera de contexto. Pero eso sí, por alguna razón la actitud constante dejó de ser la prisa; predominaron la espera y también algo inesperado: la contemplación. Gracias a una especie de fuga, el lugar pudo volverse otra cosa: un espacio onírico que provocaba, en la mirada, pleno disfrute. El piso, con su característica superficie grisácea, dejo de ser algo enlutado. Semejaba una especie de friso con múltiples puertas dibujadas. O un cuadro de arte abstracto que privilegiaba las formas geométricas… ¡un Kandisnky urbano! O un lugar cuyo ambiente prefiguraba lo espectral. En cualquier caso, algo se había transfigurado en ese escenario que, por más habitual, se había vuelto irreconocible y feliz.




La Pausa. Un mapa de presencias en el Zócalo de la Ciudad de México
Performance de Nuria Fragoso
Zócalo de la Ciudad de México, 22 de enero de 2010.
Fotografías de: Carlos A. Altamirano, Eduardo Lemus, Nuria Fragoso, Isabel García, Nayla Altamirano y Awen Southern.



[Nota: una versión de este texto apareció en la revista Replicante, 10 de septiembre de 2012.]

10 de agosto de 2012

Vladimir Saavedra: Trascendencia y utilidad




El trabajo de Vladimir Saavedra se ha caracterizado por una búsqueda de comunión entre la escultura y la vida cotidiana. Luego de explorar diversas técnicas como el óleo, el collage y el emplomado, ha hecho del hierro forjado la base para expresar sus propuestas visuales. Esto no le impide incorporar materiales tan diversos como focos, mecate, vidrio y plantas de origen natural.




Uno de los objetivos implícitos en su propuesta estética tiene que ver con el funcionalismo: el arte ya no sólo como trascendencia sino como objeto con una utilidad diaria. De este compromiso se deriva el carácter lúdico de las obras.




Dos son las preocupaciones fundamentales que pueden rastrearse en cada una de sus piezas. La primera tiene que ver con la experiencia como un proceso en continua transformación y que no se detiene. Esta preocupación adquiere su expresión formal a través del reciclaje utilizado como método creativo. La recuperación de desechos, basura, pedazos de artefactos inservibles es utilizada para crear piezas insólitas que representan una puesta en escena del ciclo vital de los materiales (reproducir la vida a partir de lo viejo y lo muerto, encontrar modos de expresión mediante el rescate de lo caduco hecho textura, piel, óxido).




El segundo eje de esta propuesta artística tiene que ver con la búsqueda de una identidad a partir de la comunicación. Cada pieza expresa un intento por romper barreras, prejuicios, moldes establecidos. Y aquí entra en juego no sólo la realización del placer como objetivo estético, sino como ejercicio cotidiano. El confort como poesía concreta, estética de las satisfacciones, se deriva de la utilidad, siempre sutil, de cada arte-objeto. El confort (vuelto color, reflejos de luz, atmósfera) ya no como lujo sino como crítica de una realidad gris, obtusa y siempre perfectible. Lo que hace propicio que la comunicación fluya y escape de los circuitos hegemónicos y por lo común, carentes de belleza.




22 de febrero de 2011

Tras la intemperie

[En torno a la serie fotográfica Cortinas de luz de Paulina Cortés Salgado]


La ciudad habla desde espacios recónditos. Recorremos diariamente la misma calle y por una ceguera insólita, dejamos de escuchar lo que ocurre detrás de las cosas. La fotografía rescata esa mirada que da cuenta de los detalles perdidos. Labor arqueológica ante los vestigios del mundo actual, consiste en recobrar fragmentos de una ciudad que no sabemos si está en proceso de edificación o devastada.

El ojo pone atención a construcciones relativamente frágiles. Armazones de metal cubiertos por lonas que tienen funciones itinerantes: el puesto de jochos que se arma y desarma en un dos por tres, una estética ambulante para cortes de pelo súbitos, cuerdas que sostienen toldos iluminados por electricistas espontáneos.


Estas guaridas contra la intemperie no están vistas con un afán de registro, con la intención de dar cuenta de los hechos. Se trata de ver la realidad oblicuamente, de crear un lenguaje donde lo implícito sea descifrado por el espectador. De ahí que el fotógrafo construya metáforas visuales en torno a lo que ocurre en esos cubos improvisados para el comercio, para el intercambio de mercancías y lenguajes.

Quien observa el mundo de este modo no retrata: inventa la realidad. Abstrae del contexto, borra los vínculos explícitos directos, y apuesta por el juego de las sombras y las luces, por crear imágenes donde los contornos y siluetas hablen de otro modo, digan otras cosas. Se trata de un lenguaje de la intuición, donde la elipsis es el mecanismo poético que detiene una escena y la trastorna, volviéndola naturaleza muerta, juego de colores, papalote.

Los modos de vida y las labores cotidianas se vuelven así un espacio de revelaciones instantáneas. ¿Qué es posible ver en esta proyección de sombras? Dibujos infantiles, catarinas, hombres jugando dominó, banderas, espectros. Todo lo que la imaginación prodigue. Al fin y al cabo, aquí, la noche y el día nos muestran sus efectos generalmente ocultos.


Vemos fotografías y nos encontramos frente a presencias fantasmales. Los transeúntes de la urbe se miran en el espejo y toman consciencia de las infinitas posibilidades estéticas que les ofrece su metrópoli. Ciudad-reflejo y ciudad-hallazgo. Somos estallidos de la luz.

Las imágenes hablan de esos otros que habitan a diario una habitación hecha de plástico y que, sin saberlo, crean realidades paralelas que nos llevan al goce de los sentidos, donde la violencia parece disuelta o imposible.

16 de octubre de 2010

Para diluir su ausencia: Helen Escobedo

Fotografía de Érika Ruíz Vitela

Hace un mes murió Helen Escobedo, escultora precisa que colaboró en la creación de un lugar mágico: el Espacio Escultórico, ubicado en la zona cultural de Ciudad Universitaria. Dejo aquí dos fragmentos que de algún modo la evocan. El primero proviene de un texto publicado hace unos meses y cuyo título evidencia mi frecuente paseo por ese sitio: "Breves incursiones al espacio escultórico". El segundo es una evocación en otro registro, pero con el mismo sentido de extrañeza que suelo tener al recorrer los espacios diseñados por HE. Dicen que uno siempre regresa a sus pasiones obsesivas. Este es el caso.


En la escultura de Helen Escobedo*



Envueltos en las madejas de la irrealidad, caminan hacia un paraje desierto –oasis tibio en medio de una ciudad ruidosa, atroz, imposible. Todavía no se cumple la mitad del día, pero el cisma de los cuerpos ya anuncia el fulgor y la celebración del tacto.

(Ella te provee de aliento, anima la proximidad, le da sentido a tus señales abasteciéndolas de significado, color, sonrisas. Su presencia te provoca ardor íntimo, lucidez, ansia de dicha).

Alrededor de sus cuerpos se erige una burbuja que los envuelve irreconocibles, los separa del resto de las cosas. Lugar extraño y a la vez familiar, los brazos son puerta afectiva, páramo donde nadie falta. Apenas se conocen; sin embargo, los vocablos sobran cuando las miradas hablan de la perpetuidad de los instantes.

(Observas hacia el cielo: dos muchachos han trepado por los bordes de hierro y emiten un olor acre y dulce –la mariguana que no requieres para palpar el dorso del cosmos que roza tu cuerpo).

Sumergidos al interior de un esqueleto amarillo y rojizo, una escultura rectangular los contiene. Como si el exterior reprodujera el estado interior de sus cuerpos, los colores y las superficies se multiplican: el deseo es siempre ansia de repetición.

(Has cruzado un umbral del que es difícil volver. Existe un punto de fuga por el que se calcina el pasado y se decanta el porvenir: estás ahí, mirándolo. Frente a tus ojos un cuerpo emite aire, danza contrario a la brisa invernal. Acechas su voluptuosidad tímida, bebes un virus inédito, su piel te quema las manos).

Alguien observa a lo lejos dos cuerpos irrefrenables: ciegos, viven, por el momento, un paréntesis de la vida.

(Para diluir su ausencia, le escribes estas palabras).


Territorio del aliviane. El espacio escultórico**



Como siempre, voy en busca de vértigo y contemplación. Entro al espacio escultórico en Ciudad Universitaria. Camino por el círculo que envuelve los restos expelidos por el volcán. Elijo una columna y escalo. Me acuesto sobre la roca triangular y desde ese centro de gravedad, escucho el rumor de la ciudad. Cual mar, su eco viene como el oleaje: ritmo repetido. El tráfico y fluir citadinos tienen el sonido de una constante carrera sin destino. Fuera de todo ese sinsentido me hallo en medio de un centro de sosiego. Ojo del huracán, este espacio devuelve la calma. Es un receso, letargo provisional, lo sé. Sin embargo es suficiente para hallar desahogo.

Contrasta con los coches, el canto de las aves y los insectos que pasan alrededor mío. El espacio escultórico, en medio de la incertidumbre, de tiempo en tiempo se ha vuelto un oasis de libertad. Me levanto. Siento cómo el viento violenta mi cabello. Rompe el silencio —quebranta la quietud de quedas oquedades. Coloco mis pies sobre la orilla y siento el vértigo de caer. La forma en que el vacío te llama. Entonces miro hacia arriba. No hay sol que aliente ese salto. Las nubes plagan el cielo. Está por llover. Salgo de ahí. Resisto un día más y regreso a otro vértigo, en medio del humo de los coches.



*Fragmento de "Breves incursiones al espacio escultórico", en Los bastardos de la uva, año. 1, vol. 1, abril-junio de 2010.

**Incluido en Sentido de fuga. La ciudad, el amor y la escritura, México, UACM, 2009.