De noche, uno vive vidas que no imagina. Supongo que en el ámbito de los sueños, no resultan extrañas las coincidencias ni la ubicuidad. De cualquier modo me pregunto si pueden derivarse conclusiones del mundo onírico.
Últimamente he sido protagonista de varios sueños ajenos. Hace no demasiado mi cuñada me llamó por teléfono para contarme que me había soñado estando en la playa, vestido como todo un sportsman (lycras, tenis, playera ajustada...) y que le hablaba sobre las múltiples actividades físicas que había estado realizando en las fechas recientes, como si fuese un body-builder total, un verdadero metrosexual al que le interesan las dimensiones corporales, el tamaño del bikini de su chica, la tonalidad de los músculos, el brillo y color de la piel…
Totalmente alejado de esta imagen resulta otro de los sueños en donde aparezco. Éste me lo contó mi hermana, Helem, hace un par de semanas. Básicamente me soñó “muy feliz”, con rostro alegre, luego de practicar rituales heterodoxos y esotéricos, al interior de una iglesia protestante. (¿Subconsciente ansiedad transgresora?)
Otro amigo, Marco, me llamó ayer para contarme la súbita visita nocturna que le hice. Soñó que íbamos a cenar a un lugar llamado “La Cueva”. Se comía bien, según recuerda, y estaba ubicado en Coyoacán, el lugar en donde ahora vivo de manera temporal. Al terminar de cenar, salíamos a caminar pero lo hacíamos de un modo singular: en lugar de ir sobre la acera, avanzábamos colgados de las rejas de las casas. De acuerdo a lo que me dijo, lo más significativo del sueño es que yo no tenía lentes. Como si me hubiera despojado de una máscara.
Aunque no logro conciliar las distintas imágenes de mí mismo que se hallan presentes en estos sueños (¿fisicoculturista-religioso carente de miopía?), no me resisto a pensar que aquellas vidas posibles acaso serían menos monótonas, y quizá más provechosas, que la que en estos días busco sobrellevar.
...a todo pudor?
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