Aunque resulta obvio, no quiero dejar de decirlo en un contexto en donde las opiniones se vierten a la menor provocación: pocos son los que ejercen, de manera cotidiana, juicios de valor que permitan análisis complejos de la realidad, buscando construir perspectivas autónomas para explorar, de manera creativa, los fenómenos y los conflictos del mundo.
Lo digo con ánimo provocador o en todo caso, agonista: no es una buena señal de tu capacidad crítica hablar desde la desinformación, sin explorar y cuestionar los puntos de vista, los supuestos ideológicos y los intereses que están detrás de cada enunciación, evitándote la tarea de examinar su forma o de historizar el contexto y la coyuntura en que ésta se expresa e inscribe.
Tampoco habla bien de tu habilidad para el análisis repetir las narrativas más habituales, maniqueas o simplificadoras, los lugares comunes, en torno a los fenómenos más diversos o los conflictos más multifacéticos que tienen el milagro de ocurrir frente a tus ojos.
Y tampoco resulta un elogio de tu horizonte ético priorizar tus intereses particulares (muchas veces cortoplacistas, circunstanciales y hasta mezquinos), al interés, más general y humanístico, de privilegiar la comprensión sobre el juicio, el debate sobre el monólogo y la pluralidad de perspectivas sobre la verdad irrefutable.
En su lugar, me parece, habría que opinar, buscando abrazar las funciones más valiosas de la crítica: proponer, por ejemplo, maneras de leer que vayan más allá de los usos oficiales de aprehender lo real; actualizar el debate que nos permita resguardar aquello que en un momento dado se halla en peligro; contribuir, como afirma Steiner, a la inteligencia moral de la época; ofrecer, desde nuestra subjetividad, experiencias que permitan lidiar con las afecciones vitales que toda crisis genera; y abrir, por último, las puertas a la alteridad.
En este sentido, diría que aprender a leer el mundo y hablar sobre él implica poner en duda la propia percepción. Me parece que no hacerlo es establecer un compromiso con la ingenuidad, la mediocridad o el conformismo.
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