28 de noviembre de 2011

El disfraz de la ansiedad


Recién leí que durante la etapa del sueño denominada REM (lapso en que se presentan los sueños más vívidos y emocionales), el cerebro segrega sustancias que provocan la parálisis del cuerpo mientras estamos dormidos, con la finalidad de que no reaccionemos ante las alucinaciones oníricas y no nos provoquemos un daño actuando en función de las mismas. (Así, ciertos casos de sonambulismo se explicarían por la falla de aquellas glándulas encargadas de este proceso de auto-preservación.) A veces pienso que algún sistema parecido deberíamos tener respecto a la realidad, un mecanismo para protegernos de la misma o evitar que nos desplazáramos en ella, un modo de combatir las fuerzas externas. Por desgracia, no es así. Paul Valéry escribió que “lo real es aquello de lo que no es posible despertar”. En cualquier caso, cuando estamos dormidos, de algún modo las quimeras nos protegen del mundo, pero nos dejan a la deriva en medio de otro universo quizá más inexorable y acaso más providencial.

El sueño nos impone una realidad inapelable, una trampa de cuyos redes nos es difícil escapar. ¿Cuántas veces no hemos sentido, al interior del cosmos onírico, la incapacidad para llevar a cabo un objetivo fijo o la incompetencia para desarrollar una tarea, a pesar de que se trate de una actividad totalmente cotidiana: amarrarse un zapato, apagar la luz, llegar a casa? Probablemente, la impotencia sea uno de las sensaciones más generalizadas que padecen los durmientes. Pero no siempre es así. Se ha demostrado que si durante veinticuatro horas a un sujeto lo privas de agua, soñará con la misma aunque no relacionándola con la sed, sino formando parte de sus contextos oníricos: caminará frente al mar sobre la playa, nadará por muchas horas en una alberca, observará peceras inmensas. Si los sueños nos imponen un orbe en que la voluntad nos es arrebatada, también a veces nos permiten evadir las carencias e incluso disfrutarlas. En ese sentido, las fantasías que experimentamos estando dormidos, además de magníficas conversaciones con el monstruo interior, son el perfecto disfraz de la ansiedad.