2 de octubre de 2012

La intimidad del poder



Hay infinidad de películas que podrían entrar en un ciclo de cine político. Para nombrar algunos clásicos habría que incluir Z de Costa-Gavras, La Battaglia di Algeri (La batalla de Argel) de Gillo Pontecorvo o JFK de Oliver Stone. Si se quisiera dar cuenta de los relatos de militancia y traición, del terror y la coerción estatales, o de los mecanismos de persecución y censura habituales en nuestra “modernidad” política, habría que incluir, entre muchos, algunos de los siguientes títulos:

Full Metal Jacket (Cara de guerra), de Stanley Kubrick
In the name of the father (En el nombre del padre), de Jim Sheridan
Das Leben der Anderen (La vida de los otros), de Florian Henckel von Donnersmarck
Germinal, de Claude Berri
O Que É Isso, Companheiro? (Cuatro días en septiembre), de Bruno Barreto
Malcom X , de Spike Lee
La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera
Kiss of the spider woman (El beso de la mujer araña), de Héctor Babenco
Persépolis, de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi
El Salvador, de Oliver Stone
Safar e Ghanderhar (Kandahar), de Mohsen Makhmalbaf
American History X (Historia americana X), de Tony Kaye
Turtles Can Fly (Las tortugas pueden volar), de Bahman Ghobadi
Land and Freedom (Tierra y Libertad), de Ken Loach
Azúcar amarga, de León Ichaso
Yoyes, de Helena Taberna

 
Otra posible selección consistiría en elegir una serie de obras que, enmarcadas en la forma del documental, hubiesen sido importantes para ejercer la denuncia, construir versiones no oficiales de la historia y permitir la problematización reflexiva ante ciertas crisis o sucesos que van más allá de la coyuntura. Entre ellos, destaco los siguientes:

Shoa, de Claude Lanzmann
Nuit et brouillard (Noche y niebla), de Alain Resnais
La batalla de Chile, de Patricio Guzmán
El grito, de Leobardo López
Power trip, de Paul Devlin
Farenheit 9/11, de Michael Moore
Vals Im Bashir (Vals con Bashir), de Ari Folman
Promises (Promesas), de B. Z. Goldberg, Carlos Bolado y Justine Shapiro
Darwin's nightmare (La pesadilla de Darwin), de Hubert Sauper


No obstante, si me encargaran hacer un ciclo de cine político, me remitiría a aquella dimensión de la política que tiene que ver con nuestra vida cotidiana, con nuestras relaciones íntimas, con la manera en que nos relacionamos con los otros y que, a final de cuentas, define nuestro contacto con la realidad. Por ello, propondría el ciclo, dividido de la siguiente manera:

Política de la amistad: Låt den rätte komma in (Déjame entrar) de Tomas Alfredson
Política de la pasión: Damage (Obsesión), de Louis Malle
Política de la esperanza: Requiem for a dream (Réquiem por un sueño), de Darren Aronofsky
Política de la redención: Walk on water (Caminando sobre el agua), de Eytan Fox
Política de lo filial: Ma mère (Mi madre), de Christophe Honoré
Política de la dignidad: Of Gods and Men (De hombres y de dioses), de Xavier Beauvois
Política de la venganza: Dogville, de Lars von Trier
Política de la renuncia: My life without me (Mi vida sin mí), de Isabel Coixet
Política del autoengaño: Familia, de Fernando León de Aranoa
Política del dolor: Génova, de Michael Winterbottom
Política de la verdad: Goodbye Lenin (Adiós a Lenin), de Wolfgang Becker
Política del arrepentimiento: Magnolia, de Paul Thomas Anderson
Política de la resistencia: Kamtchatka, de Marcelo Piñeyro
Política de la memoria: Mia eonitita ke mia mera (La eternidad y un día), de Theo Angelopoulos
Política de la responsabilidad: Detachment (Indiferencia), de Tony Kaye


El ciclo llevaría por título “La intimidad del poder” y tendría dos epígrafes. El primero es un verso de Efraín Bartolomé : “¿De qué modo construimos en nosotros la ruina?” El segundo proviene de una tajante frase de Spinoza: “Entender es un simple y puro padecer”.

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