24 de septiembre de 2017

Mutación de las pantallas

I.

Después de varias horas el cuerpo está ya entumecido frente a la computadora, pero el jalón, impertinente e inapelable del sismo, me despabila. Enseguida, mientras ya tomo mi celular y busco la puerta, escucho la alerta sísmica. Bajo con velocidad los dos pisos que me separan de la calle, intentando anclarme a unas escaleras que se balancean como si estuviese sobre una lancha. El bamboleo, por más que lo haya percibido hace 32 años, no deja de sorprenderme: la constatación de que el concreto adquiere tal nivel de maleabilidad resulta irreal. Poco antes de alcanzar la banqueta, un golpe en el hombro contra el marco de la puerta termina de quitarme cualquier vestigio de sopor, pero no de estupefacción. Al letargo lo sustituye el rostro aturdido de los vecinos, el vaivén de los autos estacionados, el polvo que escupen dos altos edificios que chocan entre sí, apenas a quince metros de mí. Tomo el teléfono y mando el mismo mensaje por WhatsApp a mis contactos más cercanos: “Cómo estás. Dime que bien”. Nadie responde en lo inmediato, la red de datos no funciona y tampoco puedo hacer llamadas telefónicas. Son minutos de incertidumbre y temor en donde se magnifica la consciencia sobre el propio cuerpo y adquiere un halo de ilusión todo el rededor.

Se ha detenido el temblor y no logro acceder a la página del Sismológico Nacional para saber la magnitud del mismo. Mientras consigo obtener alguna señal, camino por las calles aledañas y observo las heridas frescas en la geografía de una ciudad que no sé si ha terminado de retumbar: grupos de personas afuera de sus casas, muchas con teléfonos en las manos, buscando —como yo— signos de vida en una pantalla; edificaciones agrietadas; semáforos sin luz; terror contenido en las respiraciones o volcado en llanto. Hay algo de mosaico en todo esto, como si el fluir de la vida cotidiana sólo pudiera expresarse en cuadros, fragmentos de esa fractura que se ha vuelto el mundo real. Hago lo que otros: acaso por inercia, comienzo a tomar fotografías a los edificios con rajaduras. Recobro un poco de mi existir cuando otro hombre con casco me dice “ese edificio ya fue, mira la forma escalonada de esas grietas”. Es ingeniero de una de las varias construcciones de esta cuadra: “ve cómo escupe agua, la cagan, si estuviera bien hecho, esa filtración no estaría ahí”. A mi costado una señora se encuentra sentada junto a un poste, con la voz entrecortada balbucea algo incomprensible sin dejar de mirar el edificio roto que ya no habitará. Alguien la abraza y por primera vez percibo que me duele el hombro.

A mi celular comienzan a entrar mensajes que mis ojos aliviados leen en un instante. Afuera del cristal líquido, mis oídos perciben otra realidad: escucho que un edificio se derrumbó a tres cuadras de donde me encuentro. No sin antes titubear, decido ir hacia allá. Escocia esquina Edimburgo, colonia Del Valle. La escena es pavorosa: decenas de personas levantan y arrojan cascajo intentando liberar a los posibles sobrevivientes que se encuentren debajo de la montaña de escombros. En un impulso, comienzo a transmitir a través de Facebook Live, una app que permite emisiones en vivo. Mientras observo cómo rápidamente se suman cada vez más personas, sobre todo jóvenes, a remover las ruinas, en la red social me piden datos de lo que ocurre y del sitio en que me encuentro. A diferencia de 1985 en que la información sobre los efectos del terremoto fue fluyendo a cuentagotas, esta vez es posible comprender la dimensión de la catástrofe de manera más inmediata, lo cual, quiero creer, puede hacer que la reacción generalizada sea aún más veloz. Pienso que otros seguramente están haciendo lo mismo que yo en otras latitudes de la urbe y que las imágenes se multiplicarán rápidamente y sin cesar.

Llega una patrulla mientras el hambre de solidarizarse con las víctimas ha madurado ya, abandonando la espontaneidad y vislumbrando la organización. Alguien grita que es necesario comprar agua, unos vecinos traen palas y cubetas, llegan otras personas con dos carritos del Soriana que se encuentra a una cuadra, sobre Eugenia. De pronto me asalta una duda y me pregunto qué tan válido es transmitir estas imágenes que implican pérdida, sufrimiento, dolor. De haberse caído mi vivienda, ¿me habría gustado que en apenas minutos se emitiera en línea lo que quedó de ella?, ¿me habría dado esperanzas que tal transmisión convocara ayuda para quienes quedaron atrapados en su interior? Recuerdo algo escrito por Susan Sontag respecto al valor ético de las fotografías: si estamos expuestos a un creciente número de imágenes dolorosas, eso no conlleva necesariamente a una capacidad mayor para reflexionar sobre el sufrimiento de los demás. Una imagen puede del mismo modo invocar lo superfluo que reclamar nuestra atención; lo ideal es que nos lleve al examen del mundo y a ciertos cuestionamientos cruciales: ¿eso que veo fue inevitable?, ¿existen responsables de lo que se muestra ahí?, ¿observarlo me lleva a cuestionar el estado de cosas que acepto como normalidad?

Los comentarios que emiten quienes observan las imágenes que transmito son de compasión, no de indignación moral. Un grupo se junta alrededor de un automóvil al que le han caído piedras y polvo. Han decidido moverlo para hacer una cadena humana. Escucho que otro edificio está derrumbado media cuadra más allá. Llegan personas de protección civil y ponen cintas amarillas para resguardar el área. Alguien me toca el hombro y reacciono instintivamente al dolor que cargo. “No se puede estar grabando”. Es uno de los policías que llegaron hace minutos. “También es importante documentar”. No está de acuerdo y me saca de ahí.


II.

Estoy de regreso en casa. Comienzo a levantar los vidrios rotos y el par de muebles que, descubro, cayeron a causa de las ondas telúricas. Nada significativo frente a la tragedia de otros. Además, tengo luz e internet. El terremoto inició a la 1:14 pm. Ahora, varias horas después, me entero que fue de 7.1 de magnitud. Busco más información y veo los efectos catárticos, azorados, solidarios… en las redes sociales. “Nunca había sentido en mi vida un temblor así de fuerte, creí que mi casa se caería”, “Tardé mucho tiempo en poder abrazar a mi hija”, “En la Condesa sentí horrible ver a unos viejitos cruzando la calle con dos maletas dirigiéndose no sé a dónde”. La era del testigo de la que habló Annette Wieviorka no sólo implica la explosión testimonial, sino su desvanecimiento instantáneo. Los palabras de múltiples testigos que habitan la red se pierden en la fugitiva velocidad de estados y tweets, con la probabilidad de desaparecer para siempre, a pesar de su capacidad para sintetizar emociones colectivas: “No me pasó nada, pero me duele absolutamente todo”, “Cada que salgo a la calle lloro un poquito pero quiero que esta pesadilla termine pronto para llorar un chingo”, “Qué cabrón: todos estamos haciendo lo que podemos, pero todos nos sentimos inútiles”. Por supuesto, además de una atmósfera afectiva, se transmite información y se lleva a cabo un registro de lo real. En cierto sentido, este periodismo ciudadano se ejerce, sí precariamente, se multiplica, sí inaprensiblemente; pero al final puede vislumbrarse el retrato heterogéneo del acontecimiento, a través de la vivencia súbita de personas comunes y corrientes, afectados por la singular sorpresa de que el asombro todavía los contiene.

Por supuesto, asoma quien presume su falta de empatía ante el desastre (“Debería darme tristeza el sismo del DF, pero no”, escribe en Twitter un músico norteño). Y también hay quien publica selfies en Instagram entregando víveres, porque eso sí, alimentar la propia imagen, en momentos como éste, es prioridad. En cualquier caso, las fotografías protagónicas son desplazadas rápidamente por otro tipo de contenidos. Acaso se debe a que el carácter funesto y social del evento arranca a muchos de su egocentrismo habitual y, si hubo quien los intenta, no fructifican los memes. Son sustituidos por información, aunque no siempre precisa. “Urge ayuda: faltan manos y víveres en Xochimilco.” Con el paso de las horas, el mensaje se reproduce en el mundo virtual hasta el cansancio. A las nueve de la noche alguien lo mira por vez primera y decide ir a ayudar, cuando desde seis horas antes, el Periférico está atascado por la innumerable movilización de vehículos, víveres y brigadistas dispuestos a llegar a la zona.

Así como las redes, en un inicio, potencian el desorden, también posibilitan la organización. A los pasos físicos, los acompañan sus reproducciones espectrales en la red: tweets, hashtags, grupos de Facebook, apps destinadas a comunicarse en tiempo real. Pienso en los ingenieros que a través del Hashtag #RevisaMiGrieta hacen valoraciones veloces a partir de fotografías que les envían de los miles de inmuebles que han sido afectados por la marea destructiva del temblor. También aparecen muchas páginas y plataformas construidas colectivamente que concentran y actualizan información sobre centros de acopio, donativos, brigadas urgentes, hospitales, albergues, listas de personas desaparecidas… Y surgen, por otra parte, colectivos como @brigadasculturalesmx o la Brigada feminista, que se forman de manera independiente y veloz, para realizar distintas acciones en solidaridad con las víctimas y mantienen una conexión constante entre lo que observan en las calles y lo que producen las nuevas tecnologías.

En las horas posteriores al terremoto, es claro que el movimiento sísmico no sólo logra impulsar la recuperación de unas calles que en los últimos años se hallaban secuestradas por la violencia y la impunidad; también resignifica la experiencia y los usos de la interacción digital. Al activismo con cubrebocas, cascos y palas, lo acompaña el activismo con celulares, pantallas y programas. Surgen en cuestión de horas un sinnúmero de espacios y mecanismos a través de los cuales la sociedad comienza a conectarse y a recuperar el poder de decir y hacer. Los grupos de WhatsApp que antes se destinaban a cuestiones laborales o de amistad, pronto se vuelven medios de intercambio de información, solicitudes de ayuda con ímpetu de intervenir y auxiliar.

Una herramienta destaca entre todas y comienza a ser usada de manera cada vez más amplia. Lo que Facebook, Periscope o Twitter no logran, Zello lo consigue de mejor modo: información veraz y colaboración efectiva. Se trata de un walkie talkie que funciona en línea, sin limitación de distancia y con posibilidad de generar múltiples canales. “Tengo una clínica en Atizapan, contamos con insulina, gasas e inyecciones, pero necesitamos saber dónde se requieren y quién pueda transportarlas”. “Tenemos exceso de comida preparada en el acopio de la Cibeles; necesitamos moverla a otro lugar en donde sí se necesite”. “Estoy cargando una pick-up con polines para reforzar edificios afectados, contáctenme pasa saber a dónde los llevo. Mi celular es…” Poco a poco surgen coordinadores digitales que permiten conectar necesidades y demandas: “Motociclistas que se ofrecieron en Ciudad Satélite: vayan a clínica de Atizapan a recoger insulina y llévenla a Chimalpopoca. Pueden recogerlos con el señor…” La avalancha de intercambios resulta descomunal.

Los heroísmos del día se producen en muchos casos desde el anonimato. El que forma parte de una valla humana o el que manda mensajes en la red, no tiene claro los nombres o las historias de aquellos con los que convive, pero difícilmente olvidará que participó con otros de estos hechos. La invisibilidad del yo produce, como hace tiempo no lo hacía, acción colectiva. Y constata que la sociedad rebasa por mucho el quehacer lento, atrofiado e insuficiente de las autoridades y sus burocracias. Basta comparar las plataformas oficiales frente a las que surgen por la iniciativa de miles de jóvenes, para vislumbrar cuáles tienen como función permitir que la sociedad se comunique y cuáles sólo buscan legitimar la (in)acción gubernamental.


III.

A partir de un cierto punto, las verdades se hacen añicos y ciertos deseos adquieren realidad. En un rincón de la colonia Roma, debajo de los escombros de un edificio de seis pisos, un joven escribe mensajes de texto a amigos y familiares. “Estoy atrapado cerca de la escalera de emergencia”. Gracias a eso, tras horas de angustia, Óscar logra ser rescatado. En medio de los pequeños triunfos de una sociedad que decide hacer uso creativo de las nuevas tecnologías, se viven momentos de euforia civil, pero también desencantos notables: el número de muertos aumenta y los esfuerzos colectivos son obstaculizados por la lógica institucional de la opacidad y su intento por concluir precipitadamente los trabajos de rescate. Conforme pasan las horas, se refuerza el rumor de que la maquinaria pesada entrará a remover los restos de las edificaciones caídas. El reino de los cuchicheos aparece y opera entonces la lógica del complot: cuando no hay transparencia discursiva, la sociedad tiende a identificar lo no dicho con creencias previas: las instituciones no son confiables, traman algo en contra nuestro. Y a veces, eso es real. ¿No sería factible que se aceleren las decisiones por miedo a que, ya harta de la corrupción y de la ineptitud políticas, una multitud sea capaz de organizarse? En todo caso, se refuerza la sensación de que la autoridad está al margen y que opera con una lógica distinta a la de la sociedad. Quiero creer que un fenómeno es cierto: al final las redes han dejado de ser, al menos por unos días, simulación de una realidad expropiada o espacio para la trivialidad. Se han convertido en otra cosa: el lugar donde la verdad se hace añicos y ciertos deseos adquieren realidad. A partir de un cierto punto: 1:14 pm.


IV.

A esta hora y de otros modos, la ciudad sigue moviéndose.



[Nota: este texto se publicó en Confabulario (suplemento del periódico El Universal) el 23 de septiembre de 2017.]

20 de junio de 2016

Sobre la crítica literaria en México

A raíz del debate entre Heriberto Yépez y Christopher Domínguez Michael respecto a la obra de Ulises Carrión y la perspectiva política de la crítica literaria en México, Ignacio M. Sánchez Prado decidió publicar (en su Facebook) una serie de comentarios en torno a la valiosa labor de algunos críticos mexicanos que suelen pasar desapercibidos. Me dio una enorme alegría que me incluyera entre ellos. Aquí pueden leerse esos posts que Sánchez Prado escribió en días pasados:

"DIAS DE CRÍTICA LITERARIA (I)
La crítica es mi oficio y es mi pasión. Es mi trabajo y mi forma de vida. Como parte de mi pasión y de la ética que busco ejercer como crítico soy un lector dedicado de toda la crítica de mis colegas colegas, en México y fuera, académica y no académica. Por supuesto tengo opiniones y posicionamientos, pero ninguno de ellos neutraliza la estima como lector y el respeto como colega que siento hacia otros críticos a pesar de que pueda tener desacuerdos con sus posturas. Quienes me conocen pueden deducir exactamente lo que pienso en torno a la reciente polémica planteada por Heriberto Yépez sobre Christopher Domínguez Michael. Incluso, hace tiempo publiqué varios ensayos sobre la crítica. Pero decidí también hace tiempo, siguiendo el consejo de un amigo crítico, no intervenir más en esos debates y no escribir más metacrítica. Y sin embargo, lo malo de esa decisión es que vivo muerto de la frustración ante las nociones de la crítica que se barajan mucho en los debates, desde el desprecio ciego a todo lo teórico y lo académico hasta la conflación entre crítica y reseña. En respuesta a esto decidí no romper mi voto de silencio sobre el problema de la crítica por ahora escribiendo un ensayo. Pero desde ese silencio, en los próximos días responderé a esa frustración con el puro poder del ejemplo. Cada día compartiré un trabajo de crítica literaria reciente, de algún crítico literario mexicano (con algunos extranjeros mexicanistas por ahí), que me parecen ejemplares. Habrá libros y ensayos, textos académicos y no académicos. Habrá amigos cercanos, rivales y personas que no conozco en lo absoluto. Habrá trabajos con los que coincido y con los que me peleo, pero siempre son textos que creo admirables y dignos de ser leídos. Seguramente a los que me acompañen en este ejercicio no les gustará todas las entradas, pero mi punto es mostrar que hay crítica literaria buenísima que pasa por debajo del radar de las polémicas y el chismerío en redes sociales. Inicio el ejercicio cerca de casa, con Gabriel Wolfson, con quien (disclaimer) tuve el privilegio de coincidir en la UDLA de Puebla. Su ensayo "La sintaxis de Plural", que posteo abajo, muestra sus virtudes como crítico: riguroso en la investigación, conocedor de la teoría sin dejarse apantallar por ella, y de una pluma admirable. Wolfson no rehuye la polémica y su estilo siempre está en modo de debate. Aunque esto no es una reseña es, de hecho, uno de los poquísimo reseñistas que pueden llevar el rigor de su crítica investigativa incluso al texto más de ocasión. Lo pueden leer con regularidad en la revista Crítica de Puebla. (http://revistacritica.com/contenidos-impresos/ensayo-literario/la-sintaxis-de-plural-por-gabriel-wolfson)"

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (II)
Mucha de la mejor crítica literaria mexicana la están escribiendo críticos brillantes nacidos en los años ochenta. Son autores que todavía no emergen en los medios: muchos de ellos pasan sus días en programas de posgrado o en algún esquema de beca de ensayista. Pero ya hay entre ellos críticos brillantes. Para limpiar el paladar de las polémicas del día, hoy sugiero leer a una de estas voces emergentes: Ana Sabau. Ana, quien es profesora en la Universidad de Michigan, comienza a destacar por la enorme inteligencia de sus trabajos. Yo tuve hace tiempo la oportunidad de editarle un ensayo magnífico sobre Alfonso Reyes y tiene por ahí un texto sobre Trotsky y Cabrera Infante que no tiene desperdicio. Pero donde Ana brilla verdaderamente es en su estudio de la literatura mexicana del siglo XIX. Está por el momento adaptando su magnífica tesis doctoral (que por ahí se podrá descargar) en un libro tentativamente titulado "Revolutions and Revelations: An Archaeology of Political Imagination in 19th Century Mexico". Por lo que conozco del material será un libro absolutamente señero. Mientras tanto, comparto un extraordinario texto que escribió Ana para la serie Utopías del portal Horizontal, que muestra la calidad y rigor de su trabajo como crítica de la cultura del siglo XIX. Ana es una estrella naciente. Si fuera editor de un medio en México haría lo que fuera por ficharla como colaboradora regular. Realmente, se hablará mucho de su trabajo en los años venideros. (http://horizontal.mx/la-casa-de-maternidad-de-puebla-la-huella-de-la-utopia/)”

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (III)
Cuando comenzaba a trabajar como crítico, desde fuera y buscando espacios en México, tres colegas adquirían una presencia muy fuerte en medios y comenzaban a despuntar: Geney Beltrán, Rafael Lemus, Heriberto Yépez. Los tres tienen seguidores y detractores, los tres son leídos y debatidos intensamente cada vez que publican algo. Y quizá sea uno de los pocos con esta opinión, pero a los tres los admiro y respeto enormemente, por su inteligencia y la fuerza de su voz, tanto en los momentos en que encuentro su trabajo iluminador como en los que estoy en absoluto desacuerdo con ellos. Sin embargo, teniendo estas tres enormes figuras en la camada de uno tiene como consecuencia que otro tipo de voces, que florecen en espacios menos públicos y visibles no se escuchen con la atención debida. Y en honor a eso, hoy comparto un texto de un crítico de mi generación, Jezreel Salazar, cuya obra es un ejemplo de brillantez y rigor, aunque no haya tenido la proyección de mis tres contemporáneos más famosos. Jezreel es el gran heredero de Monsiváis, de quien es uno de sus mejores críticos, además de ser él mismo uno de los grandes cronistas de la literatura mexicana contemporánea. Es un crítico de trayectoria y todo lo que ha escrito vale la pena: su magnífico libro sobre Monsi, el ensayo sobre la "prosa volátil" Reyes que escribió para mi antología sobre don Alfonso, su texto en Letras Libres sobre el ensayo. Comparto aquí, precisamente, su maravilloso libro sobre Monsiváis, "La ciudad como texto", que se puede descargar de su página de Academia. Realmente un libro hermoso y brillante, de esos que uno quisiera haber escrito. (https://www.academia.edu/604535/La_ciudad_como_texto_la_cr%C3%B3nica_urbana_de_Carlos_Monsiv%C3%A1is)”

"DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (IV):
La crítica literaria en México padece desde siempre de un enorme problema de machismo estructural. En consecuencia, el oficio tiene deudas de género enormes, en muchos sentidos. Es, por ejemplo, mucho más difícil para una mujer adquirir espacios en medios literarios que para los hombres, algo patentemente obvio si se hace un simple censo de la proporción entre hombres y mujeres en cualquier publicación cultural. Asimismo, se estudian mucho más escritores hombres que escritoras, y se traducen mucho menos escritoras que escritores. Esto además suele enmascararse con una falaz narrativa de la meritocracia estética e intelectual y con esos golpes de pecho facilones que denuncian muñecos de paja como la "corrección política" o las "cuotas de género". Como lector y crítico siento mucha admiración por aquellas colegas que han remado a contracorriente de todas estas tendencias y vienen a la mente muchas figuras, como las estudiosas reunidas alrededor del grupo "Diana Morán" o aquellas colegas que, como Lucía Melgar, Patricia Rosas y Gabriela Mora, mantienen viva la llama de escritoras como Elena Garro. En honor a esta tradición, hoy recomiendo la lectura del libro "La nueva ciudad de las damas" de Eve Gil, que contiene apenas una selección de los muchísimos textos sobre escritoras de la literatura mundial que ha publicado desde hace más de una década en diversos blogs. Combativa y controversial, Eve Gil es una voz valiente en la denuncia de las políticas de género en la cultura mexicana y en dar voz desde el periodismo y la crítica a escritoras. "La nueva ciudad de las damas" (cuyo título es un guiño a "La ciudad de las damas" de Cristine de Pizan) está mayoritariamente dedicado a escritoras no mexicanas, muchas de ellas verdaderos descubrimientos que no tienen la atención debida. El libro, editado por la UNAM en 2010, merece muchísima más atención y lecturas de lo que ha recibido. No he encontrado, desafortunadamente, una copia digital del libro, pero está disponible en las librerías de la UNAM. (http://www.literatura.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=294%3Ala-nueva-ciudad-de-las-damas&catid=76%3A2012)”

“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (V):
Hacer crítica literaria en 2016 no significa solamente hacer crítica de la literatura. Significa también hacer una interpretación de las dimensiones sociales, políticas y culturales del mundo con los instrumentos de la crítica literaria. Esto es el legado de lo que hoy llamamos "Teoría", nombre que recibe el grupo heterogéneo de pensamientos sobre la modernidad, el capitalismo y la cultura iniciados en los alrededores del 68 francés y desarrollados posteriormente en escenarios como los estudios culturales británicos, la academia norteamericana y la post-autonomía italiana. Esta línea de pensamiento tiene poca resonancia en la crítica mexicana por varias razones entre las que hay que destacar el peso del liberalismo en la República de las letras (y por ende de una forma de política cultural más cercana a la anti-teoría de los nouveaux philosophes que de la teoría propiamente dicha), el fetichismo de la literatura como objeto autónomo que no puede contaminarse con lo que Reyes llamaba funciones ancilares y, hay que decirlo, una noción de la teoría como cajita de herramientas que se "aplica" esquemáticamente a los textos y que sigue teniendo una existencia a nivel de metástasis en la academia mexicana. Sin embargo, en vista del peso que el neoliberalismo tiene en México, este tipo de teoría provee un lazo esencial entre la producción escritural y la crítica al poder, tarea en la que, a mi parecer, la línea liberal no logra llevar a cabo por su timidez en la crítica ante la explotación económica y simbólica. Ante esto, hoy recomiendo la lectura de Sayak Valencia, cuyo libro "Capitalismo Gore", desafortunadamente publicado en 2010 por una editorial española de escasa circulación en México, es un libro señero en la posibilidad de hacer teoría en México. No es el único, por supuesto: vale la pena leerlo junto a libros como "Los muertos indóciles" de Cristina Rivera Garza y el reciente y brillante "La tiranía del sentido común" de Irmgard Emmelhainz. Dejo aquí un ensayo donde Valencia desarrolla su idea central: (http://hemisphericinstitute.org/hemi/es/e-misferica-82/triana)”

“DÍAS DE CRÍTICA LITERARIA (VI)
Todos los críticos tenemos maestros, algunos de ellos de manera formal en las universidades, otros más en conversaciones y tertulias y algunos más desde la lectura. De mis maestros formales, fueron tres los que han tenido mayor impacto: Pedro Angel Palou, Mabel Moraña y Adela Pineda Franco. Para los lectores asiduos de crítica, los dos primeros nombres son muy conocidos. Aunque Pedro Ángel es más bien un novelista, tiene al menos tres libros indispensables de crítica literaria: La ciudad crítica, uno de los poquísimos libros mexicanos en conversación con la crítica sudamericana, "La casa del silencio", libro indispensable sobre COntemporáneos que ganó en su momento el Premio Nacional de Historia y su reciente "El fracaso del mestizo" su genial historia revisionista de la relación entre representación racial, cine y literatura. Mabel es una fuerza de la naturaleza y específicamente sobre México tiene un libro indispensable, "Viaje al silencio", un libro importantísimo sobre nuestra literatura colonial. Hoy decidí compartir el trabajo de Adela Pineda Franco, quien quizá tiene menos reconocimiento, pero cuya obra crítica es de una gran inteligencia y rigor, y merece mayor difusión. Adela no tiene una obra tan copiosa, porque es una persona que valora la pausa y el tiempo, y que para mí ha sido un importante contrapunto al ejemplo prolífico de mis otros dos maestros. Adela tiene un libro, "Geopolíticas de la cultura finisecular en Buenos Aires, París y México", uno de los mejores estudios de las revistas del modernismo latinoamericano y ahora escribe lo que será el libro definitivo sobre el cine de la Revolución Mexicana. Tiene muchos otros textos (sobre Guzmán, sobre viajeros, sobre Ángel Rama y otros temas) y ninguno tiene desperdicio. Comparto hoy su maravilloso ensayo sobre el Pancho Villa de Hollywood, incluido en un libro, coeditado por ella para el Smithsonian, sobre el imaginario de binacional de la Revolución Mexicana: (en inglés: https://www.academia.edu/10956717/Hollywood_Villa_and_the_Vicissitudes_of_Cross-Cultural_Encounters)”.

3 de marzo de 2016

Volcarse

"El alma descarga sus pasiones sobre objetos falsos, cuando los verdaderos le faltan" Michel de Montaigne

7 de enero de 2016

Calificando

Cuando mis alumnos me entregan un trabajo con el que creen van a aprobar, pero al que le dedicaron sólo 2 horas de su vida:

14 de diciembre de 2015

Sueño ajeno

Soñé con vos.

Estabas sentado en una especie de trono, que era enorme, tan grande que parecías un niño postrado en él. Tu semblante lucía triste y aburrido, lo cual resultaba extraño porque muchas jovencitas bailaban a tu alrededor vestidas con indumentarias transparentes que te permitían ver sus curvas y sus movimientos lúbricos.

Por alguna razón comenzabas a llorar sin control. Las mujeres te acariciaban, te besaban, te provocaban con sus movimientos voluptuosos, para detener tu llanto, pero de tus ojos brotaban lágrimas gigantes que en poco tiempo comenzaron a inundar la habitación.

Había una mujer dormida sobre el piso, justo en el centro, frente al trono. Tus lágrimas comenzaban a mojar su cuerpo como si fueran un suave oleaje.
   
        - Deja de llorar, la vas a ahogar con tus lágrimas -te comentaba mi voz.

Brincabas de tu trono, te acercabas hasta la mujer dormida, la tocabas con tu báculo de oro para comprobar si estaba viva. Tus lágrimas ya habían cubierto su cuerpo casi por completo, pero seguía dormida.

      - No te le acerques, déjala dormir -te advertía mi voz.
      - Eres tú -me decías.
      - ¿Yo?
      - Sí, estás soñando.

Yo me acercaba hasta la joven para verla de cerca. Efectivamente era yo.

      - Déjala dormir -te advertía mi voz.
      - No importa, estás soñando, en los sueños todo es posible, sin reglas, sin límites -contestabas con una sonrisa, mientras te elevabas en el aire, flotando.

(En el sueño realmente no había diálogos, tal vez era telepatía o lo estoy imaginando en este preciso momento en que recupero la memoria de insomnio onírico).

      - Oye, ven, vamos a volar -me movías, me despertabas.
      - No puedo -te respondía.

Comenzabas a flotar otra vez sobre el aire como Peter Pan, y me tendías la mano para que te siguiera. Flotábamos sobre las cabezas de las mujeres de tu harem, que continuaban en algarabía. Volábamos sobre un jardín, haciendo piruetas de circo, elevando y bajando nuestros cuerpos, acelerando y alentando la velocidad del vuelo. Nos divertíamos, sin razón.

      - ¿A dónde vamos? -te preguntaba.
      - A donde quieras, esto es un sueño, puedes ir a cualquier lugar -contestabas; y enseguida despertaba yo abruptamente.

***

Me descubro muy cansada; mis omóplatos, mis piernas, mi cuerpo en su conjunto me duele como si hubiera hecho demasiado ejercicio. A pesar de ello, tengo muchos deseos de bailar.