Crónicas escogidas
Joaquim
Maria Machado de Assis
Traducción
de Alfredo Coello
Madrid,
Sexto Piso, 2008, 222 p.
Se
ha dicho muchas veces que Machado de Assis es uno de los grandes narradores de
la literatura escrita en portugués. El reconocimiento que han obtenido sus
novelas y cuentos es ya canónico, pero no podemos decir lo mismo de su faceta
como cronista. Si las predilecciones editoriales han favorecido la publicación
de novelas por encima de otros géneros, existen otros factores que nos han
mantenido alejados de la obra cronística de este autor. Me refiero, en primer
término, al hecho de que Machado practicaba la crónica bajo el amparo de
variados seudónimos (Gil, Job, Platão, Dr. Semana, Lélio), algunos de los
cuales sólo cuatro décadas después de su muerte fueron descifrados. Aunado a
esto hay que considerar que la traducción de textos brasileños a nuestro idioma
suele ser tardía, lo mismo que la recopilación de crónicas en forma de libro,
debido a que éstas crecen al amparo del periodismo. Por ello es que resulta una
agradable sorpresa la aparición de este volumen, traducido por Alfredo Coello,
bajo el sello editorial de Sexto Piso, cuyo repertorio de obras indispensables
se ve enriquecido una vez más.
Visto
en su conjunto este libro constituye una obra de madurez. Aunque podemos leer
crónicas que aparecieron desde 1876, la mayoría de los textos fueron escritos
en la última década del siglo xix,
cuando Machado tenía un estilo no solamente consolidado y solvente, sino un
reconocimiento y una posición excepcional al interior del campo cultural
brasileño. Basadas en la insinuación irónica y no en afirmaciones tajantes o
conclusiones precipitadas, estas crónicas muestran a un autor moderno que (como
en sus narraciones) ofrece gran libertad al lector haciéndolo partícipe de los
hechos que registra; distanciado ya del sentimentalismo romántico, Machado
muestra aquí su gran maestría en la alternancia de diálogos y reflexiones,
siempre con voluntad satírica y conciencia paródica. Además, el uso de la
primera persona resulta excepcional; la construcción de un solo personaje (el
propio cronista) a partir del autoescarnio es uno de los grandes méritos de
estos textos. Si todas estas características le otorgan al libro su condición
de obra madura y moderna, se extraña la recopilación de algunas crónicas de
juventud que hubieran podido ofrecer una visión retrospectiva de conjunto.
Del
corpus de crónicas aquí editadas, llama la atención que la unidad de estilo se
derive de una gran diversidad de recursos y formas narrativas. Ciertos textos
aparecen a manera de guía de preceptos o manual de urbanidad (“Cómo comportarse
en el tranvía”). Otros son parodias de discursos políticos (“Abolición y
libertad”) o de textos jurídicos (“Pelea de gallos”). Existen crónicas que
están en las fronteras con el cuento y la ficción (“Elucubraciones de un rey”)
e incluso las hay muy cercanas a la fábula (“Reflexiones de un burro”). En
cualquier caso, ya sea a través de breves viñetas o fragmentos narrativos,
Machado lleva a cabo una doble labor. En principio, construye un mural de la
sociedad brasileña del siglo xix,
y en particular de la capital de ese momento, Río de Janeiro, que vive una
confrontación entre las fuerzas que buscan conservar ciertas tradiciones, y
aquellas otras que impulsan una modernización política y cultural. Por otra
parte, Machaco construye una mirada crítica en torno a este proceso y lanza
dardos profundamente corrosivos contra la sociedad de su tiempo.
De
ahí que el texto esté marcado por una ironía constante, a veces muy sutil y
otras bastante mordaz: “Toda persona que sienta necesidad de contar sus asuntos
íntimos, sin interés para nadie, debe primero indagar sobre el pasajero
escogido para tal confidencia si él es asaz cristiano y resignado. En caso de
que lo sea, preguntarle si prefiere la narración o una descarga de puntapiés.
Siendo probable que él prefiera las patadas, la persona debe inmediatamente propinárselas”.
(Extraña hallar en Machado atisbos de lo que un siglo más tarde traerá consigo
la ironía de ciertos autores como Ibargüengoitia; los aires de familia entre
ambos provienen, por supuesto, de sus lecturas comunes de ironistas clásicos:
Sterne y Voltaire).
Como
se ve, Machado no es un optimista sino un escéptico. No realiza el retrato
bucólico y complaciente de la nación brasileña. Por el contrario, muestra las
contradicciones, absurdos y tensiones de un país que se halla en el momento
cumbre de una transformación radical: el fin del imperio monárquico de Pedro II
y el inicio de la primera república brasileña. Sus planteamientos satíricos en
torno a la abolición de la esclavitud dan cuenta de ello. No obstante, Machado
no se presenta como el rector cívico de su sociedad y eso es lo que salva al
autor de la prédica moralista. En una de sus reflexiones en torno al oficio de
cronista Machado declara que no tiene “un programa establecido”. No se trata de
un creador omnipotente sino de una perspectiva narrativa que pone en duda sus
propias percepciones y se repite constantemente que “no hay una explicación
satisfactoria”. La conciencia de este cronista apunta siempre a la
insatisfacción interpretativa y a la ausencia de una brújula que impida el
extravío, lo cual es, en un terreno tan resbaladizo como la crónica, un rasgo
más de la grandeza de este clásico brasileño.
[Salazar, Jezreel. “Un cronista moderno e inédito”. Reseña de Crónicas escogidas de Joaquím Maria Machado de Assis, en Hoja por Hoja (Suplemento de libros del periódico Reforma), año 12, núm. 140, enero de 2009, p. 8].
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