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20 de junio de 2016

Sobre la crítica literaria en México

A raíz del debate entre Heriberto Yépez y Christopher Domínguez Michael respecto a la obra de Ulises Carrión y la perspectiva política de la crítica literaria en México, Ignacio M. Sánchez Prado decidió publicar (en su Facebook) una serie de comentarios en torno a la valiosa labor de algunos críticos mexicanos que suelen pasar desapercibidos. Me dio una enorme alegría que me incluyera entre ellos. Aquí pueden leerse esos posts que Sánchez Prado escribió en días pasados:

"DIAS DE CRÍTICA LITERARIA (I)
La crítica es mi oficio y es mi pasión. Es mi trabajo y mi forma de vida. Como parte de mi pasión y de la ética que busco ejercer como crítico soy un lector dedicado de toda la crítica de mis colegas colegas, en México y fuera, académica y no académica. Por supuesto tengo opiniones y posicionamientos, pero ninguno de ellos neutraliza la estima como lector y el respeto como colega que siento hacia otros críticos a pesar de que pueda tener desacuerdos con sus posturas. Quienes me conocen pueden deducir exactamente lo que pienso en torno a la reciente polémica planteada por Heriberto Yépez sobre Christopher Domínguez Michael. Incluso, hace tiempo publiqué varios ensayos sobre la crítica. Pero decidí también hace tiempo, siguiendo el consejo de un amigo crítico, no intervenir más en esos debates y no escribir más metacrítica. Y sin embargo, lo malo de esa decisión es que vivo muerto de la frustración ante las nociones de la crítica que se barajan mucho en los debates, desde el desprecio ciego a todo lo teórico y lo académico hasta la conflación entre crítica y reseña. En respuesta a esto decidí no romper mi voto de silencio sobre el problema de la crítica por ahora escribiendo un ensayo. Pero desde ese silencio, en los próximos días responderé a esa frustración con el puro poder del ejemplo. Cada día compartiré un trabajo de crítica literaria reciente, de algún crítico literario mexicano (con algunos extranjeros mexicanistas por ahí), que me parecen ejemplares. Habrá libros y ensayos, textos académicos y no académicos. Habrá amigos cercanos, rivales y personas que no conozco en lo absoluto. Habrá trabajos con los que coincido y con los que me peleo, pero siempre son textos que creo admirables y dignos de ser leídos. Seguramente a los que me acompañen en este ejercicio no les gustará todas las entradas, pero mi punto es mostrar que hay crítica literaria buenísima que pasa por debajo del radar de las polémicas y el chismerío en redes sociales. Inicio el ejercicio cerca de casa, con Gabriel Wolfson, con quien (disclaimer) tuve el privilegio de coincidir en la UDLA de Puebla. Su ensayo "La sintaxis de Plural", que posteo abajo, muestra sus virtudes como crítico: riguroso en la investigación, conocedor de la teoría sin dejarse apantallar por ella, y de una pluma admirable. Wolfson no rehuye la polémica y su estilo siempre está en modo de debate. Aunque esto no es una reseña es, de hecho, uno de los poquísimo reseñistas que pueden llevar el rigor de su crítica investigativa incluso al texto más de ocasión. Lo pueden leer con regularidad en la revista Crítica de Puebla. (http://revistacritica.com/contenidos-impresos/ensayo-literario/la-sintaxis-de-plural-por-gabriel-wolfson)"

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (II)
Mucha de la mejor crítica literaria mexicana la están escribiendo críticos brillantes nacidos en los años ochenta. Son autores que todavía no emergen en los medios: muchos de ellos pasan sus días en programas de posgrado o en algún esquema de beca de ensayista. Pero ya hay entre ellos críticos brillantes. Para limpiar el paladar de las polémicas del día, hoy sugiero leer a una de estas voces emergentes: Ana Sabau. Ana, quien es profesora en la Universidad de Michigan, comienza a destacar por la enorme inteligencia de sus trabajos. Yo tuve hace tiempo la oportunidad de editarle un ensayo magnífico sobre Alfonso Reyes y tiene por ahí un texto sobre Trotsky y Cabrera Infante que no tiene desperdicio. Pero donde Ana brilla verdaderamente es en su estudio de la literatura mexicana del siglo XIX. Está por el momento adaptando su magnífica tesis doctoral (que por ahí se podrá descargar) en un libro tentativamente titulado "Revolutions and Revelations: An Archaeology of Political Imagination in 19th Century Mexico". Por lo que conozco del material será un libro absolutamente señero. Mientras tanto, comparto un extraordinario texto que escribió Ana para la serie Utopías del portal Horizontal, que muestra la calidad y rigor de su trabajo como crítica de la cultura del siglo XIX. Ana es una estrella naciente. Si fuera editor de un medio en México haría lo que fuera por ficharla como colaboradora regular. Realmente, se hablará mucho de su trabajo en los años venideros. (http://horizontal.mx/la-casa-de-maternidad-de-puebla-la-huella-de-la-utopia/)”

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (III)
Cuando comenzaba a trabajar como crítico, desde fuera y buscando espacios en México, tres colegas adquirían una presencia muy fuerte en medios y comenzaban a despuntar: Geney Beltrán, Rafael Lemus, Heriberto Yépez. Los tres tienen seguidores y detractores, los tres son leídos y debatidos intensamente cada vez que publican algo. Y quizá sea uno de los pocos con esta opinión, pero a los tres los admiro y respeto enormemente, por su inteligencia y la fuerza de su voz, tanto en los momentos en que encuentro su trabajo iluminador como en los que estoy en absoluto desacuerdo con ellos. Sin embargo, teniendo estas tres enormes figuras en la camada de uno tiene como consecuencia que otro tipo de voces, que florecen en espacios menos públicos y visibles no se escuchen con la atención debida. Y en honor a eso, hoy comparto un texto de un crítico de mi generación, Jezreel Salazar, cuya obra es un ejemplo de brillantez y rigor, aunque no haya tenido la proyección de mis tres contemporáneos más famosos. Jezreel es el gran heredero de Monsiváis, de quien es uno de sus mejores críticos, además de ser él mismo uno de los grandes cronistas de la literatura mexicana contemporánea. Es un crítico de trayectoria y todo lo que ha escrito vale la pena: su magnífico libro sobre Monsi, el ensayo sobre la "prosa volátil" Reyes que escribió para mi antología sobre don Alfonso, su texto en Letras Libres sobre el ensayo. Comparto aquí, precisamente, su maravilloso libro sobre Monsiváis, "La ciudad como texto", que se puede descargar de su página de Academia. Realmente un libro hermoso y brillante, de esos que uno quisiera haber escrito. (https://www.academia.edu/604535/La_ciudad_como_texto_la_cr%C3%B3nica_urbana_de_Carlos_Monsiv%C3%A1is)”

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (IV):
La crítica literaria en México padece desde siempre de un enorme problema de machismo estructural. En consecuencia, el oficio tiene deudas de género enormes, en muchos sentidos. Es, por ejemplo, mucho más difícil para una mujer adquirir espacios en medios literarios que para los hombres, algo patentemente obvio si se hace un simple censo de la proporción entre hombres y mujeres en cualquier publicación cultural. Asimismo, se estudian mucho más escritores hombres que escritoras, y se traducen mucho menos escritoras que escritores. Esto además suele enmascararse con una falaz narrativa de la meritocracia estética e intelectual y con esos golpes de pecho facilones que denuncian muñecos de paja como la "corrección política" o las "cuotas de género". Como lector y crítico siento mucha admiración por aquellas colegas que han remado a contracorriente de todas estas tendencias y vienen a la mente muchas figuras, como las estudiosas reunidas alrededor del grupo "Diana Morán" o aquellas colegas que, como Lucía Melgar, Patricia Rosas y Gabriela Mora, mantienen viva la llama de escritoras como Elena Garro. En honor a esta tradición, hoy recomiendo la lectura del libro "La nueva ciudad de las damas" de Eve Gil, que contiene apenas una selección de los muchísimos textos sobre escritoras de la literatura mundial que ha publicado desde hace más de una década en diversos blogs. Combativa y controversial, Eve Gil es una voz valiente en la denuncia de las políticas de género en la cultura mexicana y en dar voz desde el periodismo y la crítica a escritoras. "La nueva ciudad de las damas" (cuyo título es un guiño a "La ciudad de las damas" de Cristine de Pizan) está mayoritariamente dedicado a escritoras no mexicanas, muchas de ellas verdaderos descubrimientos que no tienen la atención debida. El libro, editado por la UNAM en 2010, merece muchísima más atención y lecturas de lo que ha recibido. No he encontrado, desafortunadamente, una copia digital del libro, pero está disponible en las librerías de la UNAM. (http://www.literatura.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=294%3Ala-nueva-ciudad-de-las-damas&catid=76%3A2012)”

“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (V):
Hacer crítica literaria en 2016 no significa solamente hacer crítica de la literatura. Significa también hacer una interpretación de las dimensiones sociales, políticas y culturales del mundo con los instrumentos de la crítica literaria. Esto es el legado de lo que hoy llamamos "Teoría", nombre que recibe el grupo heterogéneo de pensamientos sobre la modernidad, el capitalismo y la cultura iniciados en los alrededores del 68 francés y desarrollados posteriormente en escenarios como los estudios culturales británicos, la academia norteamericana y la post-autonomía italiana. Esta línea de pensamiento tiene poca resonancia en la crítica mexicana por varias razones entre las que hay que destacar el peso del liberalismo en la República de las letras (y por ende de una forma de política cultural más cercana a la anti-teoría de los nouveaux philosophes que de la teoría propiamente dicha), el fetichismo de la literatura como objeto autónomo que no puede contaminarse con lo que Reyes llamaba funciones ancilares y, hay que decirlo, una noción de la teoría como cajita de herramientas que se "aplica" esquemáticamente a los textos y que sigue teniendo una existencia a nivel de metástasis en la academia mexicana. Sin embargo, en vista del peso que el neoliberalismo tiene en México, este tipo de teoría provee un lazo esencial entre la producción escritural y la crítica al poder, tarea en la que, a mi parecer, la línea liberal no logra llevar a cabo por su timidez en la crítica ante la explotación económica y simbólica. Ante esto, hoy recomiendo la lectura de Sayak Valencia, cuyo libro "Capitalismo Gore", desafortunadamente publicado en 2010 por una editorial española de escasa circulación en México, es un libro señero en la posibilidad de hacer teoría en México. No es el único, por supuesto: vale la pena leerlo junto a libros como "Los muertos indóciles" de Cristina Rivera Garza y el reciente y brillante "La tiranía del sentido común" de Irmgard Emmelhainz. Dejo aquí un ensayo donde Valencia desarrolla su idea central: (http://hemisphericinstitute.org/hemi/es/e-misferica-82/triana)”

“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (VI)
Todos los críticos tenemos maestros, algunos de ellos de manera formal en las universidades, otros más en conversaciones y tertulias y algunos más desde la lectura. De mis maestros formales, fueron tres los que han tenido mayor impacto: Pedro Angel Palou, Mabel Moraña y Adela Pineda Franco. Para los lectores asiduos de crítica, los dos primeros nombres son muy conocidos. Aunque Pedro Ángel es más bien un novelista, tiene al menos tres libros indispensables de crítica literaria: La ciudad crítica, uno de los poquísimos libros mexicanos en conversación con la crítica sudamericana, "La casa del silencio", libro indispensable sobre COntemporáneos que ganó en su momento el Premio Nacional de Historia y su reciente "El fracaso del mestizo" su genial historia revisionista de la relación entre representación racial, cine y literatura. Mabel es una fuerza de la naturaleza y específicamente sobre México tiene un libro indispensable, "Viaje al silencio", un libro importantísimo sobre nuestra literatura colonial. Hoy decidí compartir el trabajo de Adela Pineda Franco, quien quizá tiene menos reconocimiento, pero cuya obra crítica es de una gran inteligencia y rigor, y merece mayor difusión. Adela no tiene una obra tan copiosa, porque es una persona que valora la pausa y el tiempo, y que para mí ha sido un importante contrapunto al ejemplo prolífico de mis otros dos maestros. Adela tiene un libro, "Geopolíticas de la cultura finisecular en Buenos Aires, París y México", uno de los mejores estudios de las revistas del modernismo latinoamericano y ahora escribe lo que será el libro definitivo sobre el cine de la Revolución Mexicana. Tiene muchos otros textos (sobre Guzmán, sobre viajeros, sobre Ángel Rama y otros temas) y ninguno tiene desperdicio. Comparto hoy su maravilloso ensayo sobre el Pancho Villa de Hollywood, incluido en un libro, coeditado por ella para el Smithsonian, sobre el imaginario de binacional de la Revolución Mexicana: (en inglés: https://www.academia.edu/10956717/Hollywood_Villa_and_the_Vicissitudes_of_Cross-Cultural_Encounters)”.

26 de enero de 2014

In Memoriam, JEP



1928: De Gilberto Owen a Clementina Otero

José Emilio Pacheco



Lo importante es que ya no estás.
Lo único cierto es que te fuiste.
En el desoladero del año infame
Se arrastra el país,
La realidad se eriza aún más,
Los esperpentos bailan su danza
De vanidad y de rapiña.
Y hoy como nunca duele
Estar aquí y ya no verte.


31 de mayo de 2013

Una estética de la minucia: los ensayos de Karla Olvera

[Dejo aquí el texto que leí durante la presentación del libro La música en un tranvía checo y otros ensayos, de la escritora Karla Olvera. El evento se llevó a cabo en el Museo del Estanquillo de la Ciudad de México, el 8 de febrero de 2012].

* * *

Karla Olvera. La música en un tranvía checo y otros ensayos.
México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011.

El primer ensayo que leí de Karla Olvera fue el texto que me propuso para un libro que en ese momento me encontraba yo compilando sobre la obra de Carlos Monsiváis. De entre los muchos temas posibles que podían rastrearse del polígrafo mexicano, Karla eligió uno de carácter muy íntimo y que tenía que ver con una obsesión radical: el coleccionismo monsivaíta. Al recordar aquel texto en que Olvera hablaba sobre el coleccionismo como una compensación de la infancia perdida y de las notables diferencias entre los cuarios y los anticuarios, me di cuenta que su ahora primer libro de ensayos, La música en un tranvía checo… es precisamente una suerte de ejercicio coleccionista.

Lo sugiere desde el prólogo. Las citas “excéntricas” que Olvera encontró en diversos diarios literarios fueron el motor que la llevó a escribir este libro: “Decidí abordar estos hallazgos de la misma manera en que di con ellos, es decir, vagando. Los ensayos de este libro son paseos alrededor de aquellas piedras preciosas, en cuyo itinerario la imaginación es el único cicerone”. Me parece que este recolectar trozos hallados al azar, darles un valor excepcional y organizarlos de modo que adquieran un orden tentativo, son justamente las actividades constantes que un coleccionista realiza. Así, este libro me parece en principio una pequeña vitrina en la que podemos observar lo que Olvera ha resuelto y disfruta mostrarnos, un aparador repleto de citas, personajes, acotaciones artísticas, referencias a canciones o películas, que conforman su propio universo, el caleidoscopio a través del cual mira el mundo.

Para hacerlo practica ese placer tan fructífero que consiste en vincular gustos y manías disímiles. Diría que se trata de un ejercicio de asociación lúdica. Si algo caracteriza la forma de estos textos es el hecho de irse desarrollando a partir de asociaciones libres que, con ánimo juguetón, Olvera establece entre contextos disímiles y referencias culturales de todo tipo que, por lo demás, parecen no tener ningún límite. La experiencia de lectura que provoca este mecanismo es similar a la de ir viendo como se desenvuelve un manto que posee múltiples dobleces y, en la medida en que lo abrimos, con cada movimiento se nos devela una nueva imagen que le da sentido a las anteriores. Entre más avanza un texto, más se enlazan y adquieren coherencia las asociaciones diversas, las citas y los personajes aludidos.

Por ello no extraña que el ensayo haya sido el organismo literario que Olvera eligió para volver efectiva la asociación lúdica de la que hablo. Si el ensayo sigue poseyendo un valor fundamental proviene justo de ese modo, tan multiforme, de leer la realidad, desde las aristas, desde los lenguajes aún no institucionalizados, desde paisajes inacabados, en búsqueda de reflexiones compartibles. La especulación espontánea que se aprecia en La música en un tranvía checo… es similar a la que la propia Olvera observa en la vida indisciplinada y dispersa de Pessoa: se trata de una “disciplina aleatoria”, y acaso por ello, vital y muy creativa, en la cual todo parece construido a partir de una lógica extraordinaria, alucinante o descabellada. Es como si ciertas conexiones secretas se revelaran en aras siempre de lo insólito.

Enrique Vila-Matas escribió un ensayo con un título sugerente: “Se escribe para mirar cómo muere una mosca”. Vila-Matas en realidad retoma una frase de Margarite Duras quien la formuló en estos términos: “Se escribe sin saberlo. Se escribe para mirar cómo muere una mosca. Tenemos derecho a hacerlo”. ¿Cómo son las moscas moribundas que Olvera nos propone observar? En principio diría que son miniaturas, microscopías textuales y, a pesar de ello, observaciones significativas.

El epígrafe del libro da cuenta de ello. La cita es de René Ouvrard y dice así: “La vida está hecha de esas pequeñas alegrías cotidianas a las que uno se entrega”. El primer libro de Karla Olvera es una defensa del placer de la minucia. Anotaciones extrañas o curiosas, casas inverosímiles, detalles extravagantes… la realidad parece observada con lentes de aumento, como si la autora quisiera decirnos que la verdad (y la felicidad) no está en los detalles, sino que es los detalles. Hay una frase de Whitman que me viene a la cabeza: “The nearest gnat is an explanation”, que de modo literal sería “El mosquito más cercano es una explicación”. La traducción de Borges es (como afirma Julio Villanueva) más precisa: “Cualquier insecto es una explicación”. Tengo la impresión que ese modo de observar el mundo también le otorga un tono al libro, cierta delicadeza y parsimonia, una especie de paciencia escritural. ¿Cómo decirlo? Creo que hay acá una estética de lo sutil. Mirar a detalle implica mirar con sutileza. Y aquí mirar equivale, por supuesto, a escribir.

Si el tono es sutil y, por momentos, sobrio, también hay constantes dislocamientos, apuntes “descocados” y reflexiones extravagantes que sugieren una imaginación arriesgada. Olvera se atreve a imaginar la música que se tocó en un tranvía checo en 1910, le agrega versos a una canción de Boris Vian, vuelve a Kafka precursor de un movimiento originado una década después de su muerte (Mass Observation). Esta última lectura, fértil por el inusitado vínculo que establece, nos otorga otra de las claves escriturales del libro: los ensayos rozan las fronteras de lo ficticio y en esto pareciera seguir la lección de T.S. Eliot: hay que “escapar –no del tiempo que nos toca vivir, pues estamos atados a él, sino de las limitaciones emocionales e intelectuales de nuestro tiempo”.

Algo que sorprende del libro es el tratamiento que hace Olvera sobre los diarios de Franz Kafka, Fernando Pessoa y Virginia Woolf. Se suele considerar a los diarios como textos de no-ficción, textos que hablan de la realidad, que no mienten, pues remiten a un contexto “real”. Por ello, muchas veces este tipo de escritura queda subordinada a la interpretación de La Obra. He visto cómo en los diarios se buscan las experiencias vitales que dieron origen a ciertos libros, las intenciones de los autores en relación con poemas y cuentos, o las influencias y lecturas que los llevaron a conformar un estilo definido. Olvera no hace eso. Por el contrario, propone una lectura distinta del diario. No como texto referencial, de no-ficción, sino como texto de configuración del yo. Más que mimesis (en el sentido de copia o imitación), los diarios son para esta autora procesos de poiesis (en el sentido de creación e invención). De ahí la libertad con que son tratados los textos. No se trata de leer en ellos la vida y lo real, pues los diarios a fin de cuentas lo que construyen es una ilusión referencial. De lo que se trata es de pensar en lo autobiográfico no tanto como instrumento para la reproducción del yo, sino para la construcción de una identidad: la del escritor. He aquí la perspectiva crítica del texto. Quiero creer que al leer de esta manera, Olvera lo que hace también es encontrar su propia identidad como ensayista.

Por último, deseo hacer notar que el libro es apenas un plano que posee puntos de fuga. Me refiero a que el texto posee continuidad. Olvera ha creado un Tumblr (un tipo de blog) en el que es posible tener acceso a diversos referentes incluidos en el libro, lo cual además propicia un diálogo con los lectores. Maravillas de la tecnología: el libro, cuyo primer ensayo está escrito con una lógica matriushka, con la lógica de las cajas chinas, pareciera encontrar en otro espacio su continuidad. No puedo dejar de pensar en aquel relato de Cortázar en el cual un cronopio concibe así la realidad:
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
Si el cronopio de Cortázar queda atrapado en su casa porque es incapaz de seguir una lógica pragmática que lo lleve a tomar la llave de la mesa y salir al mundo, el libro de Olvera hace justo lo contrario: nos abre la puerta que nos lleva a la llave precisa.

* * *

Por acá, un video de la presentación:


31 de enero de 2013

Why not [collage de citas]

 Some men see things as they are and ask why.
Others dream things that never were and ask why not.
George Bernard Shaw

La memoria es el imperio del azar. Esta tarde han venido a mí, como aturdiéndome cual tábanos irresistibles, diversas frases que poseen en común un mismo hilo conductor: el poder de la imaginación, el sentido utópico de las cosas, lo imposible dentro de lo posible. Van en serie:

“Lo que existe no puede ser verdad” (Ernst Bloch)
“Lo posible es una tentación que lo real termina siempre por aceptar” (Gaston Bachelard)
“La imaginación es un desafío del hombre a la realidad” (Horacio Cerutti)
“Lo posible es sólo una provincia de lo imposible/ un área reservada/ para que lo infinito/ se ejercite en ser finito” (Roberto Juarroz)
“Lo que es no tiene más derecho a ser que lo que no fue pero pudo ser” (Bolívar Echeverría)
“Más alta que la realidad está la posibilidad” (Martin Heidegger)
“Es buscando lo imposible que el hombre siempre ha realizado lo posible” (Mijaíl Bakunin)
“La Esperanza es la progenitora de numerosas certezas en potencia ... la Esperanza es la encarnación de la alteridad” (Ágnes Heller y Ferenc Fehér)

Como se ve, me la he pasado las últimas horas con la sensación insana de que siempre vivimos en función de deseos y carencias, de tiempos y lugares imaginarios, sin los cuáles sería difícil concebir lo que en efecto somos. Como si este instante y este cuarto sólo existieran en relación con otros instantes y otros cuartos posibles, como si estuviéramos atrapados al interior de un universo escheriano en donde la especulación vale más que la actividad corpórea. Quizá por ello Julio Cortázar lanzó ese exhorto a dejar atrás el ayer como si se tratase de un lugar habitado: “Lo cierto es irse. Quedarse es ya la mentira", escribió. Y no sé, quizá sea válida esa intuición. Quizá todo lo que importa tiene esa dimensión espacial, como si sólo pudiésemos crear sentidos de pertenencia respecto a lugares afectados por nuestros anhelos y por nuestros miedos. Como si la vida fuese la suma de una serie de geografías íntimas, mapa-mundis afectivos plagados de callejones prodigiosos y de explanadas terroríficas. “Vivimos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro”, escribió desde su subterráneo optimismo Emil Cioran. Y supongo que tenía razón, que nuestra identidad es un averno con vasos comunicantes que nos conectan con otros cosmos más beatíficos. Vivimos la versión bizarra de otro mundo, ese sí, paradisiaco. O para decirlo con las palabras inquisidoras de Aldous Huxley: “¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?”

Pero en las palabras de Huxley está otra vez la tentación de buscar algo fuera de la vida, postergando el presente en aras de un futuro inexistente, de un espacio vacío. Y quizá no sea ese el método. Quizá las geografías afectivas a las que me refería están diseñadas por un urbanista interior que no ha conocido sino pasiones terrenales y delirios concretos. Tal vez lo imposible pueda ser una provincia de lo posible y no la cárcel que a veces la imaginación proyecta hacia el futuro, encerrando la vitalidad del presente en una celda de promesas falaces. “Hay otros mundos, pero están en éste”, escribió Paul Éluard. Quizá por ello la definición de Maurice Merleau-Ponty: “La verdadera filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo”. Y quizá por ello la advertencia en verso de Emily Dickinson: “Multiplicar los muelles, no disminuye el mar”. Y quizá también por ello la propedeútica de Italo Calvino: “reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.

Escribo estas palabras sobre mundos potenciales y futuros peligrosos desde un cuarto insensato, que a nadie importa pero es mío. Un lugar de mi geografía íntima plagado de repeticiones: los mismos autores, los lugares comunes habituales. Y aunque me repito, del inmenso azar que es la memoria me llega otra frase de algún modo redentora, que me exime del rencor que cierto país me genera cada vez que lo observo con un poco de detenimiento: “Digamos que uno no tiene por qué amar aquel lugar al que pertenece, sino que uno pertenece a los lugares que ama” (José Manuel Fajardo). Y así, un poco más sosegado, decido apagar la pantalla e irme a recorrer otra realidad, en esos laberintos que algunos llaman "sueños" y otros "puertas falsas", "subterfugios", "fábulas".

11 de diciembre de 2012

Permanencia fugaz

En un poema famoso, Francisco de Quevedo escribió: “huyó lo que era firme y solamente / lo fugitivo permanece y dura”. Hallé una frase de Heidegger en la cual sostiene una opinión contraria: “aún lo permanente es fugaz” dice el filósofo. Y cita a Hölderlin para desarrollar su idea: “Es raudamente pasajero todo lo celestial, pero no en vano”. Quizá por ello, en el mismo sentido Baudelaire definió al artista moderno como aquel capaz de “destilar lo eterno de aquello que es transitorio”.

2 de septiembre de 2012

Puertas, fantasmas, sueños

“Todo el mundo conoce en los sueños el miedo a las puertas que no cierran. Más exactamente: son puertas que parecen cerradas sin estarlo. Conocí más intensamente este fenómeno en un sueño en el que, estando en compañía de un amigo, vi un fantasma junto a la ventana del primer piso de una casa que teníamos a la derecha. Al continuar nuestro camino, nos acompañó por el interior de todas las casas. Atravesaba todos los muros, estando siempre a la misma altura que nosotros. Veía esto a pesar de estar ciego. El camino que hacemos a través de los pasajes también es en el fondo un camino de fantasmas en el que las puertas ceden y las paredes se abren”

Walter Benjamin, El libro de los pasajes

18 de agosto de 2012

Servidumbre y complicidad


En un cuento de Borges, se describe así a un personaje: “era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres”. Tal condición esquizofrénica me resulta familiar. Sentirnos, a la vez, libres y esclavizados forma parte de las formas de vida contemporáneas, al menos para quienes gozamos de la hipocresía liberal.

Desde hace tiempo gira en mi mente una reflexión que atañe a lo que podría considerar como mi origen clasemediero: la percepción de que la servidumbre, en tanto sinónimo de sujeción, es uno de los tópicos que difícilmente desaparecerán en las sociedades modernas, ya sea como criterio de estatus o como fundamento de autoridad. Sospecho que tal idea es la que dio origen (a mediados del siglo XVI) a ese famoso ensayo anárquico de Étienne de La Boétie, el cual constituye un llamado a ir en contra de la propia esclavitud: Discurso de la servidumbre voluntaria. Un siglo después, el propio Pascal llegó a afirmar que la incapacidad para dominar las propias pasiones implicaba no sólo servidumbre sino vergüenza.

Con ello en mente, se me ha ocurrido un nuevo ciclo de cine propicio para pensar el tema. Tendría que ver no necesariamente con aquellas películas en donde la servidumbre se constituye como personaje principal (como en The remains of the day, de James Ivory), sino en donde la servidumbre se concibe como escenario en cuya complicidad se gesta cierta autonomía, cierta búsqueda por la destrucción de los lazos de autoridad. En ese sentido, el ciclo podría llevar como epígrafe la frase que pronuncia uno de los personajes de Tolstoi, en Ana Karenina: "al suprimir la servidumbre nos han quitado la autoridad". Hasta el momento estas serían las películas que incluiría en el hipotético maratón cinéfilo:

The cook, the thief, his wife & her lover (El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante), de Peter Greenaway
Gosford park (Muerte a la medianoche), de Robert Altman
Festen (La celebración), de Thomas Vinterberg
Yes, de Sally Potter
Crash (Alto impacto), de Paul Haggis

La idea de propiedad, por supuesto, es lo que debería estar en el centro de la atención a la hora de atender a dicho ciclo. Y una lectura podría propiciar fructíferas discusiones: “La producción del arte y de la gloria” de Bertolt Brecht. Desde ahí, lo que para mí resultaría imprescindible sería pensar la servidumbre ya no sólo como relación social que genera subordinación, sino como un lugar de eclosión, como un punto crítico desde el cual es posible mirar y denostar las formas de construir prestigio. Me parece que en estas películas se generan, desde la noción de servidumbre, vínculos que pretenden o logran trastocar las relaciones (materiales) en las que se sostienen las hipócritas ideas de autoridad y de reputación que siguen vigentes en nuestros días. Como escribió Julio Ramón Ribeyro: “toda adquisición es una responsabilidad y por ello una servidumbre”.

14 de mayo de 2012

Un cronista moderno e inédito



Crónicas escogidas
Joaquim Maria Machado de Assis
Traducción de Alfredo Coello
Madrid, Sexto Piso, 2008, 222 p.


Se ha dicho muchas veces que Machado de Assis es uno de los grandes narradores de la literatura escrita en portugués. El reconocimiento que han obtenido sus novelas y cuentos es ya canónico, pero no podemos decir lo mismo de su faceta como cronista. Si las predilecciones editoriales han favorecido la publicación de novelas por encima de otros géneros, existen otros factores que nos han mantenido alejados de la obra cronística de este autor. Me refiero, en primer término, al hecho de que Machado practicaba la crónica bajo el amparo de variados seudónimos (Gil, Job, Platão, Dr. Semana, Lélio), algunos de los cuales sólo cuatro décadas después de su muerte fueron descifrados. Aunado a esto hay que considerar que la traducción de textos brasileños a nuestro idioma suele ser tardía, lo mismo que la recopilación de crónicas en forma de libro, debido a que éstas crecen al amparo del periodismo. Por ello es que resulta una agradable sorpresa la aparición de este volumen, traducido por Alfredo Coello, bajo el sello editorial de Sexto Piso, cuyo repertorio de obras indispensables se ve enriquecido una vez más.
Visto en su conjunto este libro constituye una obra de madurez. Aunque podemos leer crónicas que aparecieron desde 1876, la mayoría de los textos fueron escritos en la última década del siglo xix, cuando Machado tenía un estilo no solamente consolidado y solvente, sino un reconocimiento y una posición excepcional al interior del campo cultural brasileño. Basadas en la insinuación irónica y no en afirmaciones tajantes o conclusiones precipitadas, estas crónicas muestran a un autor moderno que (como en sus narraciones) ofrece gran libertad al lector haciéndolo partícipe de los hechos que registra; distanciado ya del sentimentalismo romántico, Machado muestra aquí su gran maestría en la alternancia de diálogos y reflexiones, siempre con voluntad satírica y conciencia paródica. Además, el uso de la primera persona resulta excepcional; la construcción de un solo personaje (el propio cronista) a partir del autoescarnio es uno de los grandes méritos de estos textos. Si todas estas características le otorgan al libro su condición de obra madura y moderna, se extraña la recopilación de algunas crónicas de juventud que hubieran podido ofrecer una visión retrospectiva de conjunto.
Del corpus de crónicas aquí editadas, llama la atención que la unidad de estilo se derive de una gran diversidad de recursos y formas narrativas. Ciertos textos aparecen a manera de guía de preceptos o manual de urbanidad (“Cómo comportarse en el tranvía”). Otros son parodias de discursos políticos (“Abolición y libertad”) o de textos jurídicos (“Pelea de gallos”). Existen crónicas que están en las fronteras con el cuento y la ficción (“Elucubraciones de un rey”) e incluso las hay muy cercanas a la fábula (“Reflexiones de un burro”). En cualquier caso, ya sea a través de breves viñetas o fragmentos narrativos, Machado lleva a cabo una doble labor. En principio, construye un mural de la sociedad brasileña del siglo xix, y en particular de la capital de ese momento, Río de Janeiro, que vive una confrontación entre las fuerzas que buscan conservar ciertas tradiciones, y aquellas otras que impulsan una modernización política y cultural. Por otra parte, Machaco construye una mirada crítica en torno a este proceso y lanza dardos profundamente corrosivos contra la sociedad de su tiempo.
De ahí que el texto esté marcado por una ironía constante, a veces muy sutil y otras bastante mordaz: “Toda persona que sienta necesidad de contar sus asuntos íntimos, sin interés para nadie, debe primero indagar sobre el pasajero escogido para tal confidencia si él es asaz cristiano y resignado. En caso de que lo sea, preguntarle si prefiere la narración o una descarga de puntapiés. Siendo probable que él prefiera las patadas, la persona debe inmediatamente propinárselas”. (Extraña hallar en Machado atisbos de lo que un siglo más tarde traerá consigo la ironía de ciertos autores como Ibargüengoitia; los aires de familia entre ambos provienen, por supuesto, de sus lecturas comunes de ironistas clásicos: Sterne y Voltaire).
Como se ve, Machado no es un optimista sino un escéptico. No realiza el retrato bucólico y complaciente de la nación brasileña. Por el contrario, muestra las contradicciones, absurdos y tensiones de un país que se halla en el momento cumbre de una transformación radical: el fin del imperio monárquico de Pedro II y el inicio de la primera república brasileña. Sus planteamientos satíricos en torno a la abolición de la esclavitud dan cuenta de ello. No obstante, Machado no se presenta como el rector cívico de su sociedad y eso es lo que salva al autor de la prédica moralista. En una de sus reflexiones en torno al oficio de cronista Machado declara que no tiene “un programa establecido”. No se trata de un creador omnipotente sino de una perspectiva narrativa que pone en duda sus propias percepciones y se repite constantemente que “no hay una explicación satisfactoria”. La conciencia de este cronista apunta siempre a la insatisfacción interpretativa y a la ausencia de una brújula que impida el extravío, lo cual es, en un terreno tan resbaladizo como la crónica, un rasgo más de la grandeza de este clásico brasileño.

[Salazar, Jezreel. “Un cronista moderno e inédito”. Reseña de Crónicas escogidas de Joaquím Maria Machado de Assis, en Hoja por Hoja (Suplemento de libros del periódico Reforma), año 12, núm. 140, enero de 2009, p. 8].

5 de diciembre de 2011

Servín: flâneur con rifle al hombro



J. M. Servín
D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro
México, Almadía, 2010
163 pp.
Colección Los gavieros


Según Juan Villoro, la crónica no sólo narra la frugalidad de los hechos, sino también “lo que no ocurrió”, los fracasos y las “oportunidades perdidas que afectan a los protagonistas”. El más reciente libro de J. M. Servín es un claro ejemplo de ello.
Para quienes somos asiduos a la crónica, D.F. Confidencial era un libro esperado, pues leíamos a Servín en publicaciones periódicas, pero no teníamos acceso a un volumen que recopilara su periodismo literario. Autodidacta y celoso de su independencia, el autor se concibe como un cazador que debe acechar la realidad con paciencia, para encontrar a sus presas y dar en el blanco. “Flâneur con rifle al hombro” -como él mismo define al cronista- Servín va tras aquello que puede concebirse como anormalidad, falla, distinción; busca las anomalías y las rarezas, los animales sui generis que habitan su urbe. Al hallarlos, logra con su escritura no sólo retratar su malversada fisonomía, sino comprender las razones de su indolencia y sus quebrantos. No supone que sus destinos se encuentren fuera del orden moral predominante. Todo lo contrario: se trata de figuras que hacen evidente nuestra enferma modernidad. Para este cronista, todos formamos parte de una gran patología social, que tiende a lo ridículo.
Visto así, el rostro urbano que nos propone Servín está plagado de rictus anónimos que sólo hay que saber descifrar con elocuencia. Criadores de perros de pelea, reporteros sensacionalistas, adolescentes pirotécnicos, jugadores-apostadores de frontón mano, adictos del cine porno y Ni Nis en potencia, entre muchos otros personajes abigarrados, pueblan sus páginas. Con estilo irónico y lucidez crítica que abreva de una fuerte tradición de la narrativa realista y social, D.F. Confidencial construye un mural de sensaciones que mantiene el equilibrio entre paisaje y detallismo, sin renunciar a ofrecernos su propio punto de vista y sin caer tampoco en el catastrofismo. Al indagar en geografías proscritas y en la vitalidad del desmadre urbano, Servín construye una sensibilidad crítica en relación con nuestras disfunciones colectivas, nuestras fronteras de clase y nuestros comportamientos a un tiempo pretenciosos y mediocres.
Con este libro, Servín se muestra como un eficaz vindicador del periodismo literario y acaso también como el mejor exponente de la crónica de entre los narradores de su generación.


[Salazar, Jezreel. Reseña de D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, de J.M. Servín, en Tierra Adentro, núm. 169, abril-mayo 2011, pp. 87-88].

3 de octubre de 2011

Literatura = escritura sin público


"Que el presente llame literatura a toda una serie de productos, no afecta las formas expresivas más radicales, simplemente acrecienta su soledad"

Damián Tabarovsky, Literatura de izquierda. México, Tumbona Ediciones, 2011.


25 de septiembre de 2011

Un texto de crítica latinoamericana


[Leí este texto durante la presentación del libro La otra invención. Ensayos sobre crítica y literatura de América Latina, de Víctor Barrera Enderle. Le agradezco a Víctor la invitación a hacerlo].



 Voy a comenzar con una confesión personal. Me emocionan los textos que arriesgan hipótesis y al hacerlo generan más preguntas que respuestas. Es lo que me ocurrió con el libro que hoy tengo el gusto de presentar. Conforme avanzaba en la lectura, las dudas fueron asaltándome y las interrogantes se iban multiplicando. Quiero dedicar estas breves palabras a poner en la mesa algunos de esos cuestionamientos que el libro de Víctor Barrera me sugirió.
El primero tiene que ver con un asunto central en el texto: el papel de la crítica en América Latina, sus funciones no sólo literarias sino también culturales y su carácter de juicio renovador respecto a las que Barrera llama “literaturas marginales”. Frente a los nuevos retos que le plantea al campo literario el estar vinculado a una industria cultural en constante crecimiento, el autor afirma la necesidad de que la crítica contribuya a la recuperación de un espacio público no regido exclusivamente por las leyes del mercado. Esto supone concebir a la literatura ya no sólo como mercancía, sino como un discurso cultural capaz de fomentar la exploración estética y de redefinir las identidades culturales de una comunidad. Para Barrera, esta labor tiene que ir acompañada de un afán por recuperar las preocupaciones básicas del crítico: la revisión de la historia literaria y del canon, los problemas de representación y autoridad en la literatura.
Me parece que esta concepción de la crítica constituye una postura afortunada y supone una ejemplaridad envidiable. Y es que aquí el papel del crítico como intermediario entre la industria cultural y el público se vuelve no sólo prédica, sino práctica intelectual constante a lo largo del libro. Cada uno de los ensayos de Barrera constituyen una invitación a ejercer la crítica, concebida como “estímulo intelectual” pero también como “deber cívico”. Lo que me provocó algunas dudas fue imaginar a la crítica como una herramienta capaz de ir más allá del campo cultural, implementando una labor al menos titánica. Dice Barrera que la nueva crítica “tendrá que promover un discurso alternativo a las instancias oficiales y mundiales… necesitará formar lectores activos y autónomos: nuevos ciudadanos que sean capaces de asumir y compartir no sólo sus diferencias culturales e identitarias, sino los diversos modelos de gobernabilidad, haciendo de… las culturas, una dimensión fundamental a la hora de repensar los proyectos nacionales y globales”. Nos encontramos por supuesto ante un deseo admirable, ¿pero es acaso factible?, ¿no estamos adjudicándole a la crítica un papel que va más allá de su ámbito, de su labor tenaz y solitaria?
El segundo asunto que me llamó la atención es la distinción que subyace a lo largo del libro entre textos críticos y textos literarios. Si bien cuando Barrera analiza “la dimensión estética en el discurso crítico de Alfonso Reyes” busca establecer un vínculo entre creación y crítica, me parece que la noción de “ficción explicativa” y de “verdad sospechosa” (Reyes) son insuficientes si queremos dar cuenta de la literatura latinoamericana de hoy. Creo que es necesaria una elaboración más minuciosa que permita analizar porqué existen una serie de textos en los cuales las fronteras entre teoría y ficción están totalmente desdibujadas. Pienso aquí, por supuesto, en la obra de Borges, donde la reflexión convive con la narración y el relato. Asimismo en muchos textos de Ricardo Piglia, Roberto Bolaño o Sergio Pitol, que han practicado una escritura fronteriza donde se mezclan testimonio e imaginación, ficción y autobiografía. En Monsiváis ocurre algo parecido: su escritura conjuga el registro de la crónica con el impulso interpretativo, ensayístico, al grado en que se han denominado muchos de sus textos como crónicas-ensayos o croni-ensayos.
Todas estas obras se encuentran arraigadas en una fuerte tradición que viene desde la Crónica de la Conquista, y tiene que ver con el papel del intelectual en la historia latinoamericana, con el compromiso político que el escritor asume como conciencia lúcida al interior de una sociedad subordinada. Por ello, sería necesario pensar si existe en este tipo de escritura fronteriza una relación entre los escritores y la crítica que pasa por la ficción, si existe una forma de leer, evaluar y representar el mundo que es el resultado de la experiencia con la ficción o del trabajo con la poesía. Esto nos permitiría esclarecer los modos en que la historia del pensamiento latinoamericano está ligada a la historia de la literatura, a las reflexiones que se han dado en torno a las formas de la ficción y al papel que juega el escritor como líder moral cuyo prestigio surge de la propia práctica literaria. Por lo anterior, concebir la literatura como una “antropología especulativa” como propone Juan José Saer, o retomar la idea de “metacrítica” que sustenta Piglia,  puede permitir dar cuenta de cómo una serie de obras latinoamericanas conjugan un proyecto estético con un imaginario político, una narrativa histórica con un lenguaje literario, en suma, una propuesta de crítica cultural a través de la creación de un universo artístico.
Por otra parte está el asunto de la búsqueda de una expresión original, propiamente latinoamericana, tal como la rastrea Barrera en Pedro Henríquez Ureña, el Modernismo, Rodó o Sor Juana. Una de los aciertos del libro es llevar a cabo una crítica del canon occidental, concebido como un criterio a partir del cual “los grupos hegemónicos (es decir, aquellos que tienen acceso al poder interpretativo) proyectan sus gustos y valores y los imponen como norma de exclusión”. Al afirmar que todo canon está abierto al cambio, que ninguna tradición está del todo concluida, el crítico se convierte en testigo de las metamorfosis que ocurren en el campo literario. Los criterios sobre lo que debe leerse y cómo debe leerse están en constante revisión y cada obra establece una relación compleja y provisional con el tiempo y sus lectores.
El asunto no es menor. De hecho, es a partir de esta crítica que Barrera analiza las relaciones complejas entre Nuestra América y Occidente. En La otra invención, la literatura latinoamericana es descrita como un ámbito donde durante mucho tiempo era posible rastrear un proceso de dependencia e imposición respecto de los modelos europeos de hacer literatura. No obstante, Barrera plantea que en ciertos momentos de nuestra historia literaria, el afán europeizante ha sido sustituido por una búsqueda de identidad propia, convirtiendo así a la literatura en espacio de resistencia, en una actividad liberadora y un ejercicio de integración a la modernidad. En esta interpretación, el carácter sui generis del subcontinente tiene que ver con un tipo de modernidad distinta, diferencial, y que por otro lado, le permite alcanzar su independencia cultural.
En este marco, son interesantes los dos ensayos que dedica Barrera a la literatura y la crítica nuevoleonesas. La relación que existe entre Occidente y América Latina, entre un canon impuesto y un ejercicio de enunciación propio, pareciera reproducirse entre la literatura nacional y las literaturas regionales. Si bien es cierto que las instituciones literarias modernas se han erigido sobre una clave nacional, me parece problemático pensar que la identidad de una literatura necesariamente deba definirse en términos territoriales. ¿Realmente se puede hablar de una literatura regional, nuevoleonesa, chiapaneca o incluso mexicana? ¿No es verdad que muchas veces nos encontramos con autores que comparten imaginarios, estilos y propósitos a pesar de escribir en ámbitos distintos en países remotos? ¿Y en cambio también podemos hallar escritores de una misma nacionalidad cuyos universos literarios no comparten ningún referente en lo absoluto? ¿Será posible realmente llevar a cabo una crítica descentrada, como quiere el autor, sin ir  más allá de las divisiones de los Estados Nacionales?
Otra cuestión que tiene que ver con lo anterior se refiere a la forma en que Barrera, al analizar la novela antillana Ancho mar de los Sargazos, trabaja “la relación literaria entre centro (espacio hegemónico de enunciación) y margen (lugar condicionado de enunciación)”. Me parece muy importante la reflexión en torno a cómo los valores canónicos, estéticos e ideológicos impuestos por el centro metropolitano, llegan a ser cuestionados, invertidos incluso, por una obra que se halla en el margen y que así consigue ejercer una expresión propia. Como si tal disidencia, además de constituirse como “manifestación de resistencia cultural”, estuviera fundada en la propia marginalidad, que se ejerce como elemento de impugnación.
Sin embargo, me parece que a esta reflexión le hace falta un elemento que problematice las consecuencias a las que lleva este proceso cultural. Creo que las literaturas más iconoclastas, contestatarias y críticas corren el peligro de forjar nuevas formas de hegemonía. Tal es la paradoja de muchos procesos de institucionalización cultural: cuando un discurso alternativo logra abrir el espacio público para ser incluido en él, disminuye la disidencia potencial de su marginalidad frente a las formas instituidas de la sociedad. En ese sentido podría decirse que (y aquí arriesgo una hipótesis), toda lectura de los márgenes supone una asimilación de los mismos, un proceso de normalización, que debe ser tomado en cuenta a la hora de reflexionar sobre la literatura y la crítica latinoamericana. Aquí abro la pregunta que me atrapa: ¿es una fatalidad para toda literatura transgresora ser asimilada? ¿Es cierta la frase de Herder, quien afirmaba que “toda obra original, sucumbe”?
Luego de hablar de algunas de las interrogantes que el texto me provocó, quiero terminar mi intervención resaltando una creencia que a mi parecer subyace a todo el texto. La idea de que la lectura es uno de los pocos actos de soledad que permiten la comunicación con alguien más, la comunión con los otros. Leemos palabras (signos negros sobre el papel) pero vemos imágenes y escuchamos voces. Esto lo sabe el crítico, por eso es que considera como parte de su labor indagar cuáles de los sentidos contenidos en una obra, pueden abrir la conciencia y sensibilidad del lector contemporáneo. En ese sentido, el crítico actúa como un arqueólogo: busca los vestigios olvidados en las palabras, el diálogo con los muertos. La literatura permite separarnos de nuestro yo para ir hacia esos otros, y en ese sentido incluso es un paliativo contra la soledad del presente. Por eso es que la responsabilidad de la crítica literaria es tan grande. Su deber es, como afirmó George Steiner, “privilegiar lo que del pasado puede entrar en diálogo con los vivos” y “preguntarse no sólo si un libro constituye un adelanto o refinamiento técnicos, sino si contribuye a mejorar la inteligencia moral de la época”. La otra invención, de Víctor Barrera, es un ejercicio que problematiza estos principios, que piensa el acto de la lectura como “un modo de acción”. Por todo esto es que celebro la aparición de este libro, tan fructífero para el diálogo.

Víctor Barrera Enderle. 
La otra invención. Ensayos sobre crítica y literatura de América Latina.
México, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2005.

3 de septiembre de 2011

"Los columpios", por Fabio Morábito


Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.

Fabio Morábito. De lunes todo el año. México, Joaquín Mortiz, 1991.

6 de agosto de 2011

El juego de la luz

"Espectro" por Nely Maldonado

"A mí el aire sutil de mi gran ciudad me descubrió de nuevo (como si esta vez lo hiciera sólo para mis sentidos) todo un mundo de alegría serena cuyo valor esencial estaba en la realización perenne del equilibrio: equilibrio del trazo y el punto, de la línea y el color, de la superficie y la arista, del cuerpo y el contorno, de lo diáfano y lo opaco. El contraste de las sombras húmedas y las luminosidades de oro me envolvía en la caricia suprema que es el juego de la luz" (Martín Luis Guzmán)

21 de julio de 2011

Contra las "Obras completas" de Monsiváis



"Gatourna" de Francisco Toledo

El 17 de marzo de 2007 recibí un generoso correo electrónico de Juan Villoro. Unos días antes le había regalado mi libro La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis. Ahora que Monsiváis ha cumplido un año de muerto, lo que dice Villoro sobre unas posibles Obras Completas de Monsiváis me parece preciso. Aquí sus palabras:

Estimado Jezreel:
Acabo de leer tu libro, con gran gusto. Se trata, sin duda, de una referencia muy necesaria para seguir a Monsiváis. Uno de los desafíos de su escritura es la forma en que circula. Ha recopilado un pequeño porcentaje de todo lo que ha escrito y no lo ha ordenado de manera temática. Su probado desinterés en construir una Obra lo honra como persona -alguien más dedicado al presente que a construir su estatua-; sin embargo, esto hace que sus textos sean una galaxia dispersa. Me preocupa que entren de manera indiscriminada en unas Obras Completas. Varias veces he hablado del asunto con el propio Monsiváis, pero evade la necesidad de reunir sus trabajos de manera orgánica y temática con las bromas que lo han hecho famoso. Tu libro centra su producción en uno de sus aspectos decisivos. Gracias a tu mirada, se ordena la concepción urbana de Monsiváis. Creo que es la lectura -la recepción- de Monsiváis lo que le dará lógica retrospectiva a su estética de la multiplicidad y del fragmento, fenómeno a fin de cuentas muy benjaminiano. Tu libro es un momento decisivo de ese ejercicio.
Me parece que encuentras el tono justo para transitar del análisis social a la literatura. Mezclas con habilidad las referencias de teóricos como Berman, Sarlo, García Canclini, Reguillo, Benjamin y otros, con poetas y narradores. Naturalmente, me dio mucho gusto verme incluido en esa selección.
En fin, disfruté mucho la lectura de tu libro, que me parece esencial.
Felicidades.

Un abrazo
Juan Villoro

Como afirma Villoro, parece peligroso realizar una edición de sus Obras completas, no sólo porque el proyecto sería abrumador y posiblemente inacabable, sino porque temo que la consecuencia inmediata sería dejar de leerlo. Ahí está el caso de Alfonso Reyes, cuyas Obras completas (editadas por el Fondo de Cultura Económica) fueron al mismo tiempo una consagración y un alejamiento del público lector. En ese sentido hay que considerar que Monsiváis ejercía una autocrítica despiadada, lo que le impedía llevar muchos de sus textos periodísticos al formato de libro; unas Obras completas irían en contrasentido a este empeño por la autocrítica y el cuidado de la forma. Además, estaba en el carácter rebelde de Monsiváis ese afán de no dejar una obra concluida, sino todo lo contrario; Monsiváis buscaba dar cuenta de la contemporaneidad a través de una obra fragmentaria, fugaz y siempre modificable.
En “Monsiváis después de Monsiváis”, un texto publicado días después de su muerte, Rafael Lemus escribía lo siguiente:

No vale la pena hacerse ilusiones: ni siquiera el trabajo más meticuloso logrará reunir la mayor parte de la obra de Monsiváis. Sencillamente no hay manera porque más o menos la mitad de su legado es intangible […] En vida Carlos Monsiváis no necesitó ordenar sus escritos en un corpus coherente y unitario para construir una de las obras más destacadas de la cultura mexicana; ¿por qué habría de necesitarlo en la muerte? […] ¿No sería mejor librarlo del trato reservado a los Grandes Autores Nacionales y dejar que su obra se conserve y propague a través de, digamos, antologías sesgadas e inventivas?

Concuerdo, en esto, con Lemus. Si algún día se editan sus Obras completas, será ya un modo de traicionar el espíritu que animó a Monsiváis a ser lo que fue: uno de nuestros mayores heterodoxos.

19 de junio de 2011

MONSIVÁIS, ESE DESCONOCIDO (Crónica de un desayuno)

Caricatura por: El Fisgón


Lo conocí en Monterrey. Coincidimos en la presentación de un libro que yo había escrito sobre su obra. Al concluir el evento, me invitó a desayunar para el día siguiente. Recuerdo aquella mañana como un territorio repleto de asombros. Lo que me sorprendió en principio fue su calidez; los rumores que había escuchado lo tenían situado en mi imaginario como un personaje de ánimo mordaz, cuyo temperamento podía llegar a la maledicencia y lo voluble. Mi impresión fue toda la contraria. Luego de apreciar su interés concentrado por lo que yo hacía (“¿tu nombre es hebreo verdad?, ¿tu familia es protestante, cierto?”) y al observarlo firmar autógrafos con paciencia, su imagen se transformó en mi mente. Todos lo reconocían y él se mostraba accesible, sobre todo con los meseros, quienes buscaban una fotografía con el personaje famoso. Sin duda, era una especie de movie star de la cultura mexicana, un escritor incansable cuya omnipresencia en los medios lo había catapultado a la condición de ícono, al mismo nivel de aquellos personajes que solía retratar en sus crónicas: El Santo, María Félix, Juan Gabriel…

También me sorprendió lo que fue característico de su sensibilidad: un jocoso sentido de la ironía que le permitía defenderse del mundo, expresado con la más absoluta seriedad. Quien lograba descifrar sus burlas y entendía que muchas de sus afirmaciones eran espontáneo humor, podía colarse en su círculo de afines; se volvía cómplice instantáneo. Entonces, sólo entonces, Monsiváis sonreía. Al hablar sobre los jóvenes escritores mexicanos, me dijo: “sí, claro, de vez en cuando alguno se me acerca, me pronuncian su nombre y yo los saludo con mucho, mucho respeto y cortesía”. Y más adelante, cuando le pregunté qué le pareció el libro que había escrito yo sobre él, me respondió con su habitual autoescarnio: “Si te digo que me gustó, vas a pensar que soy un egocéntrico. Si te digo, en cambio, que me disgustó, dirás que soy un desagradecido. Para escapar de esa disyuntiva atroz, sólo puedo decir que casi me convences de que vale la pena leerme”.

Otra fascinación durante aquel desayuno: la risa hilarante que Monsiváis provocaba solía surgir en un contexto repleto de referencias y citas, tanto eruditas como populares. La memoria monsivaíta era un asunto casi sobrenatural, muy parecida al caso de Borges y Arreola. En medio de la conversación, Mr. Memory (así lo apodó Sergio Pitol) solía hacer referencias a la escena de una película, la anécdota sobre algún político o la estrofa de una canción: “¿Eso que se escucha al fondo es la melodía de Beso asesino, el bolero de Pepe Domínguez?” Hablaba de escritores latinoamericanos recónditos, de cierta historieta desaparecida en los años treinta o introducía de improviso, cuando se acercaba otro fan, un verso de Pellicer: “¡Cuándo vendrás, oh vida, a resguardarme / de los ágiles robos que enriquecen / el silencio que tú no puedes darme!” Es claro que le encantaba la trivia, la ejercitaba como un deporte de lucidez y como un espacio de divertimento. Su obra lo demuestra: está repleta de citas escondidas, como si fuese una suma de acertijos alegres que retan al lector y lo impulsan a un aprendizaje sin fin.

Otro detalle, acaso pueril, me provocó también asombro aquella mañana: su manera de comer. Se sirvió del buffet del hotel un plato con sólo dos ingredientes: frijoles y melón. Mezclaba ambos alimentos y así los digería. Verlo me pareció al mismo tiempo grotesco y llamativo, otra más de sus heterodoxias, porque si algo llegó a definirlo fue eso: su voluntad excéntrica, su ansia de rebeldía. Desde su autobiografía precoz (escrita a los 28 años de edad) se asumió así, como un marginal frente a una sociedad poco tolerante a la diferencia. Su origen protestante, su preferencia homosexual y su vocación literaria (en una nación altamente católica, homofóbica y antiintelectual) lo llevaron a defender los derechos de las minorías, a las que consideró agentes de cambio y espacios donde la libertad era posible. En una entrevista, ante cierta pregunta sobre su excentricidad, respondió “si ser excéntrico es hacer aquello que la media del país no hace, entonces sí lo soy: leo libros y hablo de ellos; en una nación como la nuestra eso resulta muy excéntrico”. Para Monsiváis, tener comportamientos marginales constituía una crítica frente a la realidad mexicana y su modo aletargado, autoritario y unívoco de concebir cómo debe experimentarse la vida. Por ello, en el recuerdo, celebro aquel desayuno extraño, anfibio y heterodoxo.

Una de las preocupaciones que surgió de manera repetida durante esa plática fue la ausencia de una cultura crítica y cívica en México. Monsiváis se quejaba de ciertos públicos que en ocasiones debía enfrentar: no entendían sus ironías, se quedaban instalados en la seriedad o la estupefacción. Según él, además del rezago educativo, eso también se debía a la dificultad de nuestra cultura para vincular libros y diversión, a nuestra tradición solemne que difícilmente asume la crítica y la risa como valores catárticos y propositivos, y por lo mismo, no valora la inteligencia. “El humor es un aliado de la inteligencia, mientras la solemnidad es una forma de neutralizar su poder corrosivo”, me dijo. En ese momento me explique el porqué de su fascinación por la sátira anglosajona y el cine mudo, tan propicios para la comedia, la invectiva y el sarcasmo. También recordé una de esas típicas declaraciones que lo hicieron famoso. El entrevistador le preguntó: “Si mañana fuera elegido presidente de la República, ¿cuáles serían las tres primeras cosas que haría?” Monsiváis contestó enseguida:

La primera, organizar para el día de la toma de posesión un carnaval en donde cada uno de los mexicanos se disfrazara del personaje que más detesta. Eso sería, desde el punto de vista psicológico, visual y cultural, muy interesante, y nos permitiría ver a millones disfrazados como el presidente anterior, millones como su vecino, su marido o su esposa. La segunda, obligar a que todos los discursos que se pronunciaran en esa solemne ocasión fueran cantados. Creo que uno de los grandes escollos de la vida política es que los discursos son hablados y no cantados. Si se atendiese más al aspecto operático, zarzuelero o de comedia musical de la política, los resultados serían más notables. Y la tercera, una vez que el carnaval hubiera alcanzado su apogeo, firmar mi renuncia irrevocable. Mi mandato duraría 24 horas.

Como se ve, para Monsiváis la ciudadanización del país implica desmontar la solemnidad, hacer trizas el acartonamiento político y ridiculizar las pretensiones demagógicas, actitudes todas surgidas del miedo a la crítica. Su columna Por mi madre, Bohemios fue una clara muestra de esa intención. Si el humor logra bajar del pedestal a quienes detentan distintas formas del poder, deja entonces de ser sólo un divertimento y se convierte en el método más efectivo para eliminar las jerarquías y crear conciencias autónomas. “La risa como metamorfosis del lector en librepensador. Esa fue mi consigna”, dijo, mientras se llevaba un melón enfrijolado a la boca.

Antes de conocerlo, me ocurría tener la impresión de saber ya quién era. Lo había leído hasta el cansancio y sin esperanzas de terminar todo lo que de su pluma había brotado: demasiadas cuartillas repartidas entre crónicas, artículos, prólogos, ensayos, ponencias y libros publicados. Una escritura inagotable, un polígrafo sin fin. Cada vez que comentaba con otros esas lecturas, resultaba que no coincidían mis juicios con los de mis interlocutores. Ellos lo habían escuchado en una entrevista y les parecía que estaba equivocado respecto a cierto juicio o afirmación. El fenómeno recurrente es que no lo habían leído. Poco a poco, me fui dando cuenta que Monsiváis, si bien era famoso, también era un escritor de pocos lectores o con malos lectores. El personaje era tan popular, que pocos se tomaban la molestia de ir a sus libros ‑en todo caso, alguno era asiduo a sus columnas periódicas. Monsiváis era, por lo que veía, un verdadero desconocido. En aquel primer encuentro, le pregunté al respecto; quise saber qué opinaba sobre la recepción de sus libros. Su desinterés en darle trascendencia a su propia obra salió a la luz: “Hablar de mí me resulta devastador, es una suerte de suplicio”. Sin embargo, estaba consciente del hecho. Ya en la década de los años setenta decía esto sobre el asunto:

Es muy entusiasmante publicar un libro porque, quieras o no, arribas a la contrición auténtica. No deja de conmover enterarte de que no saben qué publicaste, de que si saben no te han leído, de que si te han leído no te entendieron, y de que si te entendieron captaron tu verdadera naturaleza superficial y derivativa. Es una perspectiva conmovedora porque aceptas como insostenible cualquier presunción personal… Yo era bastante vanidoso antes de publicar. Ahora me he vuelto la humildad desaforada.

A unos pasos de nuestra mesa, se hallaba otro escritor: Emilio Carballido, ya en silla de ruedas, quien había ido a Monterrey a presentar el último número de la revista especializada en teatro que dirigía, Tramoya. Monsiváis se levantó a saludarlo. Al regresar, me dijo: “a pesar de la edad, mantiene toda su lucidez”. Mostró un gesto de pesar. “Uno no envejece solo, como suele decirse. Uno envejece con su generación. José Emilio, por ejemplo, se ha vuelto muy hipocondríaco. Cuando hablo con él, me cuenta del enfisema que padecen sus dedos del pie”, ironizó. “Me duele ya no poder hablar con Pitol por teléfono”, y por primera vez, Monsiváis se quedó en silencio.

Desde aquel desayuno, las cosas han cambiado mucho. Monsiváis dejó de existir y Monterrey dejó de ser una ciudad abierta para convertirse en una ciudad intramuros (donde el espacio público se halla secuestrado). Dos acontecimientos dolorosos que quizá explican porqué la última vez que fui a esa ciudad, me pareció un lugar difícil de asir, un espacio que sólo podía caminarse como si fuese uno un fantasma.

Muchas veces para lidiar con la ausencia, sólo nos queda el recuerdo. En el caso de Monsiváis, no ocurre así. Pervive y sobrevive en sus textos. Por lo demás, parecería que sigue escribiendo, cual espectro con energía inagotable: en este año ha publicado más que la mayoría de los escritores mexicanos vivos. Desde que murió han aparecido al menos tres nuevos libros suyos: Historia mínima de la cultura mexicana en el siglo XX (Colegio de México), Democracia, primera llamada. El movimiento estudiantil de 1968 (Secretaría de Cultura de Colima) y Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (Paidós/ Debate feminista). Además, la editorial Debate publicó una antología de sus crónicas bajo el título Los ídolos a nado, y apareció también un libro extraño, pero igual de significativo: ¿A dónde váis, Monsiváis? Guía del DF de Carlos Monsiváis (editado por Déborah Holtz y Juan Carlos Mena), una especie de Guía Roji que da cuenta del bizarro amor de Monsiváis por la Ciudad de México, recuperando algunos de sus más entrañables textos.

Como se ve, a Monsiváis le ocurrirá lo que a Alfonso Reyes: seguirá escribiendo por muchos años. Hace poco, al recibir un epistolario de su abuelo, Alicia Reyes, nieta del escritor regiomontano, dijo: “ay, mi abuelito, sigue escribiendo, no se cansa de publicar nuevos libros”. Para los lectores asiduos de Monsiváis, ese consuelo nos deja: seguramente seguiremos teniendo novedades suyas, recopilaciones armadas a partir de sus textos disgregados. En medio de la dispersión y extensión de su obra (la gran mayoría publicada en revistas y periódicos) faltan muchos otros libros por nacer. Un libro que a mí se me antoja mucho es el que está preparando la Cineteca Nacional, a partir de opiniones sobre cine que solía emitir en su programa El cine y la crítica, que durante años mantuvo, siendo muy joven, en Radio UNAM. Otro libro que se necesita es uno que recopile ese género que practicó cotidianamente y de muchos modos reinventó: la entrevista de autor.

En sus últimos días, Monsiváis escribió con ese optimismo irónico que lo caracterizaba lo siguiente:

Mis profundas disculpas, pero la salud es muy contraria a la cortesía… Mi estado de salud es precario, variable, rotundo y no está ponderado. Si ligo mi salud con mi edad, la encuentro perfectamente normal: si la ligo con el estado que quisiera, es un desastre. Describiría mi vida, vanidosamente, como la de alguien que nunca quiso dormirse en sus laureles porque sufría de insomnio crónico. Ya sin metáforas vergonzosas de por medio, la describiría con el entusiasmo que me causa, a estas alturas, agregar a mi lista otra causa perdida. Espero un pacto, con cualquiera de las potencias celestiales o demoniacas, que me permita preservar un poco leyendo periódicos o viendo algunos dvd antes que lo contenido en el término 'premio' se ajuste a las dimensiones de un féretro. Y sí, sí formulo un deseo: esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico.

En una película de Park Chan-Wook, aparece una frase que va conforme al tono que animan esas palabras del cronista: “Ríe y el mundo se reirá contigo. Solloza, y llorarás solo”. Durante sus excequias, una multitud estuvo a su lado. Fue un espectáculo que muy probablemente no le habría gustado protagonizar, pero sí observar. Alguna vez dijo que no tenía sentido “combatir con gestos aislacionistas al diluvio poblacional”, que en todo caso era necesario siempre “hallarle los lados positivos al alud”. Ser solitario que convivía continuamente con las masas, Monsiváis cumplió a cabalidad el estereotipo y el destino del “cronista”: la soledad frente a la multitud, el desconocimiento vs. la fama.

Al decir adiós aquel día en que lo conocí, Monsiváis se despidió con un poco de prisa y con el ímpetu de quien desea seguir atestiguando, solitariamente:

-Me voy al MARCO, hay una exposición que tengo muchas ganas de ver antes de irme.



[Nota: una versión de este texto apareció en la revista Armas y letras, núm. 72-73, julio-diciembre de 2010, pp. 88-91].