11 de febrero de 2013
La iglesia y el tacto
La iglesia es un abuso de la fe. Imposible creer que el misterio tenga intermediarios. ¿Será posible hacer del asombro un aprendizaje?, ¿recuperar la intuición lúcida?, ¿apostarle todo a la sorpresa? ¿Se puede aprender a esperar lo inesperado? Insostenible. No se puede administrar lo imprevisto, lo que resulta in-esperado. El asombro es una explosión que nos cercena las manos. Es la ira de dios experimentada por lo humano… Asombros que desmantelan instrumentos sobrevalorados. Milagros que remarcan la inutilidad de la dicha, el feliz sinsentido de la dicha. Sin pasmo, sin capacidad de fascinación, nos sería imposible desear, proyectarnos otros, tener esperanza –esa hija de la estupefacción, esa heredera de la extrañeza y lo inadvertido. Sí, la esperanza –esa loca encerrada en la casa de al lado. Hablo de maravillas y de embrujos. Hablo en suma del misterio, otro de los nombres que le damos al tacto.
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