10 de mayo de 2010

Humanidad del mal

En un día como éste me da por pensar en todos esos hijos de puta que habitan el país y ejercen desde sus múltiples trincheras cierto poder, desde el más minúsculo y aparentemente irrisorio, hasta el temible despotismo generalizado; pienso entonces, en sus relaciones íntimas, el hecho de ir y abrazar a su madre, la plática que entablarán con ella, el regalo que decidieron irle a comprar, al cual acaso le habrán dedicado horas de pensamiento, la reservación que hicieron en algún restaurante para llevarla a comer, el deseo de que conviva con sus nietos, hijos a los que consideran el espacio más vital de sus entrañas; y no es como si se abriera de pronto un dique en medio de la mole sin sentimientos, no, en realidad así ocurre la convivencia brutal entre amor y desprecio; y mientras hablan de política y defienden algún tipo de ultraje, son capaces de confesarse y dar un beso con cariño, se les va el alma a la hora en que llega la hermana y contemplan su risa desenfadada, se les encoge el corazón de sentir que un día ya no habrán de celebrar a la progenitora irrepetible; y entonces, cuando llegan a estos límites de la emoción, sueltan el llanto (ya con ayuda de los güisquitos o el pulque), y le dicen al compadre todo lo que aprecian su complicidad amistosa de años, y se dan cuenta que la esposa no es lastre o prisión, sino afectuosa y honda compañía, inquebrantable vínculo sin emboscada; y abren aquello que son en el fondo, y dan dicha y afecto y entrega sincera; y no queda en duda el tamaño de su apego y su capacidad para amar; y al día siguiente regresan al vil quehacer cotidiano en el que apuestan al juego de la hipocresía, mandan matar a un adversario, se montan en su macho para lograr que algún interés mezquino prevalezca, redactan una carta en la que atentan y despotrican contra la integridad de un amigo, bromean sobre el dolor de otros, maltratan a un subordinado, hacen esperar sin motivo a un visitante, golpean a un desconocido por cuestiones de oficio, envilecen su lenguaje contra el vecino de auto, impiden que entre a su coto privado un chico que tiene la misma edad de su propio hijo; en suma, practican el daño a partir de las múltiples formas que trae consigo lo que ellos mismos consideran pecado (la traición, el egoísmo, la pedantería, el engaño, la vanidad, el elitismo, la necedad…) Y, por la noche, vuelven a casa, ya cansados, para hablarle a su madre querida por teléfono y averiguar si el insomnio la ha dejado descansar.

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