3 de julio de 2013

Breve defensa del bajo perfil

Ahora que ya no tiene prestigio, que ha sido abandonado, que se ha vuelto el hazmerreír de los espacios virtuales, el blog constituye el nuevo sitio de los hallazgos. De algún tiempo a esta parte me parece que todo texto valioso se halla un poco aislado de la esfera pública, o al menos de la escena, del teatro en vigor. Ahí donde no se encuentran los reflectores es donde podemos hallar aquello que todavía no ha sido limitado en su voluntad de emancipación y apertura. Es como si el ojo público tendiera a darle carpetazo a las experiencias valiosas contenidas en las palabras. Alguien dice “éste hace algo que vale la pena” y enseguida las personas voltean a ver al ratoncito que en principio se siente incómodo y enseguida se sienta a sus anchas. Y entonces todo mundo lo ve, pero nadie se entera de qué hacía, ni de qué era “eso” que valía la pena. Están ahí los efectos no deseados del ejercicio crítico: cuando llega a las multitudes, el juicio termina por asimilar la anomalía, por reducir la complejidad de lo originalmente sentido como desafío y liberación. Estamos rodeados de constantes procesos de sustitución y desplazamiento; el reduccionismo sin fin. Una mirada específica lo destruye todo; una exclamación autorizada basta para enterrar el lugar en donde el abismo tenía cabida. Díganle a un escritor que sus palabras cuentan y comenzará a escuchar cómo sus dedos hacen sonar las pocas monedas de su bolsillo; esto, mientras retoca su nuevo look frente al espejo. Yo diría que en eso consiste “clausurar”, en abandonar el espacio vivo y de algún modo ensombrecido, para dejarse ocupar por la luminosidad de los aplausos colectivos. Acaso sea un proceso natural tal exilio del espacio que nos habita (todos hemos dejado de ver a amigos esenciales, por ejemplo; y todos, en algún momento, protagonizaremos los funerales de nosotros mismos). Y justo por ello debiera ser una lucha continua mantener el bajo perfil e instigar al ego a no desbordarse en arrebatos festivos. ¿Acaso no es verdad que, para evitar la repetición de fórmulas banales, habría que conservar la imposibilidad como horizonte? O dime tú, escritorcillo, ¿qué sentido tiene a la larga inscribir el propio destino en querellas inoperantes? Por eso digo que mantener un blog, en estos días en que se ha declarado su muerte, en que ha perdido todo vestigio de moda, puede ser para algunos perseguir un afuera. En todo caso, y en el espacio que sea, la intención debiera ser reproducir la anomalía. Seguir volcado a generar experiencias de inadecuación y contrariedad. Sólo así se puede evitar el hastío, salir de los convencionalismos y las rutinas. Claro, esto sólo se logra fugazmente, de modo efímero, durante los breves instantes que dure la escritura o la lectura. La liberación es, a fin de cuentas, una experiencia breve, transitoria y perecedera. Por eso mismo, si la incomodidad es un lugar ilusorio, siempre es un lugar vivo.

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