14 de mayo de 2010

Autorretrato fallido

Hace poco vi Los cosechadores y yo de Agnès Varda. Un documenal con tintes reflexivos (ensayísticos) y mucha intromisión de quien testifica los hechos: la propia directora, Agnès. Disfruté mucho el tono, la sensibilidad proyectada, la inteligencia apenas aludida.

Una escena admirable: mientras se dirige en coche a otro escenario de su narración, Agnès observa sus manos (arrugadas, de anciana, con pecas) y comienza a reflexionar sobre el tiempo, el horror que se acerca, la muerte. Más adelante retoma el motivo de las manos mientras observa autorretratos de Rembrandt. (Me hizo recordar lo que dice Reyes sobre las manos que retrata este artista: "mano de pintor que dibuja a sí misma"). Entonces, Ágnes vuelve a grabar sus manos, mientras éstas dan vuelta a las páginas y los cuadros. Hay en eso una intención sutil: decirnos que sólo a partir de las propias percepciones y miedos es factible ver el mundo real. ¿Mundo real? ¡Como si eso tuviera cabida en la existencia! (contestaría Pessoa). Se trata, por supuesto, de un alegato contra el prejuicio del realismo estético, del positivismo y sus reducciones extremas.

Todo esto me recuerda un texto de Juan José Saer (“El concepto de ficción”), y también la introducción que hace Tom Wolfe a su antología sobre El nuevo periodismo. En ambos se plantea cómo es más verdadero el mundo cuando se explicita la propia mirada (los prejuicios y valores de quien observa) que cuando se pretende objetividad y distancia (imposible hablar desde los objetos).

Y es en ese punto donde Agnès toma la actitud del ensayista (a la manera de Montaigne): es necesario interponerse entre la realidad y el lector para que la obra cobre sentido. Así, el documental aparece no sólo como una mirada hacia el mundo (un relato-verdad), sino como un medio para conocer al propio autor (un texto confesional-emotivo). Las manos de Agnès sirven de pretexto para ello, para hacernos entender que la vida del propio realizador afecta la realidad al narrarla. Que el autorretrato resulta necesario para convencer no sólo a partir de reflexiones, sino también a través de vínculos emocionales que se establecen con el lector-espectador.

Claro, medito todo esto mientras observo uno de mis autorretratos fallidos:


Y entonces pienso que probablemente todas estas palabras tienen un sentido absolutamente minúsculo, y me pongo a imaginar un velero que debe navegar un océano infinito en donde ni el viento ni la brisa poseen existencia.

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