El duelo sería mejor porque ahí la certeza aparece como algo total, por aquello ante lo que ya no se tiene miedo (puesto que lo peor ya ha ocurrido y es irreversible). En cambio, esta duda, las perplejidades cotidianas, los titubeos constantes y la fragilidad de la vida en su conjunto, pareciera no tener fin. La pérdida sí, se vuelve aceptable; pero sola, la herida, no es la paz de los sepulcros. Si tan solo la inquietud fuese seña de esperanza y no de sospecha.
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