11 de noviembre de 2009

Dulce María y el alzheimer

No sé quién es Dulce María. Revisando mi celular he encontrado su teléfono y su nombre. No la recuerdo. No entiendo si se trata de una alumna, de una conocida ocasional o un contacto de chamba. Pasa de la media noche. No me he atrevido a llamarle, pero ha despertado mi curiosidad y de algún modo me perturba. Me habla (o anuncia) el olvido.

Muchas veces he sentido que mi vida emocional es superior a mis años. Como si estuviese yo adelantado a mi propio deterioro físico. Una especie de vejez pre-fechada. "Dulce María", su nombre me dice que padeceré alzheimer. Un miedo mayor. En el mejor de los casos hipocondria. Pero sí, un niño-viejo que no está en corcondancia con su mundo. Recuerdo esa sensación muy acendrada mientras estaba con L. Eso fue hace casi quince años. Escribí entonces un relato o algo que buscaba serlo y que le di a leer a ella y a sus padres. Éstos últimos me dijeron: "es como si lo hubiese escrito un viejo experimentado". Por supuesto, una exageración. Pero eso. Un destiempo en todo caso. No siempre fue así.

Me parece que he vivido en contra de esa sensación que me acechaba de niño: la inocencia, por no decir, la estupidez. Lo percibí después, pero cuando niño simplemente un mojigato, un sincero y honesto morro que no entendía ninguna lógica del mundo. Mi tragedia ha sido vislumbrar esa condición y combatirla, volverme disidente de mí mismo.

Hay una escena que recuerdo bien y me avergüenza, pero revela lo que voy diciendo. Fue un año antes de entrar a la primaria. Al salir del salón, la maestra dijo: "Regreso enseguida. Nadie puede hablar mientras yo no esté", y salió. Inmediatamente un par de compañeras comenzaron a platicar y yo las interpelé con una arrogancia ignorante: "¿Qué no escucharon a la maestra? Las va a castigar". Su respuesta fue obvia, pero para mí incomprensible: "No se dará cuenta a menos que tú le digas". Desde mi perspectiva era un hecho que ella, la maestra, lo veía y sabía todo. La prohibición era realidad sin remedio, sólo para mí. Por eso nunca fui un niño rebelde.

Contra esa inocencia se erigió mi carácter. Y ahora siento que he madurado, y no sólo eso: envejecido. De ahí el miedo a perder mis facultades, a volverme senil prematuramente. Por eso el temor, el alzheimer. Por eso ese nombre, Dulce María, palpita como una anunciación. Pero no tomo el teléfono: 1040.4577.

2 comentarios:

  1. Seneca dijo que de los tres tiempos, el pasado era el unico seguro por que se tenia la seguridad de haber existido: el futuro aun no existia y aterraba a los hombres y el presente solo dura unos segundos. Pero, ¿acaso el olvido no viene todo eso abajo? La composición de los hombres, su paso por la tierra esta ligada a los demas, al recuerdo, y si no hay recuerdo, no hubo existencia. El puñado de los olvidos.

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  2. O por el contrario: alimentándose de las inexactitudes, la memoria nos dice que existimos... fallidamente pero acaso no importe que sea así.

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