Some men see things as they are and ask why.
Others dream things that never were and ask why not.
George Bernard Shaw
La memoria es el imperio del azar. Esta tarde han venido a mí, como aturdiéndome cual tábanos irresistibles, diversas frases que poseen en común un mismo hilo conductor: el poder de la imaginación, el sentido utópico de las cosas, lo imposible dentro de lo posible. Van en serie:
“Lo que existe no puede ser verdad” (Ernst Bloch)
“Lo posible es una tentación que lo real termina siempre por aceptar” (Gaston Bachelard)
“La imaginación es un desafío del hombre a la realidad” (Horacio Cerutti)
“Lo posible es sólo una provincia de lo imposible/ un área reservada/ para que lo infinito/ se ejercite en ser finito” (Roberto Juarroz)
“Lo que es no tiene más derecho a ser que lo que no fue pero pudo ser” (Bolívar Echeverría)
“Más alta que la realidad está la posibilidad” (Martin Heidegger)
“Es buscando lo imposible que el hombre siempre ha realizado lo posible” (Mijaíl Bakunin)
“La Esperanza es la progenitora de numerosas certezas en potencia ... la Esperanza es la encarnación de la alteridad” (Ágnes Heller y Ferenc Fehér)
Como se ve, me la he pasado las últimas horas con la sensación insana de que siempre vivimos en función de deseos y carencias, de tiempos y lugares imaginarios, sin los cuáles sería difícil concebir lo que en efecto somos. Como si este instante y este cuarto sólo existieran en relación con otros instantes y otros cuartos posibles, como si estuviéramos atrapados al interior de un universo escheriano en donde la especulación vale más que la actividad corpórea. Quizá por ello Julio Cortázar lanzó ese exhorto a dejar atrás el ayer como si se tratase de un lugar habitado: “Lo cierto es irse. Quedarse es ya la mentira", escribió. Y no sé, quizá sea válida esa intuición. Quizá todo lo que importa tiene esa dimensión espacial, como si sólo pudiésemos crear sentidos de pertenencia respecto a lugares afectados por nuestros anhelos y por nuestros miedos. Como si la vida fuese la suma de una serie de geografías íntimas, mapa-mundis afectivos plagados de callejones prodigiosos y de explanadas terroríficas. “Vivimos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro”, escribió desde su subterráneo optimismo Emil Cioran. Y supongo que tenía razón, que nuestra identidad es un averno con vasos comunicantes que nos conectan con otros cosmos más beatíficos. Vivimos la versión bizarra de otro mundo, ese sí, paradisiaco. O para decirlo con las palabras inquisidoras de Aldous Huxley: “¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?”
Pero en las palabras de Huxley está otra vez la tentación de buscar algo fuera de la vida, postergando el presente en aras de un futuro inexistente, de un espacio vacío. Y quizá no sea ese el método. Quizá las geografías afectivas a las que me refería están diseñadas por un urbanista interior que no ha conocido sino pasiones terrenales y delirios concretos. Tal vez lo imposible pueda ser una provincia de lo posible y no la cárcel que a veces la imaginación proyecta hacia el futuro, encerrando la vitalidad del presente en una celda de promesas falaces. “Hay otros mundos, pero están en éste”, escribió Paul Éluard. Quizá por ello la definición de Maurice Merleau-Ponty: “La verdadera filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo”. Y quizá por ello la advertencia en verso de Emily Dickinson: “Multiplicar los muelles, no disminuye el mar”. Y quizá también por ello la propedeútica de Italo Calvino: “reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Escribo estas palabras sobre mundos potenciales y futuros peligrosos desde un cuarto insensato, que a nadie importa pero es mío. Un lugar de mi geografía íntima plagado de repeticiones: los mismos autores, los lugares comunes habituales. Y aunque me repito, del inmenso azar que es la memoria me llega otra frase de algún modo redentora, que me exime del rencor que cierto país me genera cada vez que lo observo con un poco de detenimiento: “Digamos que uno no tiene por qué amar aquel lugar al que pertenece, sino que uno pertenece a los lugares que ama” (José Manuel Fajardo). Y así, un poco más sosegado, decido apagar la pantalla e irme a recorrer otra realidad, en esos laberintos que algunos llaman "sueños" y otros "puertas falsas", "subterfugios", "fábulas".
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