31 de enero de 2012

La literatura es un cordón umbilical

La expresión literaria es el resultado de un hallazgo cuasi arqueológico: el escritor devela palabras soterradas por el tiempo, palabras que al ver la luz, nos muestran otro ayer y alumbran otro hoy. El escritor practica así, una especialidad de la nostalgia: no hay palabras que no provengan de la memoria, como no hay afectos que no provengan en alguna medida del útero materno. La literatura es un cordón umbilical que nos conecta con los muertos. Pero también es otra cosa: un puente utópico. Cuando el pasado resucita, adquiere un nombre nuevo. Cada frase está constituida al mismo tiempo por los restos de un universo perdido y por los paisajes de un horizonte por-venir. En cualquier caso, lo desconocido (el ayer soterrado o el futuro incierto) es lo que alimenta la expresión literaria y su extrañamiento perpetuo. Escribir es, así, ver lo real desde otro lado, es proyectar un reflector distorsionado sobre el mundo. Escribir es un desajuste, pero ese desajuste no nace de la nada; surge de una resurrección. Cada palabra posee una historia y una vitalidad incontenible. Las palabras están siempre inquietas como también es inquieta la Historia; aún antes de llegar al mundo buscan renacer; o para decirlo pronto, buscan ser escuchadas. La creación es arqueología auditiva en busca de una visión radical o impura, foránea o excepcional. Las palabras encierran significados latentes que provienen de su vida anterior y promueven una mirada extrañada o deforme en torno al presente, una mirada que tiene, como todo recién nacido, hambre de futuro.

4 de enero de 2012

De la cordura al alucine

Lo maravilloso en Fellini es su capacidad para, de un momento a otro, cambiar de atmósferas, manipular el estado anímico del espectador, quien salta del bullicio festivo a la contemplación melancólica del universo, de la cordura al alucine, en apenas unos instantes. Esto es más que evidente en La dolce vita.