31 de enero de 2012

La literatura es un cordón umbilical

La expresión literaria es el resultado de un hallazgo cuasi arqueológico: el escritor devela palabras soterradas por el tiempo, palabras que al ver la luz, nos muestran otro ayer y alumbran otro hoy. El escritor practica así, una especialidad de la nostalgia: no hay palabras que no provengan de la memoria, como no hay afectos que no provengan en alguna medida del útero materno. La literatura es un cordón umbilical que nos conecta con los muertos. Pero también es otra cosa: un puente utópico. Cuando el pasado resucita, adquiere un nombre nuevo. Cada frase está constituida al mismo tiempo por los restos de un universo perdido y por los paisajes de un horizonte por-venir. En cualquier caso, lo desconocido (el ayer soterrado o el futuro incierto) es lo que alimenta la expresión literaria y su extrañamiento perpetuo. Escribir es, así, ver lo real desde otro lado, es proyectar un reflector distorsionado sobre el mundo. Escribir es un desajuste, pero ese desajuste no nace de la nada; surge de una resurrección. Cada palabra posee una historia y una vitalidad incontenible. Las palabras están siempre inquietas como también es inquieta la Historia; aún antes de llegar al mundo buscan renacer; o para decirlo pronto, buscan ser escuchadas. La creación es arqueología auditiva en busca de una visión radical o impura, foránea o excepcional. Las palabras encierran significados latentes que provienen de su vida anterior y promueven una mirada extrañada o deforme en torno al presente, una mirada que tiene, como todo recién nacido, hambre de futuro.

4 de enero de 2012

De la cordura al alucine

Lo maravilloso en Fellini es su capacidad para, de un momento a otro, cambiar de atmósferas, manipular el estado anímico del espectador, quien salta del bullicio festivo a la contemplación melancólica del universo, de la cordura al alucine, en apenas unos instantes. Esto es más que evidente en La dolce vita.

5 de diciembre de 2011

Servín: flâneur con rifle al hombro



J. M. Servín
D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro
México, Almadía, 2010
163 pp.
Colección Los gavieros


Según Juan Villoro, la crónica no sólo narra la frugalidad de los hechos, sino también “lo que no ocurrió”, los fracasos y las “oportunidades perdidas que afectan a los protagonistas”. El más reciente libro de J. M. Servín es un claro ejemplo de ello.
Para quienes somos asiduos a la crónica, D.F. Confidencial era un libro esperado, pues leíamos a Servín en publicaciones periódicas, pero no teníamos acceso a un volumen que recopilara su periodismo literario. Autodidacta y celoso de su independencia, el autor se concibe como un cazador que debe acechar la realidad con paciencia, para encontrar a sus presas y dar en el blanco. “Flâneur con rifle al hombro” -como él mismo define al cronista- Servín va tras aquello que puede concebirse como anormalidad, falla, distinción; busca las anomalías y las rarezas, los animales sui generis que habitan su urbe. Al hallarlos, logra con su escritura no sólo retratar su malversada fisonomía, sino comprender las razones de su indolencia y sus quebrantos. No supone que sus destinos se encuentren fuera del orden moral predominante. Todo lo contrario: se trata de figuras que hacen evidente nuestra enferma modernidad. Para este cronista, todos formamos parte de una gran patología social, que tiende a lo ridículo.
Visto así, el rostro urbano que nos propone Servín está plagado de rictus anónimos que sólo hay que saber descifrar con elocuencia. Criadores de perros de pelea, reporteros sensacionalistas, adolescentes pirotécnicos, jugadores-apostadores de frontón mano, adictos del cine porno y Ni Nis en potencia, entre muchos otros personajes abigarrados, pueblan sus páginas. Con estilo irónico y lucidez crítica que abreva de una fuerte tradición de la narrativa realista y social, D.F. Confidencial construye un mural de sensaciones que mantiene el equilibrio entre paisaje y detallismo, sin renunciar a ofrecernos su propio punto de vista y sin caer tampoco en el catastrofismo. Al indagar en geografías proscritas y en la vitalidad del desmadre urbano, Servín construye una sensibilidad crítica en relación con nuestras disfunciones colectivas, nuestras fronteras de clase y nuestros comportamientos a un tiempo pretenciosos y mediocres.
Con este libro, Servín se muestra como un eficaz vindicador del periodismo literario y acaso también como el mejor exponente de la crónica de entre los narradores de su generación.


[Salazar, Jezreel. Reseña de D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, de J.M. Servín, en Tierra Adentro, núm. 169, abril-mayo 2011, pp. 87-88].

28 de noviembre de 2011

El disfraz de la ansiedad


Recién leí que durante la etapa del sueño denominada REM (lapso en que se presentan los sueños más vívidos y emocionales), el cerebro segrega sustancias que provocan la parálisis del cuerpo mientras estamos dormidos, con la finalidad de que no reaccionemos ante las alucinaciones oníricas y no nos provoquemos un daño actuando en función de las mismas. (Así, ciertos casos de sonambulismo se explicarían por la falla de aquellas glándulas encargadas de este proceso de auto-preservación.) A veces pienso que algún sistema parecido deberíamos tener respecto a la realidad, un mecanismo para protegernos de la misma o evitar que nos desplazáramos en ella, un modo de combatir las fuerzas externas. Por desgracia, no es así. Paul Valéry escribió que “lo real es aquello de lo que no es posible despertar”. En cualquier caso, cuando estamos dormidos, de algún modo las quimeras nos protegen del mundo, pero nos dejan a la deriva en medio de otro universo quizá más inexorable y acaso más providencial.

El sueño nos impone una realidad inapelable, una trampa de cuyos redes nos es difícil escapar. ¿Cuántas veces no hemos sentido, al interior del cosmos onírico, la incapacidad para llevar a cabo un objetivo fijo o la incompetencia para desarrollar una tarea, a pesar de que se trate de una actividad totalmente cotidiana: amarrarse un zapato, apagar la luz, llegar a casa? Probablemente, la impotencia sea uno de las sensaciones más generalizadas que padecen los durmientes. Pero no siempre es así. Se ha demostrado que si durante veinticuatro horas a un sujeto lo privas de agua, soñará con la misma aunque no relacionándola con la sed, sino formando parte de sus contextos oníricos: caminará frente al mar sobre la playa, nadará por muchas horas en una alberca, observará peceras inmensas. Si los sueños nos imponen un orbe en que la voluntad nos es arrebatada, también a veces nos permiten evadir las carencias e incluso disfrutarlas. En ese sentido, las fantasías que experimentamos estando dormidos, además de magníficas conversaciones con el monstruo interior, son el perfecto disfraz de la ansiedad.

3 de octubre de 2011

Literatura = escritura sin público


"Que el presente llame literatura a toda una serie de productos, no afecta las formas expresivas más radicales, simplemente acrecienta su soledad"

Damián Tabarovsky, Literatura de izquierda. México, Tumbona Ediciones, 2011.