13 de octubre de 2010

Dificultad vs. sencillez


¿Debe la lectura implicar, necesariamente, un esfuerzo? Las respuestas que se den a esta pregunta definen distintas relaciones con los libros, modos diferentes de concebir el acto de leer. En sus extremos, acaso se reducen a dos posturas tangencialmente opuestas: la lectura como disfrute y la lectura como reto. El placer o el conocimiento. Los libros como camino a la satisfacción estética o a la transformación de uno mismo (y del mundo): Bloom contra Steiner. En una mesa imaginaria de escritores universales, Borges y Lezama se sentarían en las cabeceras opuestas:

“Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento” (José Lezama Lima, La expresión americana).

“Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso considero que un escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un esfuerzo. Un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón” (Jorge Luis Borges, "El libro" en Borges oral).

Por supuesto, estoy pecando de reduccionismo, pero este blog está suficientemente plagado de apuntes extremos, lo que me permite echar al ruedo posturas encontradas, sin dar los matices de por medio.

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