Dejo aquí el texto que leyó Rossana Reguillo durante la presentación de La conciencia Imprescindible. Ensayos
sobre Carlos Monsiváis en la FIL 2009.
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La conciencia imprescindible. Ensayos sobre Carlos Monsiváis. Introducción y compilación de Jezreel Salazar. México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008, 314 p.
por Rossana Reguillo
Dedicado a mi finada (vede)TINA (aco)Modoti, guerrera gatuna
y admiradora de Miau Tse Tung, que deseó emparentar toda su vida con Catzinger
Además de una “conciencia imprescindible”, la de Monsiváis es una conciencia
omnisciente, ubicua, generosa y deslumbrante diría yo y me atrevo a decir que
hoy, al único mexicano que le cabe el país de sur a norte en la cabeza y en el
corazón es Monsiváis.
Cuando leí este libro hace unas cuantas semanas, me pregunté cuántos ensayistas
se necesitan para documentar lo que este cronista, escritor, ensayista,
coleccionista, ha producido a lo largo de su riquísimo y fecundo trabajo… y,
sin ánimos de aportar una respuesta, pensé que la pregunta estaba mal planteada
y que quizás la interrogación válida, sería qué es lo que ha generado Monsiváis
que suscita una obra de esta naturaleza, en la que 17 jóvenes ensayistas y
escritores se dan a la tarea de armar su propio mapa monsivarita. 17 “pequeñas”
cartografías que nos acercan, como en un caleidoscopio a la complejidad y
vastedad de un “repertorio infinito” como lo llama Salazar.
Veámos la estadística: 10 hombres (incluido el compilador) y 7 mujeres, a los
que reúne más allá del hecho “generacional”, el asombro y el intento por
descifrar ese enigma perpetuo que es Monsiváis; 17 ensayistas en “edad de
merecer”, es decir en la etapa de construir su propio espacio enunciativo y su
lugar en la intensísima producción editorial mexicana; 17 sujetos y sujetas,
del norte, del centro y una parte mínima también del sur, ya premiados y en
plena “escribidera”; 17 miradas que por su heterogeneidad ratifican quizás que
cada uno de ellos y de ellas, ha logrado apropiarse a su manera, de ese
compendio nacional que llamamos Monsiváis; 17 modos de encarar una misma
pregunta: la polisemia Monsivariana.
Siempre he pensado que aprendemos a pensar dentro de ciertas tradiciones y en
ese sentido, pese a la diversidad de estilos y enfoques adoptados para
aproximarse a la figura y la obra de Monsiváis, los 16 capítulos y la excelente
presentación de Jezreel Salazar, me permiten plantear algunas mínimas
hipótesis: a) la potencia de la herencia monsivarita en las nuevas generaciones
de escritores; b) la centralidad de la tradición del pensamiento crítico,
abierto y ensayístico que hunde sus raíces en las figuras del Ateneo de la
Juventud, en Reyes muy principalmente; y c) la importancia de la cultura
popular como mapa y referente, como tema y fuente, como símbolo y escritura.
Quizás, es cierto que como planteaba Monsiváis y ratifica en su introducción
Salazar, estas nuevas generaciones serán capaces de llevar a otro terreno, la
“sensibilidad solemne” que al propio Monsiváis le tocó como herencia directa,
pero también es cierto –y en ello, discrepo con el maestro-, él mismo ha
sido capaz de imprimir a su obra, no solamente un sello desolemnizador , sino
la huella vital de un pensamiento vivo, crítico, capaz de interpelar a los
postsesentayocheros y seguir emocionando a los “punchis-punchis” de los
postochentas, como puedo testimoniar sin dificultad.
Quién no ha acudido a la Wiki-Monsi o a la Monsipedia, para entender tramos y
trazos fundamentales de nuestra historia matria o, fragmentos de la cultura
popular, del cine, de la lucha, del espectáculo y la música; quién, cuál, no ha
aprendido de las gestas sociales y políticas de nuestra siempre en fuga
democracia, quién no ha decidido estampar su firma al lado del imprescindible
“abajo firmante” que ha sido Monsiváis desde el Golpe de Estado en Guatemala en
1954 (que según me contó, fue su primera firma en un desplegado y su
inauguración en su ya larga trayectoria como “abajo firmante”). Por ello, el título
de este libro: la conciencia imprescindible no podría ser más adecuado y
“diciente”.
Cuatro apartados componen el volumen y cada parte es a la vez un todo que
articula y formula una dimensión (de las muchas posibles) de Monsiváis:
Tradiciones de la escritura, cuya fortaleza es trascender lo meramente
descriptivo y arriesgar hipótesis en torno a la obra del autor; Evoluciones
intelectuales (a mi juicio, la parte más robusta del libro), en la que a través
de 3 excelentes ensayos, se analizan los propios recorridos intelectuales de
Monsiváis y la centralidad en su obra de las batallas liberales y el laicismo.
Desciframientos críticos, un interesante itinerario por los más variados
objetos de atención del observador-cronista-coleccionista: la ciudad, la lucha,
el lenguaje, los objetos que llenan el vacío y lo pueblan de significados,
arman para el lector un cuadro de tipo escheriano, cuyo vector principal, es la
pasión contenida en esas “obsesiones” monsivaritas que son convertidas en
saber. Y, la última parte, Retrato múltiple, que logró sorprenderme, dado que
había sido casi tradición que fueran los pares de Monsiváis (Pitol, por
ejemplo), los que nos entregaran retratos del autor. Los instrumentos de
conocer y de mirar de estos jóvenes, resultan en un Carlos Monsiváis, sino
distinto, sí más complejo y festivo; más cercano y al mismo tiempo, mucho más
codificado, lo que generará sin duda, otros libros sobre este libro, en una
semiósis infinita cuyo vértice es la inacabable obra de Monsiváis.
Al final de mi lectura, que es personal, subjetiva, interesada y sobre todo,
cómplice (por dos cuestiones claves, me declaro entusiasta nativa de la tribu
monsivarita y, me declaro absolutamente fan del trabajo de los jóvenes en
quienes encuentro siempre, inspiración y aprendizajes), encuentro tres
preguntas para plantear:
a) ¿Es posible una lectura generacional de Monsiváis? Es decir, lo que este
libro hace es el intento por reconocer de manera crítica una herencia. Una
generación “Conaculta” (sin tintes peyorativos) que se ha formado en lo mejor
de nuestras tradiciones críticas, que ha sido profundamente activa en la
construcción de espacios editoriales que van más allá de la enunciación
preciosista. Pero al centrar el libro de esta manera, me pregunto si no se
pierde la posibilidad de entender los giros, los cambios, las tensiones y
conflictos en la transmisión del saber en torno al ensayo y a la crónica en
México. Echo en falta las voces de las generaciones intermedias, aunque eso es
cierto, es otro libro.
b) En un espacio público plagado de profetas y todólogos, donde la opinocracia
gana terreno al pensamiento crítico, ¿serán suficiente contrapeso las voces de
una generación menos solemne, más desenfadada, menos proclive al espacio
público político?, ¿quién se hace cargo de esa herencia y de esa tradición que
busca(ba) intervenir el debate nacional? ¿Disputar hegemonía en el espacio
público, como lo ha venido haciendo Monsiváis, será visto por las nuevas
generaciones como actos que desbordan la creación literaria y ensayística, como
un exceso estridente?, ¿hacia dónde muta el espacio de la opinión crítica en
México?
c) y, ¿Sería posible hacer un libro de este calibre y con estas preguntas,
extensivo a América Latina?, se produce silenciosa pero aceleradamente una
desdensificación del tejido y los vasos comunicantes en la producción
literaria, humanística y cronística en el continente. Monsiváis, lo sabemos, ha
sido una pieza fundamental en el profundo y rico debate en torno a “lo
latinoamericano” y él mismo, en sus “evoluciones intelectuales” ha sabido
dialogar con los grandes de la región. Me pregunto, de qué manera las
transformaciones radicales en la industria editorial, en los programas de
estudio, en el modo de encarar la tarea creativa, impactarán en la posible o no,
rearticulación de la tradición crítica latinoamericana. Dónde están, quisiera
preguntarme, los pares latinoamericanos, de estos 17 jóvenes ensayistas,
literatos y cronistas.
Por ahora es tiempo de celebrar que este libro viene a cumplir un papel fundamental:
ofrecer un retrato de época del imprescindible y preciso, del principal de la
cultura en México. Y, por supuesto, a decir en voz alta un merecido homenaje.
Felicidades.
Guadalajara, 29 de Noviembre de 2009.
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