8 de junio de 2010

Fatiga

Hay noches en que el color de las cosas se destiñe por culpa de una mirada o un brazo que se aleja fríamente. Es como si el aire fuese una fina espuma que asfixia, arena de un reloj que caducó hace tiempo. Surge entonces como un compás de espera cuya longitud no termina, el rin-tin-tín de un teléfono a lo lejos, un mensaje de texto incomprensible. Uno percibe, así, aromas en el aire, poros de luz que se dispersan mientras el sol se pone, astucia de las horas idas. Pensamos que de a poco la voluntad toma su rumbo; que alcanzar con las manos los objetos que buscamos, es saber lo que queremos. Sin embargo, la inmediatez nos dice que no es cierto, que aquello que creímos valedero no tiene peso ni consistencia, y entonces sólo cabe abrazar la almohada, perforar un pañuelo, abrir la regadera y esperar que alguna sensación nos haga despertar o, en su defecto, recorrer la sábana dentro de la que pacta el cuerpo, para dormir con un sueño grave, voraz, infatigable.

2 comentarios:

  1. "Al borde del sueño, siempre hay libertad"

    Matlop

    ResponderEliminar
  2. Eso se parece a lo que dice René Char:

    "Antes, en el momento de irme a la cama, la idea de una muerte temporal en el seno del sueño me sosegaba. Hoy duermo para vivir unas horas".

    ResponderEliminar