2 de octubre de 2010

Confidencias del insomne

Fotografía de Erika Ruíz Vitela


Se puede aniquilar al amor con un golpe, pero en la vereda el caminante adquiere sombras.

El retro hace visible que no hay algo parecido a eso que llamamos evolución del gusto.

Escucho un timbre a las tres de la mañana. Murmullos. Las llamadas de madrugada permanecen en la ambigua incertidumbre de los sueños vueltos vigilia. Existen para no dejar huellas factibles, para generar olvido o peor, somnolencia. Para silenciar lo más importante y escabroso que tiene la vida: las intimidades secretas.

El cuerpo –ese espacio de vaticinios funestos.

Si no recoges tus pedazos, no podrás entregar tus verdades.

Al situarse en otro lugar uno puede verse a sí mismo sin su entorno cotidiano, y entonces es como si se revelara lo que antes no podíamos ver. Y acaso no es que el viaje nos transforme, sino que nos permite apreciar cómo, desde hace tiempo, ya no éramos los mismos.

¿Qué mayor criterio universal que el de no negarle nada a la conciencia?

El asunto con los milagros es que son indescriptibles.

El miedo siempre avanza en línea recta hacia el centro del corazón como anunciándonos más destellos y más neblinas.

Mi lucha es dolor blanco en su breve brusquedad.

Es una gran ventaja tener capacidad de raciocinio, pero no hay que abusar de ella a la hora de buscar la dicha.

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