20 de junio de 2016
Sobre la crítica literaria en México
"DIAS DE CRÍTICA LITERARIA (I)
La crítica es mi oficio y es mi pasión. Es mi trabajo y mi forma de vida. Como parte de mi pasión y de la ética que busco ejercer como crítico soy un lector dedicado de toda la crítica de mis colegas colegas, en México y fuera, académica y no académica. Por supuesto tengo opiniones y posicionamientos, pero ninguno de ellos neutraliza la estima como lector y el respeto como colega que siento hacia otros críticos a pesar de que pueda tener desacuerdos con sus posturas. Quienes me conocen pueden deducir exactamente lo que pienso en torno a la reciente polémica planteada por Heriberto Yépez sobre Christopher Domínguez Michael. Incluso, hace tiempo publiqué varios ensayos sobre la crítica. Pero decidí también hace tiempo, siguiendo el consejo de un amigo crítico, no intervenir más en esos debates y no escribir más metacrítica. Y sin embargo, lo malo de esa decisión es que vivo muerto de la frustración ante las nociones de la crítica que se barajan mucho en los debates, desde el desprecio ciego a todo lo teórico y lo académico hasta la conflación entre crítica y reseña. En respuesta a esto decidí no romper mi voto de silencio sobre el problema de la crítica por ahora escribiendo un ensayo. Pero desde ese silencio, en los próximos días responderé a esa frustración con el puro poder del ejemplo. Cada día compartiré un trabajo de crítica literaria reciente, de algún crítico literario mexicano (con algunos extranjeros mexicanistas por ahí), que me parecen ejemplares. Habrá libros y ensayos, textos académicos y no académicos. Habrá amigos cercanos, rivales y personas que no conozco en lo absoluto. Habrá trabajos con los que coincido y con los que me peleo, pero siempre son textos que creo admirables y dignos de ser leídos. Seguramente a los que me acompañen en este ejercicio no les gustará todas las entradas, pero mi punto es mostrar que hay crítica literaria buenísima que pasa por debajo del radar de las polémicas y el chismerío en redes sociales. Inicio el ejercicio cerca de casa, con Gabriel Wolfson, con quien (disclaimer) tuve el privilegio de coincidir en la UDLA de Puebla. Su ensayo "La sintaxis de Plural", que posteo abajo, muestra sus virtudes como crítico: riguroso en la investigación, conocedor de la teoría sin dejarse apantallar por ella, y de una pluma admirable. Wolfson no rehuye la polémica y su estilo siempre está en modo de debate. Aunque esto no es una reseña es, de hecho, uno de los poquísimo reseñistas que pueden llevar el rigor de su crítica investigativa incluso al texto más de ocasión. Lo pueden leer con regularidad en la revista Crítica de Puebla. (http://revistacritica.com/contenidos-impresos/ensayo-literario/la-sintaxis-de-plural-por-gabriel-wolfson)"
"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (II)
Mucha de la mejor crítica literaria mexicana la están escribiendo críticos brillantes nacidos en los años ochenta. Son autores que todavía no emergen en los medios: muchos de ellos pasan sus días en programas de posgrado o en algún esquema de beca de ensayista. Pero ya hay entre ellos críticos brillantes. Para limpiar el paladar de las polémicas del día, hoy sugiero leer a una de estas voces emergentes: Ana Sabau. Ana, quien es profesora en la Universidad de Michigan, comienza a destacar por la enorme inteligencia de sus trabajos. Yo tuve hace tiempo la oportunidad de editarle un ensayo magnífico sobre Alfonso Reyes y tiene por ahí un texto sobre Trotsky y Cabrera Infante que no tiene desperdicio. Pero donde Ana brilla verdaderamente es en su estudio de la literatura mexicana del siglo XIX. Está por el momento adaptando su magnífica tesis doctoral (que por ahí se podrá descargar) en un libro tentativamente titulado "Revolutions and Revelations: An Archaeology of Political Imagination in 19th Century Mexico". Por lo que conozco del material será un libro absolutamente señero. Mientras tanto, comparto un extraordinario texto que escribió Ana para la serie Utopías del portal Horizontal, que muestra la calidad y rigor de su trabajo como crítica de la cultura del siglo XIX. Ana es una estrella naciente. Si fuera editor de un medio en México haría lo que fuera por ficharla como colaboradora regular. Realmente, se hablará mucho de su trabajo en los años venideros. (http://horizontal.mx/la-casa-de-maternidad-de-puebla-la-huella-de-la-utopia/)”
"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (III)
Cuando comenzaba a trabajar como crítico, desde fuera y buscando espacios en México, tres colegas adquirían una presencia muy fuerte en medios y comenzaban a despuntar: Geney Beltrán, Rafael Lemus, Heriberto Yépez. Los tres tienen seguidores y detractores, los tres son leídos y debatidos intensamente cada vez que publican algo. Y quizá sea uno de los pocos con esta opinión, pero a los tres los admiro y respeto enormemente, por su inteligencia y la fuerza de su voz, tanto en los momentos en que encuentro su trabajo iluminador como en los que estoy en absoluto desacuerdo con ellos. Sin embargo, teniendo estas tres enormes figuras en la camada de uno tiene como consecuencia que otro tipo de voces, que florecen en espacios menos públicos y visibles no se escuchen con la atención debida. Y en honor a eso, hoy comparto un texto de un crítico de mi generación, Jezreel Salazar, cuya obra es un ejemplo de brillantez y rigor, aunque no haya tenido la proyección de mis tres contemporáneos más famosos. Jezreel es el gran heredero de Monsiváis, de quien es uno de sus mejores críticos, además de ser él mismo uno de los grandes cronistas de la literatura mexicana contemporánea. Es un crítico de trayectoria y todo lo que ha escrito vale la pena: su magnífico libro sobre Monsi, el ensayo sobre la "prosa volátil" Reyes que escribió para mi antología sobre don Alfonso, su texto en Letras Libres sobre el ensayo. Comparto aquí, precisamente, su maravilloso libro sobre Monsiváis, "La ciudad como texto", que se puede descargar de su página de Academia. Realmente un libro hermoso y brillante, de esos que uno quisiera haber escrito. (https://www.academia.edu/604535/La_ciudad_como_texto_la_cr%C3%B3nica_urbana_de_Carlos_Monsiv%C3%A1is)”
"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (IV):
La crítica literaria en México padece desde siempre de un enorme problema de machismo estructural. En consecuencia, el oficio tiene deudas de género enormes, en muchos sentidos. Es, por ejemplo, mucho más difícil para una mujer adquirir espacios en medios literarios que para los hombres, algo patentemente obvio si se hace un simple censo de la proporción entre hombres y mujeres en cualquier publicación cultural. Asimismo, se estudian mucho más escritores hombres que escritoras, y se traducen mucho menos escritoras que escritores. Esto además suele enmascararse con una falaz narrativa de la meritocracia estética e intelectual y con esos golpes de pecho facilones que denuncian muñecos de paja como la "corrección política" o las "cuotas de género". Como lector y crítico siento mucha admiración por aquellas colegas que han remado a contracorriente de todas estas tendencias y vienen a la mente muchas figuras, como las estudiosas reunidas alrededor del grupo "Diana Morán" o aquellas colegas que, como Lucía Melgar, Patricia Rosas y Gabriela Mora, mantienen viva la llama de escritoras como Elena Garro. En honor a esta tradición, hoy recomiendo la lectura del libro "La nueva ciudad de las damas" de Eve Gil, que contiene apenas una selección de los muchísimos textos sobre escritoras de la literatura mundial que ha publicado desde hace más de una década en diversos blogs. Combativa y controversial, Eve Gil es una voz valiente en la denuncia de las políticas de género en la cultura mexicana y en dar voz desde el periodismo y la crítica a escritoras. "La nueva ciudad de las damas" (cuyo título es un guiño a "La ciudad de las damas" de Cristine de Pizan) está mayoritariamente dedicado a escritoras no mexicanas, muchas de ellas verdaderos descubrimientos que no tienen la atención debida. El libro, editado por la UNAM en 2010, merece muchísima más atención y lecturas de lo que ha recibido. No he encontrado, desafortunadamente, una copia digital del libro, pero está disponible en las librerías de la UNAM. (http://www.literatura.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=294%3Ala-nueva-ciudad-de-las-damas&catid=76%3A2012)”
“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (V):
Hacer crítica literaria en 2016 no significa solamente hacer crítica de la literatura. Significa también hacer una interpretación de las dimensiones sociales, políticas y culturales del mundo con los instrumentos de la crítica literaria. Esto es el legado de lo que hoy llamamos "Teoría", nombre que recibe el grupo heterogéneo de pensamientos sobre la modernidad, el capitalismo y la cultura iniciados en los alrededores del 68 francés y desarrollados posteriormente en escenarios como los estudios culturales británicos, la academia norteamericana y la post-autonomía italiana. Esta línea de pensamiento tiene poca resonancia en la crítica mexicana por varias razones entre las que hay que destacar el peso del liberalismo en la República de las letras (y por ende de una forma de política cultural más cercana a la anti-teoría de los nouveaux philosophes que de la teoría propiamente dicha), el fetichismo de la literatura como objeto autónomo que no puede contaminarse con lo que Reyes llamaba funciones ancilares y, hay que decirlo, una noción de la teoría como cajita de herramientas que se "aplica" esquemáticamente a los textos y que sigue teniendo una existencia a nivel de metástasis en la academia mexicana. Sin embargo, en vista del peso que el neoliberalismo tiene en México, este tipo de teoría provee un lazo esencial entre la producción escritural y la crítica al poder, tarea en la que, a mi parecer, la línea liberal no logra llevar a cabo por su timidez en la crítica ante la explotación económica y simbólica. Ante esto, hoy recomiendo la lectura de Sayak Valencia, cuyo libro "Capitalismo Gore", desafortunadamente publicado en 2010 por una editorial española de escasa circulación en México, es un libro señero en la posibilidad de hacer teoría en México. No es el único, por supuesto: vale la pena leerlo junto a libros como "Los muertos indóciles" de Cristina Rivera Garza y el reciente y brillante "La tiranía del sentido común" de Irmgard Emmelhainz. Dejo aquí un ensayo donde Valencia desarrolla su idea central: (http://hemisphericinstitute.org/hemi/es/e-misferica-82/triana)”
“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (VI)
Todos los críticos tenemos maestros, algunos de ellos de manera formal en las universidades, otros más en conversaciones y tertulias y algunos más desde la lectura. De mis maestros formales, fueron tres los que han tenido mayor impacto: Pedro Angel Palou, Mabel Moraña y Adela Pineda Franco. Para los lectores asiduos de crítica, los dos primeros nombres son muy conocidos. Aunque Pedro Ángel es más bien un novelista, tiene al menos tres libros indispensables de crítica literaria: La ciudad crítica, uno de los poquísimos libros mexicanos en conversación con la crítica sudamericana, "La casa del silencio", libro indispensable sobre COntemporáneos que ganó en su momento el Premio Nacional de Historia y su reciente "El fracaso del mestizo" su genial historia revisionista de la relación entre representación racial, cine y literatura. Mabel es una fuerza de la naturaleza y específicamente sobre México tiene un libro indispensable, "Viaje al silencio", un libro importantísimo sobre nuestra literatura colonial. Hoy decidí compartir el trabajo de Adela Pineda Franco, quien quizá tiene menos reconocimiento, pero cuya obra crítica es de una gran inteligencia y rigor, y merece mayor difusión. Adela no tiene una obra tan copiosa, porque es una persona que valora la pausa y el tiempo, y que para mí ha sido un importante contrapunto al ejemplo prolífico de mis otros dos maestros. Adela tiene un libro, "Geopolíticas de la cultura finisecular en Buenos Aires, París y México", uno de los mejores estudios de las revistas del modernismo latinoamericano y ahora escribe lo que será el libro definitivo sobre el cine de la Revolución Mexicana. Tiene muchos otros textos (sobre Guzmán, sobre viajeros, sobre Ángel Rama y otros temas) y ninguno tiene desperdicio. Comparto hoy su maravilloso ensayo sobre el Pancho Villa de Hollywood, incluido en un libro, coeditado por ella para el Smithsonian, sobre el imaginario de binacional de la Revolución Mexicana: (en inglés: https://www.academia.edu/10956717/Hollywood_Villa_and_the_Vicissitudes_of_Cross-Cultural_Encounters)”.
26 de enero de 2014
In Memoriam, JEP
Lo importante es que ya no estás.
Lo único cierto es que te fuiste.
En el desoladero del año infame
Se arrastra el país,
La realidad se eriza aún más,
Los esperpentos bailan su danza
De vanidad y de rapiña.
Y hoy como nunca duele
Estar aquí y ya no verte.
31 de mayo de 2013
Una estética de la minucia: los ensayos de Karla Olvera
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
31 de enero de 2013
Why not [collage de citas]
La memoria es el imperio del azar. Esta tarde han venido a mí, como aturdiéndome cual tábanos irresistibles, diversas frases que poseen en común un mismo hilo conductor: el poder de la imaginación, el sentido utópico de las cosas, lo imposible dentro de lo posible. Van en serie:
“Lo que existe no puede ser verdad” (Ernst Bloch)
“Lo posible es una tentación que lo real termina siempre por aceptar” (Gaston Bachelard)
“La imaginación es un desafío del hombre a la realidad” (Horacio Cerutti)
“Lo posible es sólo una provincia de lo imposible/ un área reservada/ para que lo infinito/ se ejercite en ser finito” (Roberto Juarroz)
“Lo que es no tiene más derecho a ser que lo que no fue pero pudo ser” (Bolívar Echeverría)
“Más alta que la realidad está la posibilidad” (Martin Heidegger)
“Es buscando lo imposible que el hombre siempre ha realizado lo posible” (Mijaíl Bakunin)
“La Esperanza es la progenitora de numerosas certezas en potencia ... la Esperanza es la encarnación de la alteridad” (Ágnes Heller y Ferenc Fehér)
Como se ve, me la he pasado las últimas horas con la sensación insana de que siempre vivimos en función de deseos y carencias, de tiempos y lugares imaginarios, sin los cuáles sería difícil concebir lo que en efecto somos. Como si este instante y este cuarto sólo existieran en relación con otros instantes y otros cuartos posibles, como si estuviéramos atrapados al interior de un universo escheriano en donde la especulación vale más que la actividad corpórea. Quizá por ello Julio Cortázar lanzó ese exhorto a dejar atrás el ayer como si se tratase de un lugar habitado: “Lo cierto es irse. Quedarse es ya la mentira", escribió. Y no sé, quizá sea válida esa intuición. Quizá todo lo que importa tiene esa dimensión espacial, como si sólo pudiésemos crear sentidos de pertenencia respecto a lugares afectados por nuestros anhelos y por nuestros miedos. Como si la vida fuese la suma de una serie de geografías íntimas, mapa-mundis afectivos plagados de callejones prodigiosos y de explanadas terroríficas. “Vivimos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro”, escribió desde su subterráneo optimismo Emil Cioran. Y supongo que tenía razón, que nuestra identidad es un averno con vasos comunicantes que nos conectan con otros cosmos más beatíficos. Vivimos la versión bizarra de otro mundo, ese sí, paradisiaco. O para decirlo con las palabras inquisidoras de Aldous Huxley: “¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?”
Pero en las palabras de Huxley está otra vez la tentación de buscar algo fuera de la vida, postergando el presente en aras de un futuro inexistente, de un espacio vacío. Y quizá no sea ese el método. Quizá las geografías afectivas a las que me refería están diseñadas por un urbanista interior que no ha conocido sino pasiones terrenales y delirios concretos. Tal vez lo imposible pueda ser una provincia de lo posible y no la cárcel que a veces la imaginación proyecta hacia el futuro, encerrando la vitalidad del presente en una celda de promesas falaces. “Hay otros mundos, pero están en éste”, escribió Paul Éluard. Quizá por ello la definición de Maurice Merleau-Ponty: “La verdadera filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo”. Y quizá por ello la advertencia en verso de Emily Dickinson: “Multiplicar los muelles, no disminuye el mar”. Y quizá también por ello la propedeútica de Italo Calvino: “reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Escribo estas palabras sobre mundos potenciales y futuros peligrosos desde un cuarto insensato, que a nadie importa pero es mío. Un lugar de mi geografía íntima plagado de repeticiones: los mismos autores, los lugares comunes habituales. Y aunque me repito, del inmenso azar que es la memoria me llega otra frase de algún modo redentora, que me exime del rencor que cierto país me genera cada vez que lo observo con un poco de detenimiento: “Digamos que uno no tiene por qué amar aquel lugar al que pertenece, sino que uno pertenece a los lugares que ama” (José Manuel Fajardo). Y así, un poco más sosegado, decido apagar la pantalla e irme a recorrer otra realidad, en esos laberintos que algunos llaman "sueños" y otros "puertas falsas", "subterfugios", "fábulas".
11 de diciembre de 2012
Permanencia fugaz
2 de septiembre de 2012
Puertas, fantasmas, sueños
Walter Benjamin, El libro de los pasajes
18 de agosto de 2012
Servidumbre y complicidad
En un cuento de Borges, se describe así a un personaje: “era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres”. Tal condición esquizofrénica me resulta familiar. Sentirnos, a la vez, libres y esclavizados forma parte de las formas de vida contemporáneas, al menos para quienes gozamos de la hipocresía liberal.
Desde hace tiempo gira en mi mente una reflexión que atañe a lo que podría considerar como mi origen clasemediero: la percepción de que la servidumbre, en tanto sinónimo de sujeción, es uno de los tópicos que difícilmente desaparecerán en las sociedades modernas, ya sea como criterio de estatus o como fundamento de autoridad. Sospecho que tal idea es la que dio origen (a mediados del siglo XVI) a ese famoso ensayo anárquico de Étienne de La Boétie, el cual constituye un llamado a ir en contra de la propia esclavitud: Discurso de la servidumbre voluntaria. Un siglo después, el propio Pascal llegó a afirmar que la incapacidad para dominar las propias pasiones implicaba no sólo servidumbre sino vergüenza.
Con ello en mente, se me ha ocurrido un nuevo ciclo de cine propicio para pensar el tema. Tendría que ver no necesariamente con aquellas películas en donde la servidumbre se constituye como personaje principal (como en The remains of the day, de James Ivory), sino en donde la servidumbre se concibe como escenario en cuya complicidad se gesta cierta autonomía, cierta búsqueda por la destrucción de los lazos de autoridad. En ese sentido, el ciclo podría llevar como epígrafe la frase que pronuncia uno de los personajes de Tolstoi, en Ana Karenina: "al suprimir la servidumbre nos han quitado la autoridad". Hasta el momento estas serían las películas que incluiría en el hipotético maratón cinéfilo:
The cook, the thief, his wife & her lover (El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante), de Peter Greenaway
Gosford park (Muerte a la medianoche), de Robert Altman
Festen (La celebración), de Thomas Vinterberg
Yes, de Sally Potter
Crash (Alto impacto), de Paul Haggis
La idea de propiedad, por supuesto, es lo que debería estar en el centro de la atención a la hora de atender a dicho ciclo. Y una lectura podría propiciar fructíferas discusiones: “La producción del arte y de la gloria” de Bertolt Brecht. Desde ahí, lo que para mí resultaría imprescindible sería pensar la servidumbre ya no sólo como relación social que genera subordinación, sino como un lugar de eclosión, como un punto crítico desde el cual es posible mirar y denostar las formas de construir prestigio. Me parece que en estas películas se generan, desde la noción de servidumbre, vínculos que pretenden o logran trastocar las relaciones (materiales) en las que se sostienen las hipócritas ideas de autoridad y de reputación que siguen vigentes en nuestros días. Como escribió Julio Ramón Ribeyro: “toda adquisición es una responsabilidad y por ello una servidumbre”.
14 de mayo de 2012
Un cronista moderno e inédito
5 de diciembre de 2011
Servín: flâneur con rifle al hombro
3 de octubre de 2011
Literatura = escritura sin público
25 de septiembre de 2011
Un texto de crítica latinoamericana
3 de septiembre de 2011
"Los columpios", por Fabio Morábito
6 de agosto de 2011
El juego de la luz
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"Espectro" por Nely Maldonado |
"A mí el aire sutil de mi gran ciudad me descubrió de nuevo (como si esta vez lo hiciera sólo para mis sentidos) todo un mundo de alegría serena cuyo valor esencial estaba en la realización perenne del equilibrio: equilibrio del trazo y el punto, de la línea y el color, de la superficie y la arista, del cuerpo y el contorno, de lo diáfano y lo opaco. El contraste de las sombras húmedas y las luminosidades de oro me envolvía en la caricia suprema que es el juego de la luz" (Martín Luis Guzmán)
21 de julio de 2011
Contra las "Obras completas" de Monsiváis
El 17 de marzo de 2007 recibí un generoso correo electrónico de Juan Villoro. Unos días antes le había regalado mi libro La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis. Ahora que Monsiváis ha cumplido un año de muerto, lo que dice Villoro sobre unas posibles Obras Completas de Monsiváis me parece preciso. Aquí sus palabras:
19 de junio de 2011
MONSIVÁIS, ESE DESCONOCIDO (Crónica de un desayuno)
Lo conocí en Monterrey. Coincidimos en la presentación de un libro que yo había escrito sobre su obra. Al concluir el evento, me invitó a desayunar para el día siguiente. Recuerdo aquella mañana como un territorio repleto de asombros. Lo que me sorprendió en principio fue su calidez; los rumores que había escuchado lo tenían situado en mi imaginario como un personaje de ánimo mordaz, cuyo temperamento podía llegar a la maledicencia y lo voluble. Mi impresión fue toda la contraria. Luego de apreciar su interés concentrado por lo que yo hacía (“¿tu nombre es hebreo verdad?, ¿tu familia es protestante, cierto?”) y al observarlo firmar autógrafos con paciencia, su imagen se transformó en mi mente. Todos lo reconocían y él se mostraba accesible, sobre todo con los meseros, quienes buscaban una fotografía con el personaje famoso. Sin duda, era una especie de movie star de la cultura mexicana, un escritor incansable cuya omnipresencia en los medios lo había catapultado a la condición de ícono, al mismo nivel de aquellos personajes que solía retratar en sus crónicas: El Santo, María Félix, Juan Gabriel…
También me sorprendió lo que fue característico de su sensibilidad: un jocoso sentido de la ironía que le permitía defenderse del mundo, expresado con la más absoluta seriedad. Quien lograba descifrar sus burlas y entendía que muchas de sus afirmaciones eran espontáneo humor, podía colarse en su círculo de afines; se volvía cómplice instantáneo. Entonces, sólo entonces, Monsiváis sonreía. Al hablar sobre los jóvenes escritores mexicanos, me dijo: “sí, claro, de vez en cuando alguno se me acerca, me pronuncian su nombre y yo los saludo con mucho, mucho respeto y cortesía”. Y más adelante, cuando le pregunté qué le pareció el libro que había escrito yo sobre él, me respondió con su habitual autoescarnio: “Si te digo que me gustó, vas a pensar que soy un egocéntrico. Si te digo, en cambio, que me disgustó, dirás que soy un desagradecido. Para escapar de esa disyuntiva atroz, sólo puedo decir que casi me convences de que vale la pena leerme”.
Otra fascinación durante aquel desayuno: la risa hilarante que Monsiváis provocaba solía surgir en un contexto repleto de referencias y citas, tanto eruditas como populares. La memoria monsivaíta era un asunto casi sobrenatural, muy parecida al caso de Borges y Arreola. En medio de la conversación, Mr. Memory (así lo apodó Sergio Pitol) solía hacer referencias a la escena de una película, la anécdota sobre algún político o la estrofa de una canción: “¿Eso que se escucha al fondo es la melodía de Beso asesino, el bolero de Pepe Domínguez?” Hablaba de escritores latinoamericanos recónditos, de cierta historieta desaparecida en los años treinta o introducía de improviso, cuando se acercaba otro fan, un verso de Pellicer: “¡Cuándo vendrás, oh vida, a resguardarme / de los ágiles robos que enriquecen / el silencio que tú no puedes darme!” Es claro que le encantaba la trivia, la ejercitaba como un deporte de lucidez y como un espacio de divertimento. Su obra lo demuestra: está repleta de citas escondidas, como si fuese una suma de acertijos alegres que retan al lector y lo impulsan a un aprendizaje sin fin.
Otro detalle, acaso pueril, me provocó también asombro aquella mañana: su manera de comer. Se sirvió del buffet del hotel un plato con sólo dos ingredientes: frijoles y melón. Mezclaba ambos alimentos y así los digería. Verlo me pareció al mismo tiempo grotesco y llamativo, otra más de sus heterodoxias, porque si algo llegó a definirlo fue eso: su voluntad excéntrica, su ansia de rebeldía. Desde su autobiografía precoz (escrita a los 28 años de edad) se asumió así, como un marginal frente a una sociedad poco tolerante a la diferencia. Su origen protestante, su preferencia homosexual y su vocación literaria (en una nación altamente católica, homofóbica y antiintelectual) lo llevaron a defender los derechos de las minorías, a las que consideró agentes de cambio y espacios donde la libertad era posible. En una entrevista, ante cierta pregunta sobre su excentricidad, respondió “si ser excéntrico es hacer aquello que la media del país no hace, entonces sí lo soy: leo libros y hablo de ellos; en una nación como la nuestra eso resulta muy excéntrico”. Para Monsiváis, tener comportamientos marginales constituía una crítica frente a la realidad mexicana y su modo aletargado, autoritario y unívoco de concebir cómo debe experimentarse la vida. Por ello, en el recuerdo, celebro aquel desayuno extraño, anfibio y heterodoxo.
Una de las preocupaciones que surgió de manera repetida durante esa plática fue la ausencia de una cultura crítica y cívica en México. Monsiváis se quejaba de ciertos públicos que en ocasiones debía enfrentar: no entendían sus ironías, se quedaban instalados en la seriedad o la estupefacción. Según él, además del rezago educativo, eso también se debía a la dificultad de nuestra cultura para vincular libros y diversión, a nuestra tradición solemne que difícilmente asume la crítica y la risa como valores catárticos y propositivos, y por lo mismo, no valora la inteligencia. “El humor es un aliado de la inteligencia, mientras la solemnidad es una forma de neutralizar su poder corrosivo”, me dijo. En ese momento me explique el porqué de su fascinación por la sátira anglosajona y el cine mudo, tan propicios para la comedia, la invectiva y el sarcasmo. También recordé una de esas típicas declaraciones que lo hicieron famoso. El entrevistador le preguntó: “Si mañana fuera elegido presidente de la República, ¿cuáles serían las tres primeras cosas que haría?” Monsiváis contestó enseguida:
La primera, organizar para el día de la toma de posesión un carnaval en donde cada uno de los mexicanos se disfrazara del personaje que más detesta. Eso sería, desde el punto de vista psicológico, visual y cultural, muy interesante, y nos permitiría ver a millones disfrazados como el presidente anterior, millones como su vecino, su marido o su esposa. La segunda, obligar a que todos los discursos que se pronunciaran en esa solemne ocasión fueran cantados. Creo que uno de los grandes escollos de la vida política es que los discursos son hablados y no cantados. Si se atendiese más al aspecto operático, zarzuelero o de comedia musical de la política, los resultados serían más notables. Y la tercera, una vez que el carnaval hubiera alcanzado su apogeo, firmar mi renuncia irrevocable. Mi mandato duraría 24 horas.
Como se ve, para Monsiváis la ciudadanización del país implica desmontar la solemnidad, hacer trizas el acartonamiento político y ridiculizar las pretensiones demagógicas, actitudes todas surgidas del miedo a la crítica. Su columna Por mi madre, Bohemios fue una clara muestra de esa intención. Si el humor logra bajar del pedestal a quienes detentan distintas formas del poder, deja entonces de ser sólo un divertimento y se convierte en el método más efectivo para eliminar las jerarquías y crear conciencias autónomas. “La risa como metamorfosis del lector en librepensador. Esa fue mi consigna”, dijo, mientras se llevaba un melón enfrijolado a la boca.
Antes de conocerlo, me ocurría tener la impresión de saber ya quién era. Lo había leído hasta el cansancio y sin esperanzas de terminar todo lo que de su pluma había brotado: demasiadas cuartillas repartidas entre crónicas, artículos, prólogos, ensayos, ponencias y libros publicados. Una escritura inagotable, un polígrafo sin fin. Cada vez que comentaba con otros esas lecturas, resultaba que no coincidían mis juicios con los de mis interlocutores. Ellos lo habían escuchado en una entrevista y les parecía que estaba equivocado respecto a cierto juicio o afirmación. El fenómeno recurrente es que no lo habían leído. Poco a poco, me fui dando cuenta que Monsiváis, si bien era famoso, también era un escritor de pocos lectores o con malos lectores. El personaje era tan popular, que pocos se tomaban la molestia de ir a sus libros ‑en todo caso, alguno era asiduo a sus columnas periódicas. Monsiváis era, por lo que veía, un verdadero desconocido. En aquel primer encuentro, le pregunté al respecto; quise saber qué opinaba sobre la recepción de sus libros. Su desinterés en darle trascendencia a su propia obra salió a la luz: “Hablar de mí me resulta devastador, es una suerte de suplicio”. Sin embargo, estaba consciente del hecho. Ya en la década de los años setenta decía esto sobre el asunto:
Es muy entusiasmante publicar un libro porque, quieras o no, arribas a la contrición auténtica. No deja de conmover enterarte de que no saben qué publicaste, de que si saben no te han leído, de que si te han leído no te entendieron, y de que si te entendieron captaron tu verdadera naturaleza superficial y derivativa. Es una perspectiva conmovedora porque aceptas como insostenible cualquier presunción personal… Yo era bastante vanidoso antes de publicar. Ahora me he vuelto la humildad desaforada.
A unos pasos de nuestra mesa, se hallaba otro escritor: Emilio Carballido, ya en silla de ruedas, quien había ido a Monterrey a presentar el último número de la revista especializada en teatro que dirigía, Tramoya. Monsiváis se levantó a saludarlo. Al regresar, me dijo: “a pesar de la edad, mantiene toda su lucidez”. Mostró un gesto de pesar. “Uno no envejece solo, como suele decirse. Uno envejece con su generación. José Emilio, por ejemplo, se ha vuelto muy hipocondríaco. Cuando hablo con él, me cuenta del enfisema que padecen sus dedos del pie”, ironizó. “Me duele ya no poder hablar con Pitol por teléfono”, y por primera vez, Monsiváis se quedó en silencio.
Desde aquel desayuno, las cosas han cambiado mucho. Monsiváis dejó de existir y Monterrey dejó de ser una ciudad abierta para convertirse en una ciudad intramuros (donde el espacio público se halla secuestrado). Dos acontecimientos dolorosos que quizá explican porqué la última vez que fui a esa ciudad, me pareció un lugar difícil de asir, un espacio que sólo podía caminarse como si fuese uno un fantasma.
Muchas veces para lidiar con la ausencia, sólo nos queda el recuerdo. En el caso de Monsiváis, no ocurre así. Pervive y sobrevive en sus textos. Por lo demás, parecería que sigue escribiendo, cual espectro con energía inagotable: en este año ha publicado más que la mayoría de los escritores mexicanos vivos. Desde que murió han aparecido al menos tres nuevos libros suyos: Historia mínima de la cultura mexicana en el siglo XX (Colegio de México), Democracia, primera llamada. El movimiento estudiantil de 1968 (Secretaría de Cultura de Colima) y Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (Paidós/ Debate feminista). Además, la editorial Debate publicó una antología de sus crónicas bajo el título Los ídolos a nado, y apareció también un libro extraño, pero igual de significativo: ¿A dónde váis, Monsiváis? Guía del DF de Carlos Monsiváis (editado por Déborah Holtz y Juan Carlos Mena), una especie de Guía Roji que da cuenta del bizarro amor de Monsiváis por la Ciudad de México, recuperando algunos de sus más entrañables textos.
Como se ve, a Monsiváis le ocurrirá lo que a Alfonso Reyes: seguirá escribiendo por muchos años. Hace poco, al recibir un epistolario de su abuelo, Alicia Reyes, nieta del escritor regiomontano, dijo: “ay, mi abuelito, sigue escribiendo, no se cansa de publicar nuevos libros”. Para los lectores asiduos de Monsiváis, ese consuelo nos deja: seguramente seguiremos teniendo novedades suyas, recopilaciones armadas a partir de sus textos disgregados. En medio de la dispersión y extensión de su obra (la gran mayoría publicada en revistas y periódicos) faltan muchos otros libros por nacer. Un libro que a mí se me antoja mucho es el que está preparando la Cineteca Nacional, a partir de opiniones sobre cine que solía emitir en su programa El cine y la crítica, que durante años mantuvo, siendo muy joven, en Radio UNAM. Otro libro que se necesita es uno que recopile ese género que practicó cotidianamente y de muchos modos reinventó: la entrevista de autor.
En sus últimos días, Monsiváis escribió con ese optimismo irónico que lo caracterizaba lo siguiente:
Mis profundas disculpas, pero la salud es muy contraria a la cortesía… Mi estado de salud es precario, variable, rotundo y no está ponderado. Si ligo mi salud con mi edad, la encuentro perfectamente normal: si la ligo con el estado que quisiera, es un desastre. Describiría mi vida, vanidosamente, como la de alguien que nunca quiso dormirse en sus laureles porque sufría de insomnio crónico. Ya sin metáforas vergonzosas de por medio, la describiría con el entusiasmo que me causa, a estas alturas, agregar a mi lista otra causa perdida. Espero un pacto, con cualquiera de las potencias celestiales o demoniacas, que me permita preservar un poco leyendo periódicos o viendo algunos dvd antes que lo contenido en el término 'premio' se ajuste a las dimensiones de un féretro. Y sí, sí formulo un deseo: esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico.
En una película de Park Chan-Wook, aparece una frase que va conforme al tono que animan esas palabras del cronista: “Ríe y el mundo se reirá contigo. Solloza, y llorarás solo”. Durante sus excequias, una multitud estuvo a su lado. Fue un espectáculo que muy probablemente no le habría gustado protagonizar, pero sí observar. Alguna vez dijo que no tenía sentido “combatir con gestos aislacionistas al diluvio poblacional”, que en todo caso era necesario siempre “hallarle los lados positivos al alud”. Ser solitario que convivía continuamente con las masas, Monsiváis cumplió a cabalidad el estereotipo y el destino del “cronista”: la soledad frente a la multitud, el desconocimiento vs. la fama.
Al decir adiós aquel día en que lo conocí, Monsiváis se despidió con un poco de prisa y con el ímpetu de quien desea seguir atestiguando, solitariamente:
-Me voy al MARCO, hay una exposición que tengo muchas ganas de ver antes de irme.
[Nota: una versión de este texto apareció en la revista Armas y letras, núm. 72-73, julio-diciembre de 2010, pp. 88-91].