“Tal vez este periodo haya durado unos veinte días. Por aquel tiempo el verano fue alcanzado por el otoño, le permitió algunos cielos vidriados en el crepúsculo, mediodías silenciosos y rígidos, hojas planas y teñidas en las calles” (Juan Carlos Onetti)
Mostrando entradas con la etiqueta Dosis musicales. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dosis musicales. Mostrar todas las entradas
7 de octubre de 2010
23 de mayo de 2010
De la alegría
Fin de semana de aflicciones y vaivenes. En medio de eso, un par de canciones que alegran ciertos instantes de sosiego:
Además, aferrado a la catarsis, dejo acá cuatro videos para sacar sonrisas (advierto que el último es políticamente muy incorrecto):
http://www.youtube.com/watch?v=zbMlNG2ecqE
http://www.youtube.com/watch?v=JvqstfxyRzA
http://www.youtube.com/watch?v=6LJHo0q_BGo
http://www.youtube.com/watch?v=GEWiL1fbx_I
Además, aferrado a la catarsis, dejo acá cuatro videos para sacar sonrisas (advierto que el último es políticamente muy incorrecto):
http://www.youtube.com/watch?v=zbMlNG2ecqE
http://www.youtube.com/watch?v=JvqstfxyRzA
http://www.youtube.com/watch?v=6LJHo0q_BGo
http://www.youtube.com/watch?v=GEWiL1fbx_I
9 de mayo de 2010
Sweet sadness
Cantar la depresión es un arte. Sin duda. Requiere la fortaleza de no dejarse arrastrar hacia el abismo de la cursilería o la flagelación. Y es que, en general, el dolor vuelve extrema la expresividad (lo emotivo es un vértigo ajeno al buen gusto).
Suele ocurrir que el fondo de las cosas determina el modo de expresarlas. El cliché lo confirma: uno grita enojado y suspira nostálgico. Así, el tono de una canción azotada se asocia con el blues (‘Champion’ Jack Dupree es un buen ejemplo) o con Chavela Vargas (nuestra aguardientosa voz vernácula).
Pero sucede, a veces, que justo el contraste es lo que impera a la hora de cantar la depresión. En mi ipod tengo una lista de reproducción titulada "Sweet sadness". En ella aparecen canciones que muestran la ambivalencia real que implica estar en estados de tristeza profunda: se va de un extremo al otro… momentos de total bajoneo y de total exaltación, arrebato que precede al desconsuelo, que precede al ímpetu, que precede al abatimiento… Una espiral que creemos no tendrá fin. La dicha de la congoja.
Entre las tristezas y angustias cantadas con alegría y excitación aparecen en dicha lista, canciones de Juan Gabriel (“Insensible”), The Cure (“Boys don’t cry”), Polo Montañez (“Un montón de estrellas”), Yuri Buenaventura (“Mala vida”), Gloria Gaynor (“I will survive”) y The Beatles (“Help”, en la hermosa versión en la cual a John se le olvida la letra). Pero quizá la que me parece más precisa de todas las canciones incluidas es una cantada por Menudo, en cuyo título (“Claridad”) se encuentra ya la búsqueda de algún subterfugio por el cual escabullirse, un subterfugio para dejar de estar atraídos por la fuerza de gravitación de ese hoyo negro que es la depresión. La letra es una especie de ruego cuyo momento cumbre es, por supuesto, cuando aparece la afirmación reiterada "sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí". Acá la letra (que podría también hablar de la relación que tiene un adicto con su objeto de obsesión) y el video:
Ven claridad, llega ya, amanece
de una vez, claridad, por piedad, mata sombras,
dame luz, resplandor, libertad,
para no soñarla más, no ya no, nunca más,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Ven claridad, quédate, y no vuelvas a escapar,
no te lleves el sol, que no quiero recordar
su figura, su voz, cada noche que pasó
como ayer, como hoy,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí.
Ven claridad, llega ya, trágate la oscuridad,
llega ya, vuela ya, que el soñar me va a matar,
basta ya de esperar, de la misma forma,
sí necesito tu luz,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Coloreando el cielo de azul me siento un poco mejor, mejor
llena mi ventana de luz, se desdibuja su amor, su amor.
En la penumbra llega el miedo, llega a quebrarme la razón.
Ella es sólo soledad y silencio.
No más, regresa claridad.
Sol, claridad, viva luz, el trabajo, la ciudad,
caminar y vivir, como entonces, como fui,
claridad, quédate, esta noche,
sobre mí, claridad, plenitud,
que olvide su esclavitud,
ah ah ah, que olvide su esclavitud.
Ven claridad, llega ya, trágate la oscuridad,
llega ya, vuela ya, que el soñar me va a matar,
basta ya de esperar, de la misma forma,
sí necesito tu luz,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Coloreando el cielo de azul me siento un poco mejor, mejor,
llena mi ventana de luz, se desdibuja su amor, su amor.
En la penumbra llega el miedo, llega a quebrarme la razón.
Ella es solo soledad y silencio.
No más, regresa claridad.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
----
1. Por alguna razón las canciones de las que he hablado en este post me remiten, irremediablemente, a mi amigo Pablo Martínez. (También el baile risible de Menudo).
2. ¿Alguien ha visto el surrealista video de "Un millón de maneras de olvidarte" de Fandango (rola también incluida en mi “dichosa” playlist)? Acá, por si se atreven: http://www.youtube.com/watch?v=2Fp8JZUxc8A
Suele ocurrir que el fondo de las cosas determina el modo de expresarlas. El cliché lo confirma: uno grita enojado y suspira nostálgico. Así, el tono de una canción azotada se asocia con el blues (‘Champion’ Jack Dupree es un buen ejemplo) o con Chavela Vargas (nuestra aguardientosa voz vernácula).
Pero sucede, a veces, que justo el contraste es lo que impera a la hora de cantar la depresión. En mi ipod tengo una lista de reproducción titulada "Sweet sadness". En ella aparecen canciones que muestran la ambivalencia real que implica estar en estados de tristeza profunda: se va de un extremo al otro… momentos de total bajoneo y de total exaltación, arrebato que precede al desconsuelo, que precede al ímpetu, que precede al abatimiento… Una espiral que creemos no tendrá fin. La dicha de la congoja.
Entre las tristezas y angustias cantadas con alegría y excitación aparecen en dicha lista, canciones de Juan Gabriel (“Insensible”), The Cure (“Boys don’t cry”), Polo Montañez (“Un montón de estrellas”), Yuri Buenaventura (“Mala vida”), Gloria Gaynor (“I will survive”) y The Beatles (“Help”, en la hermosa versión en la cual a John se le olvida la letra). Pero quizá la que me parece más precisa de todas las canciones incluidas es una cantada por Menudo, en cuyo título (“Claridad”) se encuentra ya la búsqueda de algún subterfugio por el cual escabullirse, un subterfugio para dejar de estar atraídos por la fuerza de gravitación de ese hoyo negro que es la depresión. La letra es una especie de ruego cuyo momento cumbre es, por supuesto, cuando aparece la afirmación reiterada "sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí". Acá la letra (que podría también hablar de la relación que tiene un adicto con su objeto de obsesión) y el video:
Ven claridad, llega ya, amanece
de una vez, claridad, por piedad, mata sombras,
dame luz, resplandor, libertad,
para no soñarla más, no ya no, nunca más,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Ven claridad, quédate, y no vuelvas a escapar,
no te lleves el sol, que no quiero recordar
su figura, su voz, cada noche que pasó
como ayer, como hoy,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí.
Ven claridad, llega ya, trágate la oscuridad,
llega ya, vuela ya, que el soñar me va a matar,
basta ya de esperar, de la misma forma,
sí necesito tu luz,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Coloreando el cielo de azul me siento un poco mejor, mejor
llena mi ventana de luz, se desdibuja su amor, su amor.
En la penumbra llega el miedo, llega a quebrarme la razón.
Ella es sólo soledad y silencio.
No más, regresa claridad.
Sol, claridad, viva luz, el trabajo, la ciudad,
caminar y vivir, como entonces, como fui,
claridad, quédate, esta noche,
sobre mí, claridad, plenitud,
que olvide su esclavitud,
ah ah ah, que olvide su esclavitud.
Ven claridad, llega ya, trágate la oscuridad,
llega ya, vuela ya, que el soñar me va a matar,
basta ya de esperar, de la misma forma,
sí necesito tu luz,
que vuelvo a su esclavitud,
ah ah ah, que vuelvo a su esclavitud.
Coloreando el cielo de azul me siento un poco mejor, mejor,
llena mi ventana de luz, se desdibuja su amor, su amor.
En la penumbra llega el miedo, llega a quebrarme la razón.
Ella es solo soledad y silencio.
No más, regresa claridad.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
Que olvide su esclavitud, ven, ven, ven.
----
1. Por alguna razón las canciones de las que he hablado en este post me remiten, irremediablemente, a mi amigo Pablo Martínez. (También el baile risible de Menudo).
2. ¿Alguien ha visto el surrealista video de "Un millón de maneras de olvidarte" de Fandango (rola también incluida en mi “dichosa” playlist)? Acá, por si se atreven: http://www.youtube.com/watch?v=2Fp8JZUxc8A
15 de marzo de 2010
Objetos, pintura, cajas
Desde hace tiempo tengo como fondo de pantalla de mi computadora un cuadro de mi amiga Adriana Armenta, a quien aprecio mucho. Nunca me había puesto a pensar qué simbolizaba la imagen hasta hoy en que los elementos que pueden apreciarse en ella aparecen con otro significado personal, como si me hablaran después de mucho tiempo de estar ahí, frente a mis ojos, sin que yo pudiera descifrarlos. Supongo que eso ocurre a menudo: no podemos ver lo que es tan visible para los demás, lo cual no estoy seguro si es efecto de una voluntad inconsciente o de una imposibilidad circunstancial, si depende de nuestros miedos y deseos, o si tiene que ver con los límites que en un momento específico condicionan nuestra percepción sobre lo real. De cualquier modo, resulta que de pronto veo el cuadro de otro modo, lo interpreto como si fuese una radiografía de lo que he vivido últimamente. Se trata, claro, de una lectura íntima, muy particular y quizá sin demasiado sustento, pero eso qué importa cuando aquí estoy simplemente compartiendo las debilidades de mi mirada y no los resultados de una búsqueda acabada en torno a cierta obra.

En el cuadro se aprecian, entre otros, tres elementos muy bien definidos: una copa, un corazón roto y una flecha que se proyecta de forma vertical acompañando a una serie de pequeños rectángulos apilados. Este recuadro me causa estupor. En los últimos meses en que he dejado de hacer tantas cosas, la imagen de los objetos que ascienden unos sobre otros, de forma acumulativa, me remite de inmediato a todos los pendientes que hoy mi vida tiene: llamadas no hechas, textos por escribir, situaciones que afrontar. Es como si hablara de una de esas obsesiones que me acompañan: crear infinidad de listas sobre cualquier tópico, gusto, interés o actividad diferida (“el vértigo de las listas” diría Eco).
La copa, que suele aludir al ansia etílica, no anuncia en mi lectura eso: en realidad creo que habla del espacio que abre el vino para compartir con otros la vida, es decir, me remite a la amistad, al diálogo que propicia comunión, al simple disfrute de estar con alguien más. Claro que acá, la copa aparece con una fisura visible, un quiebre peligroso. Simboliza una imposibilidad, tan clara en estos días. Y también me remite, por supuesto, a esa canción de Andrés Calamaro (¿la compuso José Feliciano?) llamada “La copa rota” y que incluye estos versos: “No se apure compañero si me destrozo la boca/ no se apure que es que quiero con el filo de esta copa/ borrar la huella de un beso, traicionero que me dio”.

En el cuadro también aparece una mancha de pintura, escurriéndose desde lo alto, impregnando con su pálida presencia el color mostaza del fondo. Una mancha, sí, que pareciera alguien hubiese buscado borrar, sin conseguirlo. Por el contrario: es como si hubiese reaparecido sobre los restos de otra mancha, anunciando la imposibilidad de hacerla invisible. Hay acá una borradura, una imperfección adrede. Algo escurre y no puede ser contenido. Como el llanto. O las afrentas: por más que buscamos desvanecerlas, no desaparecen. Acaso por ello muchos, cuando hablan de sus recuerdos, recuperan la imagen de los fantasmas. El ayer como algo borroso, que nos persigue. El pasado como un ejercicio del acecho. Funes, paranoico.

Además, hay un par de cajas. Delineadas en blanco y abiertas por uno de sus lados. No tienen la apariencia de realidad, sino de un objeto bocetado, un ensayo de algo que está ahí, abierto, quizá esperando ser repleto, llenado de algún modo. ¿Un lugar donde esconderse?, ¿el espacio donde pueden guardarse aquellos instantes perdidos llamados “secretos”? No lo sé, pero hoy siento, de un modo un poco insensato, que mi vida está cifrada en este cuadro.
La realidad adquiere realce cuando es vista en perspectiva: todos los elementos hasta ahora descritos se hallan pintados sobre otra caja, está sí, real, pero no armada. Cuando las cajas se encuentran en ese estado siempre me remiten a las mudanzas. ¿Por qué será?

En el cuadro se aprecian, entre otros, tres elementos muy bien definidos: una copa, un corazón roto y una flecha que se proyecta de forma vertical acompañando a una serie de pequeños rectángulos apilados. Este recuadro me causa estupor. En los últimos meses en que he dejado de hacer tantas cosas, la imagen de los objetos que ascienden unos sobre otros, de forma acumulativa, me remite de inmediato a todos los pendientes que hoy mi vida tiene: llamadas no hechas, textos por escribir, situaciones que afrontar. Es como si hablara de una de esas obsesiones que me acompañan: crear infinidad de listas sobre cualquier tópico, gusto, interés o actividad diferida (“el vértigo de las listas” diría Eco).
La copa, que suele aludir al ansia etílica, no anuncia en mi lectura eso: en realidad creo que habla del espacio que abre el vino para compartir con otros la vida, es decir, me remite a la amistad, al diálogo que propicia comunión, al simple disfrute de estar con alguien más. Claro que acá, la copa aparece con una fisura visible, un quiebre peligroso. Simboliza una imposibilidad, tan clara en estos días. Y también me remite, por supuesto, a esa canción de Andrés Calamaro (¿la compuso José Feliciano?) llamada “La copa rota” y que incluye estos versos: “No se apure compañero si me destrozo la boca/ no se apure que es que quiero con el filo de esta copa/ borrar la huella de un beso, traicionero que me dio”.

En el cuadro también aparece una mancha de pintura, escurriéndose desde lo alto, impregnando con su pálida presencia el color mostaza del fondo. Una mancha, sí, que pareciera alguien hubiese buscado borrar, sin conseguirlo. Por el contrario: es como si hubiese reaparecido sobre los restos de otra mancha, anunciando la imposibilidad de hacerla invisible. Hay acá una borradura, una imperfección adrede. Algo escurre y no puede ser contenido. Como el llanto. O las afrentas: por más que buscamos desvanecerlas, no desaparecen. Acaso por ello muchos, cuando hablan de sus recuerdos, recuperan la imagen de los fantasmas. El ayer como algo borroso, que nos persigue. El pasado como un ejercicio del acecho. Funes, paranoico.

Además, hay un par de cajas. Delineadas en blanco y abiertas por uno de sus lados. No tienen la apariencia de realidad, sino de un objeto bocetado, un ensayo de algo que está ahí, abierto, quizá esperando ser repleto, llenado de algún modo. ¿Un lugar donde esconderse?, ¿el espacio donde pueden guardarse aquellos instantes perdidos llamados “secretos”? No lo sé, pero hoy siento, de un modo un poco insensato, que mi vida está cifrada en este cuadro.
La realidad adquiere realce cuando es vista en perspectiva: todos los elementos hasta ahora descritos se hallan pintados sobre otra caja, está sí, real, pero no armada. Cuando las cajas se encuentran en ese estado siempre me remiten a las mudanzas. ¿Por qué será?

Suscribirse a:
Entradas (Atom)