21 de febrero de 2013

Voluntad de escándalo

¿De dónde surge la necesidad de sostener la cordura, cuando es justo eso lo que se ha fracturado, cuando aquella normalidad se ha roto de manera instantánea? ¿Por qué la determinación instintiva de seguir con la rutina cuando la insensatez ha invadido cada poro del día? ¿Cuál es el sentido de esa inercia irracional que lucha en contra de toda evidencia: la descomposición estomacal, la mirada aturdida, el temblor de la voz? Sales de ahí, cruzas la calle y reportas la tarjeta bancaria, das de baja la línea del celular, contestas una encuesta telefónica; y en seguida, decides dar asesorías, dictar una clase, resolver otro trámite. Y en medio del automatismo, un relámpago ruinoso te asalta sin coraza alguna: la indefensión, el desabrigo, cierta orfandad se instala en lo más íntimo de tu rostro y te acompaña el resto de la tarde -mientras lees con indiferencia un texto más, mientras ingieres un par de aspirinas, mientras manejas sin documentos… Y es ahí que la voluntad de escándalo te deja frío y solo. ¿Por qué asumes lo vivido como si fuese un suceso menor, como si no hubiese en efecto ocurrido, como si el miedo y el desamparo no pudiesen ser acogidos por quienes te hablan sin conocer tu pasado inmediato? ¿Por qué lidiar de manera aislada con aquellos rostros y aquellos gritos, por qué no hablar de la sombra de hierro que pudo incrustar su veneno en tu pecho? Y sabes que en tu ciudad el escándalo es rutinario. Y sabes que en tu ciudad el escándalo es necesario.

11 de febrero de 2013

La iglesia y el tacto

La iglesia es un abuso de la fe. Imposible creer que el misterio tenga intermediarios. ¿Será posible hacer del asombro un aprendizaje?, ¿recuperar la intuición lúcida?, ¿apostarle todo a la sorpresa? ¿Se puede aprender a esperar lo inesperado? Insostenible. No se puede administrar lo imprevisto, lo que resulta in-esperado. El asombro es una explosión que nos cercena las manos. Es la ira de dios experimentada por lo humano… Asombros que desmantelan instrumentos sobrevalorados. Milagros que remarcan la inutilidad de la dicha, el feliz sinsentido de la dicha. Sin pasmo, sin capacidad de fascinación, nos sería imposible desear, proyectarnos otros, tener esperanza –esa hija de la estupefacción, esa heredera de la extrañeza y lo inadvertido. Sí, la esperanza –esa loca encerrada en la casa de al lado. Hablo de maravillas y de embrujos. Hablo en suma del misterio, otro de los nombres que le damos al tacto.